En Dresden fue publicado en 2002 el libro "Jüdischer Bolschewismus. Mythos und Realität" del autor alemán e investigador universitario Johannes Rogalla von Bieberstein (1940), cuya traducción castellana (Antisemitismo, Bolchevismo y Judaísmo) hemos hallado en la red. De dicho texto, imparcial y que sólo se basa en datos y testimonios, presentamos aquí su capítulo 8 y final, con algunos párrafos menos y sin la mayoría de las notas. De lo que se trata el libro, lo dice su traductor en el prólogo: Hoy el marxismo y el socialismo marxista en general se presenta más como una filosofía política de carácter cultural que como una doctrina revolucionaria militante, con posiciones más trotskistas y gramscianas que leninistas. Con ello, las nuevas generaciones ya no tienen la perspectiva del marxismo tal como éste se formuló durante la segunda mitad del siglo XIX, y del bolchevismo marxista-leninista tal como se lo aplicó durante la primera mitad del siglo XX. La presente obra contribuye a volver a obtener esa perspectiva.
Bolchevismo Judaico (Selección)
por Johannes Rogalla von Bieberstein, 2002
Capítulo 8
EL CÍRCULO DIABÓLICO
Mi objetivo es el de investigar la tesis de la conspiración judía. Me propongo analizar este mito y verificar la tesis del círculo diabólico [o círculo vicioso] con el criterio de Karl Popper, ya sea para confirmarlo o falsarlo. La tesis del círculo diabólico fue expuesta con sencillas palabras por el escritor yiddishIsaac B. Singer en su novela de 1950 La Familia Moschkat. En dicha novela un oficial de policía polaco le pregunta al señor Janowar por qué "el número de comunistas judíos es tan sorprendentemente grande". La respuesta es: "Eso, señor, se explica por la desdichada situación en que nosotros, los judíos, nos encontramos". A continuación Singer pone en boca de Janowar la tesis de que "el antisemitismo genera comunismo". El oficial polaco prosigue: "De acuerdo, eso es cierto; pero ¿tienen conciencia los dirigentes judíos de que el vuelco de las masas judías al comunismo provocará un antisemitismo diez y hasta cien veces más virulento?". A lo cual Janowar contesta: "También sabemos eso. Es un círculo diabólico".
Es conveniente tener presente el enorme desafío que representó el original comunismo / bolchevismo revolucionario mundial para la sociedad cristiano-burguesa al incidir vitalmente en la existencia de las personas. (...) Al fin y al cabo en el Manifiesto Comunista Karl Marx ya anunciaba que los objetivos de los comunistas "sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente"y exigía "abolir la familia", proponiendo además una "violación despótica del derecho de propiedad" así como la "abolición" de la religión y la moral. Eso constituyó un ataque total al orden tradicional.
En su libro El Imperio del Anticristo. Rusia y el Bolchevismo, el escritor ruso Dimitri Merezhkovski describió a los bolcheviques como la "encarnación del mal absoluto" [1]. Para él, como cristiano, era evidente que no existía "ninguna conspiración de judíos y masones" sino "una conspiración bolchevique-burguesa, mucho más terrible, contra toda la humanidad cristiana; contra la cruz y a favor del pentagrama". Ese pentagrama era, para él, la estrella roja de cinco puntas que Lenin y Trotsky defendían como "instrumentos de fuerzas ocultas".
[1] Dmitrij S. Mereschkowskij, Das Reich des Antichrist, Munich, 1921, p. 12.
La suposición de una conspiración "bolchevique-burguesa" no estaba demasiado lejos de la otra que hacía al judío responsable también por ella. Hilaire Belloc manifestó en 1927: "El judío cabalga sobre el caballo capitalista y sobre el comunista, pero ninguno de los dos es de su establo" [2]. Max Adler, el filósofo del austromarxismo, elogió positivamente el "poder intelectual" de Marx como "un ejemplo para la conquista mundial que no se puede comparar con ningún otro de la Historia universal meramente política" [3]. Para el sociólogo norteamericano nacido en Praga Ernest Gellner el marxismo constituye "el primer sistema formal de creencias seculares". Fue, simultáneamente, religión universal e ideología estatal en una cantidad importante de países, una superpotencia entre ellas. Esta religión civil que, según un artículo de la revistas mensual judía Midstream (1956) constituye "una versión secularizada del mesianismo judeocristiano" prometía, de acuerdo con Gellner una "sacralización de todos los aspectos de la vida intelectual" y contenía la "redención perfecta".
[2] Hilaire Belloc, Die Juden, Munich, 1927, p. 222.
[3] Max Adler, Marx und Engels als Denker, Frankfurt/M, 1972, p. 17.
El estudioso del islamismo Wilfred Cantwell ha comparado la empresa de los bolcheviques de realizar su utopía mediante la violencia del "terror rojo" con el ataque del Islam a Europa como primer cuestionamiento de la civilización occidental antes de Marx. Su análisis se acerca al del comisario de cultura soviético Anatoli Lunacharski que exaltó al marxismo como la "quinta gran religión formulada por el judaísmo".
Es notable que hasta Arnold J. Toynbee en su Estudio de la Historia caracterizó la doctrina desarrollada por el "judío alemán Karl Marx" sobre "el rechazo total del orden social occidental" como "un emocional sustituto intelectual" del cristianismo [4]. En ello, Marx habría suplantado a Moisés, y Lenin habría ocupado el puesto del Mesías; la "necesidad histórica"habría reemplazado a Yahvé, y el proletariado, a su vez, al "pueblo elegido".
[4] Arnold Toynbee, Der Gang der Weltgeschichte, vol. 1, Munich, 1974, p. 283.
Como testigo sensible, el conde Harry Kessler opinaba en la nota de su diario personal del 5 de Enero de 1919 sobre la crisis de 1917 desatada por la guerra mundial: "La oleada del bolchevismo que viene del Este tiene algo del aluvión de Mahoma del siglo VII; fanatismo y armas al servicio de una nueva y poco clara esperanza. La bandera del Profeta flamea también entre los ejércitos de Lenin". De hecho, después de su muerte, en el diario Pravda Lenin fue comparado con fundadores pacíficos de religiones como Jesús y Buda, pero también con el guerrero Mahoma.
El ataque revolucionario mundial bolchevique estuvo caracterizado por una extrema agresividad y por la voluntad de aniquilar a sus enemigos. Se articuló según el dicho de Radek en cuanto a que "una dictadura sin la disposición al terrorismo... es como un chuchillo sin hoja". Fue ese carácter violento del bolchevismo lo que hizo hablar de "socialismus asiaticus" al Vorwärts socialdemócrata y de "marxismo tártaro" a Rosa Luxemburg. Para el bolchevismo, bautizado más tarde como marxismo-leninismo, el fin justificaba los medios; el terror "rojo" fue un medio legítimo y necesario de la política. El Espada Roja, órgano de la Checa, no tuvo empacho en publicar, orgulloso, el 18 de Agosto de 1919: "A nosotros todo nos está permitido". Hoy en día casi no podemos entender cómo Leon Trotsky, en su escrito Terrorismus und Kommunismus publicado en 1920 en Hamburgo, pudo abogar expresamente por el fusilamiento de los "enemigos de clase", afirmando al mismo tiempo y seriamente la noción de que, por ese camino, se llegaría a un "verdadero paraíso".
Lord Bertrand Russell, que viajó en 1920 con la delegación británica laborista a Rusia y conversó allí con Lenin y Trotsky, nos ofrece la clave para comprender lo sucedido. Por aquella época Russell calificó al bolchevismo de "nueva religión" inspirada "más por la pasión de destruír males antiguos que por construír nuevos bienes"[5]. Esa interpretación se aproxima al análisis de situación del escritor judío vienés Richard A. Bermann (seudónimo: Arnold Höllriegel) que falleció en 1939 emigrado en Nueva York. Bermann escribió el 10 de Enero de 1919 en Der Friede (La Paz): "Una Alemania bolchevique es hoy la última esperanza de Lenin y de Radek (...) Muchos han sido presa de un embeleso, de un místico fanatismo (...) desde Rusia se irradia hacia el mundo un delirio religioso".
[5] Russell, The Practice and Theory of Bolshevism, London, 1920, p. 176.
Los partidarios bolcheviques de la lucha de clases, la guerra civil y la revolución mundial, no se dirigieron hacia el prójimo, hacia el Hombre concreto. Se propusieron hacer, mediante la destrucción, una tabula rasa del mundo "antiguo" malo para erigir sobre ella un mundo "nuevo" bueno. Al intentar el exterminio de clases sociales enteras y la inyección de una escala de valores alternativa en la mente de las personas, su grandilocuentemente declamado amor por la Humanidad adquirió un sabor amargo. Es que cualquiera que se opusiera a los benefactores mundiales debía ser "limpiado". Es lo que Rosa Luxemburg exigió el 8 de Enero de 1919 refiriéndose al presidente del Partido Socialista de Alemania y canciller del Reich, Friedrich Ebert.
El Bolchevismo como "Pogrom-Socialismo"
En los hechos, los bolcheviques de ninguna manera liquidaron solamente a los "enemigos de clase" sino, además, a los social-revolucionarios y a la oposición socialista, como en el caso de los marineros sublevados en la fortaleza de Kronstadt, que en su momento habían constituído el núcleo duro de la tropa de la Revolución de Octubre. Los marineros declararon el 9 de Marzo de 1919 en el Izvestia de Kronstadt: "El pueblo se ha convencido de que el comunismo bolchevique significa el imperio de los comisarios más fusilamientos". Llama la atención que esos social-revolucionarios se refiriesen a Leon Trotsky, convertido ahora en su verdugo, como "judío" y que proclamasen la consigna de "¡Abajo con los comunistas y con los judíos!". Al lanzar esa consigna, los marineros sin duda pensaban en Grigori Zinoviev, el presidente del sovietregional de Kronstadt, y en Moisei Uritzki, el jefe de la Cheka de Petrogrado. El primero de ellos observó cínicamente refiriéndose a los "enemigos de clase" despojados de su condición humana: "el que los colguemos de forma legal o ilegal no es lo relevante".
El asesinato de los miembros de una clase enemiga, para lo cual los bolcheviques acuñaron la expresión "liquidación", fue empleado según el socialista ruso Sergei Melgunov como un "arma del poder". Estando todavía en prisión, la bastante contradictoria Rosa Luxemburg comentó ese método lapidariamente el 30 de Septiembre de 1918. Dijo que la "ocurrencia"de Radek de "masacrar a la burguesía" o, incluso, de tan solo amenazar con hacerlo, constituía una "idiotez de grado sumo". Durante el alzamiento de Kronstadt, Israel Helphand / Alexander Parvus, que fuera promotor de Lenin, condenó desde Berlín al socialismo asesino calificándolo de "pogrom-socialismo".
Naturalmente, no se puede cargar sencillamente en la cuenta de Marx el "socialismus asiaticus" que concibió la lucha de clases como una "guerra de clases", si bien la violencia está incorporada a su filosofía de la Historia. Sucedió más bien que el marxismo fue recibido en Rusia bajo las condiciones del sistema zarista. El socialdemócrata Alexander Solomonovic Lande, que se hacía llamar Izgoev y que procedía de una familia judía de Odessa, ya en 1910 caracterizaba a los revolucionarios rusos de la siguiente manera: "Los enemigos del absolutismo están, ellos mismos, empapados de absolutismo y educados en su espíritu. Han incorporado a su psique la violencia y la arbitrariedad del régimen que combaten".
El Kremlin como "Cuna de una Nueva Fe"
El "apocalipsis marxista", como lo denominó Toynbee, produjo una "tremenda impresión" en millones de personas no sólo en Rusia. Para un intelectual a la búsqueda de una nueva fe los acontecimientos del Este constituían una señal de esperanza y hasta una promesa de liberación. Así, Martin Buber, en la revista Der Judepor él editada publicó hacia el cambio de año 1918/1919 el artículo Die Revolution und Wir (La Revolución y Nosotros). En el mismo expresó una profesión de fe en la revolución y declaró que el judaísmo había aportado "una contribución especial a la obra de la revolución humana, al renacimiento de la sociedad a partir del espíritu comunitario".
Alfons Goldschmidt, redactor del grupo Ullsteine hijo de un comerciante textil judío, visitó Rusia en 1920 por invitación de Radek. Sobre ese viaje publicó luego sus Tagebuchblätter (Hojas de Diario) cuyo primer ejemplar dedicó "al camarada Lenin, con sincera admiración". A su anfitrión Radek lo alaba allí como "el Lasalle de la Internacional" y menciona con aprobación tanto la "veneración" que en Moscú se le tributaba a Marx así como la "represión" de la Iglesia por parte de los bolcheviques.
Un año más tarde peregrinó a la Rusia Soviética el miembro del patriciado judío de Hungría Arthur Holitscher, y publicó luego Drei Monate in Sowjetrußland (Tres Meses en la Rusia Soviética). La tapa del libro presenta una estrella roja con hoz y martillo amaneciendo triunfante sobre una cruz cristiana en ocaso. En el libro, el Kremlines celebrado como antiguo "centro de la tiranía" que se ha convertido en "la cuna de una nueva fe, de una joven libertad, en el cerebro de la Historia universal". Holitscher en sus relatos de viaje ensalza con entusiasmo a Radek, Bela Kun y a Rosa Luxemburg, llegando a glorificar a Lenin como "el redentor de la Humanidad". Para él no es "ninguna casualidad que hayan sido en gran parte intelectuales judíos quienes conducen la causa de los oprimidos y cuyo liderazgo es reconocido por el proletariado con conciencia de clase de todas las razas y de todas las religiones". Holitscher compara al bolchevismo con la Reforma que "arrasó" con los dogmas. Como resultado de su viaje a Moscú ese autor trajo consigo la convicción de que "a partir de la política del bolchevismo tiene que surgir la religión del comunismo". En consonancia con eso, Leopold Greenberg escribió en el Jewish Chronicle de Londres, para escándalo de la burguesía judía, que el bolchevismo coincidía con "los más bellos ideales del judaísmo".
La Revolución como "Combate Redentor del Mundo"
Para el etnólogo Wilhelm Mühlmann el tema de la revolución es la "indignación apocalíptica". Es lo que se reflejó en las consignas bolcheviques "Demoler al mundo viejo e instaurar uno nuevo" y"encender el fuego de un incendio mundial" [6]. Elie Wiesel hizo de eso el tema de su novela Das Testament eines ermordeten jüdischen Dichters (El Testamento de un Poeta Judío Asesinado). En el mismo, con sangrientos pogroms anti-judíos de trasfondo, se describe a un agitador comunista y futuro juez rabínico de nombre Ephrain que exige, "entusiasmado": "Tenemos que hacer la revolución porque Dios nos lo ordena. ¡Dios quiere que seamos comunistas!". El modelo para ese personaje novelesco fue el "padre", o bien el "rabino del socialismo judío", Aron Samuel Liberman. Este "pionero del socialismo judío", como lo llama la Encyclopaedia Judaica, surgió de un seminario rabínico de Vilna financiado por el Estado ruso. En 1875, buscado por la policía debido a sus actividades revolucionarias, emigró a Inglaterra pasando por Berlín.
[6] Wilhelm Mühlmann, Chiliasmus und Nativismus, Berlin, 1961, p. 374.
Quien caracterizó el impulso cuasi-religioso de muchos comunistas del modo más impresionante fue Lew Kopelew, hijo de un agrónomo judío: "Nuestro gran objetivo fue el triunfo del comunismo mundial. Por él se puede y se debe mentir, saquear, eliminar cientos de miles y hasta millones de personas. Para nosotros, los conceptos de bien y de mal, humanidad e inhumanidad, eran abstracciones huecas (...) todo lo que nos sirve, es bueno; lo que le sirve al enemigo, es malo (...) perjudica al socialismo".
Los monstruosos eventos desencadenados por la "Revolución de Octubre", que fueron entendidos por Bela Kun y por muchos otros como "el último combate liberador del mundo", no fueron relacionados con judíos socialistas solamente por quienes se vieron mortalmente amenazados por ellos. Por el contrario, los revolucionarios judíos mismos, en su entusiasmo por el socialismo y el comunismo, en muchos casos ensalzaron esas ideologías como creadas por el judaísmo e imbuídas del mismo.
"Patriarcas Judíos del Socialismo"
Entre otros, eso es lo que hizo el escritor Franz Werfel que, siendo un hombre joven, se unió en Viena a la "Guardia Roja" comandada por Egon Erwin Kisch. En su ensayo Geschenk Israels an die Menschheit (El Obsequio de Israel a la Humanidad) alabó a Moses Hess, Karl Marx y a Ferdinand Lasalle como los "patriarcas del socialismo". Para Werfel, el socialismo representaba una "metástasis de la religión", en el lenguaje del espíritu de la época, la cual habría desencadenado "el segundo, decisivo, movimiento mundial después de Cristo".
En el ya mencionado artículo del Weltbühne en el que trata la "oleada anti-semita" provocada por los desórdenes revolucionarios, Arnold Zweig no sólo congratula a los judíos "desde Moisés hasta Landauer"por haber "traído al mundo" el socialismo. Al mismo tiempo señala que muchos judíos son más "radicales" que los no-judíos. Y esto porque los judíos percibieron al "antiguo régimen" como "judeófobo" y por eso se colocaron "en todas partes, en la primera línea de la oposición".
El Radicalismo como "Signo" de la Historia del Padecimiento Judío
Arnold Zweig interpretó ese "radicalismo judío" como un "signo de la milenaria Historia de padecimientos"del pueblo judío. También para el historiador norteamericano Michael Lerner está demostrado que "los judíos fueron, naturalmente, entusiastas partidarios de un colapso de las comunidades tradicionales porque éstas se basaban sobre sistemas religiosos que discriminaban a los judíos".
Houston Stewart Chamberlain, en su libro Fundamentos del Siglo XIX aparecido en 1899, pudo así acusar masivamente a los "judíos ateos" de "planificar Imperios sociales y económicos imposibles, sin importarles si con ello destruyen por completo toda nuestra cultura y civilización construídas con tanto esfuerzo". En ello le atribuía a los "supuestos librepensadores" el ser "auténticos productos de aquella religión judía de la Torá y el Talmud".
Que esas sospechas no eran completamente infundadas lo atestiguó el norteamericano A. Sachs en su ensayo Der Bolschewismus und die Juden (El Bolchevismo y los Judíos) publicado en Nueva York en 1921. En él el autor se regocija porque "El bolchevismo destroza a los camorristas, a los miembros de las Centurias Negras, a los instrumentos de la reacción" para "vengarse en nombre de los judíos que ellos odian". Y a continuación Sachs expresa su esperanza: "Desearía que muchos radicales como Trotsky, Eisner y otros fuesen jefes de Estado. A nuestros enemigos les castañearían los dientes y echarían espuma por la boca de furia".
Tal como lo formuló Stefan Zweig en 1915, la vida de muchos judíos se vio ensombrecida por "el destino de ser personalmente odiados por pertenecer a una raza" [7]. Apenas si se han investigado las consecuencias psíquicas y políticas de esa discriminación y persecución que hizo que muchos judíos, especialmente en Europa del Este, percibiesen a la Iglesia cristiana como un poder amenazador. El efecto traumático de los pogroms lo ilustra la biografía de la "matrona roja" Ana Pauker. A la edad de doce años la entonces Ana Rabinsohn fue testigo de violencias anti-judías que la impresionaron tanto que llegó llorando a su casa y tuvo que guardar cama por varios días presa de delirios febriles.
[7] Stefan Zweig, Briefe an Freunde, Frankfurt/M, 1984, pp. 48-50.
Esas circunstancias explican por qué muchos judíos del Este percibieron su entorno cristiano como amenazador. Erich Fried, nacido en 1921 en Viena, cuenta que lo insultaron llamándolo "cerdo judío" (Saujud) y que, siendo niño, escuchó de varias personas que "Los goyim son nuestros enemigos". William S. Schlamm provenía de Galitzia. Fue un funcionario dirigente de la Federación Juvenil Comunista de Austria, redactor del Rote Fahne y, después de la Segunda Guerra Mundial, se hizo conocido por proponer un "retroceso" anti-comunista. En 1964, en su obra Wer ist Jude? Ein Selbstgespräch (¿Quién es Judío? Un Soliloquio), expresó desde su experiencia íntima del ambiente del que provenía: "Importantes sectores del judaísmo" fueron "impulsados a una pervertida enemistad para con el entorno cristiano".
La Alianza del "Judaísmo-Paria" con el Movimiento Obrero
Durante la convención "Yiddish y la Izquierda" que organizó no hace mucho la tercera "Mendel Friedman International Conference on Yiddish", Tony Michels declaró que el socialismo tuvo un "rostro judío". Al mismo tiempo, constató la "reluctancia" de sus contemporáneos a discutir públicamente el "desproporcionado"número de miembros judíos en los partidos comunistas. Sin embargo, los hechos no desaparecen con tan sólo optar por no hablar de ellos. El hombre de ciencia debe tener por objetivo tomar conocimiento de los hechos y buscar una explicación. La misma, en el caso del socialismo "judío", o del bolchevismo, no está en los atributos de un carácter étnico específico sino en las circunstancias concretas de la existencia judía.
Para el politólogo italiano Enzo Traverso y muchos otros, el motivo para la rebelión de los judíos residió en su existencia de "parias" dentro de la sociedad cristiana [8]. En su lucha contra la discriminación, los judíos rebelados buscaron aliados y, al hacerlo, se toparon con los obreros. Pues, tal como lo describió Theodor Lessing en 1926 en su obra Jüdisches Schicksal (Destino Judío) con una audaz comparación, "los trabajadores industriales de todos los países" no eran "más que una única judeidad. ¡Un único enorme ghetto!". Ante lo cual Lessing expresaba su convicción tan optimista como ilusa: "El trabajador, empero, se siente instintivamente emparentado con el judío".
[8] Enzo Traverso, Die Juden und Deutschland, Berlin, 1993, pp. 81 y sigs.
En el artículo Yuden un Sotsialism (Judíos y Socialismo) del diario Der Avangard de la Federación Obrera Judía de Argentina, los motivos para el vuelco de "una amplia mayoría de nuestro pueblo" al socialismo de explicaba en 1916 de la siguiente manera: "Si entre otros el socialismo es puramente proletario, entre nosotros seguirá siendo nacional porque ninguna otra nación tiene tanta necesidad de un orden que despeje el odio entre los pueblos como la tenemos los judíos".
En el año 1933 Arnold Zweig, en su ensayo Die Illusion des bürgerlichen deutschen Judentums (La Ilusión de la Burguesía Judía Alemana), delineó la lógica existente detrás de "esa alianza que nosotros, los intelectuales judíos, habíamos establecido con los partidos obreros. Les proporcionamos la conducción intelectual (...) ellos nos garantizaron la seguridad de nuestras vidas y la base de nuestro trabajo como judíos. Fue un contrato decente, no escrito". Ese "contrato" se volvió esencial para la tesis del "comunismo judío", aunque debe observarse que los judíos comunistas muchas veces no se consideraron a sí mismos judíos tan conscientemente como el sionista Arnold Zweig.
Para el historiador Jonathan Frankel de Jerusalén, el "socialismo judío" fue durante décadas un factor tan importante en los partidos socialistas de todo el mundo que puede ser considerado como una "subcultura política". Según Frankel, se la ha podido detectar, por ejemplo, en Polonia, Galitzia, Londres, París y Nueva York. William Rubinstein confirmó eso en 1996, en su libro sobre los judíos británicos, diciendo que "para miles de judíos del East End (de Londres) el comunismo ocupó el lugar de la tradicional religión judía y fue claramente un sustituto de la misma". Rubinstein precisa, además, que, tanto para los intelectuales judíos como para el proletariado judío, el comunismo resultó atractivo. A consecuencia de ello, una importante fracción de los judíos fue puesta bajo sospecha, rechazada y combatida por el establishment intelectual y económico, por los liberal-burgueses religiosos e incluso por muchos socialdemócratas de "derecha". Entre otras cosas también porque, a causa del extremismo y el terrorismo comunista, se estableció el estereotipo del comunismo "judío", o del bolchevismo "judío", que puso en peligro a todos los judíos en general.
El padre del comunista Franz Feuchtwanger, que se desempeñaba como abogado de la comunidad judía en Munich, percibió el peligro que representaba el estereotipo del comunismo "judío" para todos los judíos. Según su hijo, temió "no sin razón" que "la fuerte proporción de judíos entre los dirigentes de la república soviética tendría un violento hostigamiento por consecuencia".
La alianza de los intelectuales judíos con sectores de un "proletariado" todavía no integrado a la sociedad burguesa adquirió importancia mundial. La "traición a la clase", que hizo que apóstatas de la burguesía se alzaran contra la sociedad burguesa y la religión, irritó y provocó a muchos, generando reacciones rencorosas. De este modo, en 1927, en la "antología" cristiano-judía Der Jude el católico Oscar Schmitz le pudo echar en cara a los "judíos desarraigados" que le habían "inculcado al proletariado su propio resentimiento", para preguntar luego: "¿Qué cuernos le importaba el proletario alemán a Marx, Lasalle, Eisner, Landauer y Toller?".
Jesús como "el Primer Bolchevique"
Bajo circunstancias completamente diferentes de las actuales, en 1927 Schmitz no tuvo empacho en denominar a los marxistas "judíos sin laTorá" de "fanáticos quiméricos". Incluso llegó al extremo de adjudicarle al marxismo "un anticristianismo diabólico"y a evaluarlo como un "sembrador de monstruos" que buscaba "invertir al cristianismo". Hoy en día afirmaciones como ésas a muchas personas les parecerán demasiado espinosas. En la mayoría de los casos se pasa por alto en silencio que fueron precisamente judíos revolucionarios los que intentaron destruír al cristianismo, siendo que ello no es una acusación malévola sino un hecho objetivo. Extremistas, como el jefe de los "ateos" bolcheviques Emelian Jaroslawski, o también Bela Kun en Budapest, se lanzaron a la lucha contra el "régimen de Jesús". Otros, en cambio, reinterpretaron al Mesías condenado por los judíos religiosos y lo transformaron ¡en un social-revolucionario judío! Así, el filósofo vienés, Robert Eisler –padre de los famosos comunistas Ruth Fischer, Gerhard Eisler y Hanns Eisler– en su obra Iesous Basileus ou Basileusas asigna a Jesús al bando patriótico de los combatientes judíos por la libertad. Entre sus contemporáneos, el libro mencionado cayó como una bomba.
Durante las Pascuas de 1892 los socialistas del Arbeiter Zeitung(Diario Obrero) de Viena alabaron a Jesús como "el primer comunista" y Albert Ehrenstein en 1919 así como Oscar Levy en 1927 en el Weltbühne(Tribuna Mundial) lo llamaron provocativamente "el primer bolchevique". Con ello esas personas se alejaban públicamente del judaísmo para concertar al mismo tiempo una alianza con los cristianos renegados. Pero, por sobre todo, su objetivo era cuestionar toda la legitimación tradicional del orden social existente.
El "Contraataque Devastador"
El sociólogo Manès Sperber, quien como muchos intelectuales judíos fue comunista, hasta 1937, opinó acerca del desafío al entorno cristiano lanzado por el marxismo revolucionario: "Sólo los políticamente necios pueden creer que los ataques tendientes a destruír tanto las relaciones sociales existentes como los estratos vitalmente interesados en su mantenimiento pueden continuar por un tiempo prolongado sin despertar en los atacados la decidida voluntad de defenderse y de pasar a un contraataque devastador". Lo acertado de ese análisis queda confirmado por las múltiples y serias advertencias que desde el lado judío se les hicieron a los judíos revolucionarios pero que éstos desoyeron en forma sistemática. Entre estas advertencias se destaca la realizada en 1923 por Iosef M. Bikerman desde su exilio en Berlín. Según él la "excesiva participación de bolcheviques hebreos en la opresión y destrucción de Rusia fue un pecado que, en sí mismo, entrañaba la venganza". Ya en aquella época Bikerman profetizaba sombrío: "El siniestro odio a los bolcheviques se transformará en un odio equivalente contra los hebreos. Y no sólo en Rusia".
Si bien la mayoría de los cristianos, incluso en Alemania, seguramente no se volvió judeófoba, así y todo muchos le recriminaron al judaísmo una complicidad –luego exagerada por la demagogia– con el comunismo. Así, según la polaca Teresa Prekerova, el "filo-sovietismo de los judíos" se convirtió en "una importante excusa" para no tener demasiados escrúpulos morales a la hora de perseguir a los judíos.
Antes de dedicarnos más en detalle a los contraataques anti-semitas, reiteremos que algunos socialistas judíos de aquella época fueron conscientes de esa fatal inter-relación de causas intervinientes en "la terrible interacción de revolución y contrarrevolución". El biógrafo de Otto Bauer, el principal pensador austromarxista, señala: "El intelectual judío que había renegado de la fe de sus padres para volcarse al socialismo y al internacionalismo, representó para el buen cristiano, y hasta para el pequeñoburgués alemán, algo así como un espíritu infernal". Con ello volvieron a la vida temores y visiones terroríficas mucho más antiguas. Ya en el año revolucionario de 1848 el vienés Adolf Jellinek observaba: "Los reaccionarios denuncian a los judíos acusándolos de ser el perpetuum mobile de la revolución". Por aquella época circuló en Viena un panfleto en el que se señalaba en forma brutal que la desaparición del orden cristiano, que discriminaba pero al mismo tiempo protegía a los judíos, podía llegar a tener para éstos consecuencias funestas y hasta mortales: "Los cristianos que ya no tengan una fe cristiana se convertirán en los más rabiosos enemigos de los judíos. Cuando el pueblo cristiano ya no tenga ni cristianismo ni dinero, entonces, judíos, mandaos fabricar cráneos de hierro porque con los óseos no sobreviviréis a la Historia".
En 1970 el historiador Jacob Talmon de Jerusalén en su artículo Jews between Revolution and Counter-Revolution le da gran importancia al testimonio del emigrado alemán Karl Ludwig Bernays publicado en 1849 en el Israels Herald de Nueva York. Bernays fue el hijo de un comerciante judío de Maguncia que trabajó junto a Heinrich Heine, Friedrich Engels y Karl Marx, llegando a tener hasta contactos con Abraham Lincoln en Estados Unidos. En 1849 presentó un análisis que, según la opinión del especialista marxista Helmut Hirsh, se "condice" completamente con el pensamiento de Marx: "En su lucha por la emancipación, los judíos han liberado a los Estados europeos del cristianismo (...) Los judíos se vengaron de un mundo hostil de un modo completamente novedoso (...) liberando a los hombres de toda religión, de todo sentimiento patriótico". Esa opinión fue compartida justamente por quienes enfrentaban al judaísmo, ya sea de un modo escéptico o bien de manera hostil. Mientras por un lado el historiador alemán nacional-liberal Heinrich von Treitschke se refería despectivamente a los dirigentes socialistas judíos como "directores orientales del coro de la revolución", por el otro lado, el cristiano-conservador Constantin Frantz acusaba a los judíos revolucionarios en un folleto de 1874 de querer erigir su "trono" sobre las ruinas de la Iglesia cristiana y de los Estados cristianos. Según Frantz, a ese fin los judíos revolucionarios intentaban "poner el socialismo a su servicio" para utilizarlo como "ariete"contra la Iglesia y contra la cristiandad.
Esa interpretación se aproxima a su vez a la que Daniel Cohn-Bendit expresa en su libro Der Große Basar (El Gran Bazar). En el mismo este partícipe de las revueltas de 1968 explica que, entre los judíos, existen dos clases de rebelión: en primer lugar la "humanitaria"contra el racismo y, en segundo lugar, la "venganza intelectual que halla su expresión en los movimientos revolucionarios". Como ejemplos de lo segundo, Cohn-Bendit cita a Radek y a Trotsky, siendo que este último representa, en su opinión, "la encarnación del pequeño judío talmúdico".
El ensayo de 1934 Katholizismus und Judentum, del superior húngaro de la Orden de los jesuítas Bela Bangha –que visiblemente se hallaba bajo una especie de shock post-Bela Kun– deja entrever la clase de fuerzas contrarias demoledoras que puede despertar un ataque así. Bangha afirma que el marxismo revolucionario se condice "en su esencia con una determinada psique y con actitudes judías". Según él, "el terror inhumano que recae sobre todo el mundo no-bolchevique como una terrible amenaza" debe "contabilizarse en la cuenta de la colectividad judía". Bangha sub-rayó esas afirmaciones con la apenas velada amenaza: "las volcánicamente emergentes persecuciones de judíos durante los siglos pasados conllevan todas ese carácter de querer saldar la cuenta después de haber soportado las provocaciones en silencio durante largo tiempo".
El Nuevo Antisemitismo por Temor al Bolchevismo
En lo que al antisemitismo se refiere, hay que distinguir entre el anti-judaísmo cristiano y el antisemitismo político moderno, cuya envergadura va desde el antisemitismo de salón, con una judeofobia moderada, hasta el antisemitismo destructor. En la práctica uno se encuentra con formas intermedias transicionales y mixtas. Por lo demás, en una época en la que el concepto de "raza" todavía no estaba desacreditado y con frecuencia se lo empleaba como sinónimo de "pueblo", hubo hasta judíos que se consideraron miembros de una "raza" judía. Esto queda demostrado, por ejemplo, con el best-sellerdel médico berlinés Fritz Kahn Die Juden als Rasse und Kulturvolk (Los Judíos como Raza y Pueblo de Cultura), de 1920, en el que se exalta eufóricamente la "legión de revolucionarios judíos".
En nuestro contexto, lo importante es determinar el peso del antisemitismo político, militante y anti-comunista, que se superpone al antisemitismo tradicional. Como incluso Bernstein reconoce, si hacemos excepción de épocas de crisis, el antisemitismo tradicional en Europa central y occidental fue relativamente moderado y permitió, sin duda alguna, la existencia de relaciones sociales y comerciales. Aparte de ello, cabe señalar que el rechazo y la separación fueron mutuos. Tampoco los judíos religiosos y tradicionalistas consideraban admisible el matrimonio con un cristiano así como, en absoluto, existió un apartheidno sólo entre cristianos y judíos sino, también, entre Protestantes y católicos.
Lo que cambió la situación por completo fue la Primera Guerra Mundial y las revoluciones desencadenadas por la misma en las cuales los revolucionarios judíos desempeñaron papeles notorios. En 1989 Geoffrey Alderman, en su artículo Antisemitism in Britain escrito para el Jewish Journal of Sociology, publicó el resultado de sus investigaciones, siendo que el mismo de ninguna manera es válido solamente para Inglaterra. Se resume así: "El antisemitismo floreció en los años veinte como resultado del temor al bolchevismo".
La agresividad anti-judía fue tanto más grande cuanto más evidente se hizo que el papel extraordinario desempeñado por los revolucionarios judíos no fue algo casual sino relacionado en muchos casos con motivaciones específicamente judías. Muchos judíos, como por ejemplo Leopold Trepper, se hicieron comunistas porqueeran judíos. Tiene realmente un significado simbólico el que Gustav Landauer, el anarquista asesinado después de la caída de la república soviética de Munich, pronunciara el 18 de Mayo de 1916 una conferencia en la calle Dragoner del Scheuneviertel de Berlín sobe el tema "Judaísmo y Socialismo". Fue Landauer el que le escribió, el 2 de Diciembre de 1918, a Martin Buber: "Muy lindo tema el de la revolución y los judíos. ¡No olvide tratar la participación directiva de los judíos en la insurrección!".
La opción de una importante fracción de los judíos por el partidismo socialista y comunista hizo que, en todo el mundo, innumerables cristianos y burgueses –que veían amenazados al cristianismo, a la Iglesia, a las libertades burguesas y al orden de la propiedad privada por la sanguinaria lucha de clases y el "ateísmo combativo" de los bolcheviques– se alarmaran y reaccionaran de un modo anti-judío. Entre ellos se encontró Winston Churchill, quien se mostró alarmado por el papel de "los judíos internacionales y mayormente ateos en el avance del bolchevismo", tal como lo formuló en su artículo Zionism versus Bolshevismde Febrero de 1920.
"Roma contra Moscú"
La alarma mundial por el desafío bolchevique brindó material para las teorías conspirativas. El semanario Catholic Herald de Londres publicó el 21 y 28 de Octubre, así como el 4 de Noviembre de 1933, la serie de artículos Judaism and Bolshevism de la especialista en ciencias naturales Annie Homer. La serie apareció también en forma de separata en 1934. Los artículos describen al bolchevismo como una "concepción judía" y "anticristiana" basada sobre los escritos de Karl Marx. Hacen referencia al plan quinquenal soviético y a la "desenfrenada persecución de los cristianos por los bolcheviques", no sólo en Rusia sino también en España y en Méjico. Annie Homer caracterizó al "movimiento soviético como judío y no ruso", equiparó la estrella de David a la estrella soviética, y retrató a los judíos como diabólicos conspiradores mundiales que ocultaban su nacionalismo bajo el disfraz del internacionalismo. Todo ello lo atribuyó a una "alianza" entre los bolcheviques como "declarados enemigos del capitalismo" y los "supercapitalistas internacionales" judíos que, supuestamente, financiaban el plan quinquenal soviético.
En Estados Unidos el sacerdote Charles Coughlin fustigaba en sus emisiones radiales simultáneamente a los banqueros judíos y a judíos comunistas como Bela Kun y Leon Trotsky. La enorme influencia de ese movimiento popular de Derecha se puede apreciar en una encuesta de Abril de 1938. Según la misma, el 27% de los entrevistados se manifestó de acuerdo con Coughlin, mientras que un 32% solo discrepaba un poco con él. La convicción de Coughlin, en cuanto a que entre la Iglesia y el comunismo se había desatado una "guerra a muerte", fue, pues, compartida por una gran cantidad de estadounidenses. Como consecuencia de ello y tal como lo manifestó Coughlin en un sermón difundido por radio en Noviembre de 1938, también en Estados Unidos muchos consideraron al Nacionalsocialismo como "un mecanismo de defensa contra el comunismo", aceptándolo como algo condicionalmente útil.
También en el escrito Katholizismus und Kommunismus del sacerdote jesuíta Jakob Nötges, que contó con un Imprimatur de Colonia en Marzo de 1932, la lucha entre la religión cristiana y el comunismo está presentada como una confrontación existencial. Haciendo referencia al presidente de la "Federación de Ateos Militantes", Emelian Jaroslawski –a quien, dicho sea de paso, no se lo etiqueta de judío–, Nötges lanza la siguiente orden de batalla: "¡Roma contra Moscú! Esto es, Cristo contra Satanás". Y convocó enfáticamente a "nuestro pueblo, incluyendo mujeres y niños" a una "batalla espiritual por el catolicismo y contra el comunismo, ¡a vencer o a morir!".
El embajador alemán ante la Santa Sede, Ernst con Weizsäcker, informaba durante el otoño de 1943 a Berlín: "Realmente la hostilidad hacia el bolchevismo es la componente más segura de la política exterior vaticana". Y agregaba: "Todo lo que sirva para luchar contra el bolchevismo será bienvenido por la curia". Esto demuestra claramente que, dado el temor a los bolcheviques existente en círculos muy influyentes, Hitler tuvo aliados pasivos –y de ningún modo sólo en Alemania– a pesar de todas las demás diferencias políticas y filosóficas. Es que existió una parcial identidad entre los objetivos anti-comunistas de Hitler con los de los círculos eclesiásticos y burgueses. Así, el conde Clemens Galen, conocido oponente de los nacionalsocialistas y de benévola actitud hacia los judíos religiosos, tomó posición como obispo de Münster contra la "peste del bolchevismo"en una carta pastoral del 14 de Septiembre de 1941, otorgándole con ello un respaldo moral a la guerra alemana contra la Unión Soviética.
Hay que sub-rayar que los adversarios del bolchevismo no fueron exclusivamente los conservadores, los radicales de Derecha y los antisemitas. Después de la Primera Guerra Mundial también banqueros judíos apoyaron naturalmente la agitación anti-bolchevique. El centro socialdemócrata tuvo una orientación decididamente anti-bolchevique, y hasta el "Comité Internacional de los Socialistas Religiosos" se sintió obligado a declarar en 1930 que "el espíritu del bolchevismo es un espíritu de odio y de desprecio por todo lo que tan solo parezca religión, y más aun si es cristiana!".
Antes de la caída del Imperio soviético y la consecuente desaparición de la "amenaza roja", a muchos les resultó difícil hacerse un cuadro realista del régimen soviético. En esto lo determinante no fue tan sólo que muchos intelectuales tuvieron "con el marxismo una especie de relación amorosa", como lo señaló Eric Hobsbawm [9]. A esto hay que agregar que más de uno no quiso malquistarse con el poder soviético que disponía, incluso en Occidente, de muchas influencias y posibilidades de ejercerlas.
[9] Eric Hobsbawm, Revolution und Revolte, Frankfurt/M, 1977, p. 42.
Con la negación de la diferencia fundamental existente entre el "anti-bolchevismo" democrático y el nacionalsocialista, todo el "anti-comunismo" terminó siendo una especie de pecado, o al menos declarado como tal de parte de ciertos interesados que no cesaron de denunciarlo y convertirlo en tabú porque, supuestamente, "seguía las huellas de Goebbels". Así, pues, antes del colapso del "socialismo real" frecuentemente resultó oportuno negar el "peligro bolchevique" y evitar su presentación como "la pesadilla". Para la situación de 1917-1918 ese tipo de apreciaciones se aleja por completo de los hechos. Entre 1919 y 1920 diplomáticos ingleses y franceses consideraron que Europa central se hallaba seriamente amenazada por el bolchevismo y tomaron enérgicas medidas para derrocar al régimen soviético de Hungría financiado desde Moscú. Francia ayudó también a Polonia en 1920 enviando asesores militares para frenar al Ejército Rojo que avanzó hasta el Vístula. A ese cuerpo de asesores perteneció el joven oficial Charles de Gaulle.
Durante el año crítico de 1919, Elias Hurwitz, un sociólogo y escritor judío nacido en Rusia y que vivía en Alemania, resumía el cuadro de situación de la siguiente manera: "La futura expansión del bolchevismo por el mundo es una de las cuestionas más candentes de la actualidad y desplaza a todas las demás por amplio margen".
La Odiosa Fórmula "Bolchevismo Judío"
El comportamiento del ser humano está influído de un modo altamente determinante por factores subjetivos. En nuestro caso, por el temor al bolchevismo convertido, a veces, en manía. El historiador norteamericano nacido en Breslau Fritz Epstein es de la opinión de que en la Historia de la Edad Moderna los "complejos alarmantes –las amenazas y los miedos– han desempeñado un papel importante, todavía no investigado de un modo satisfactorio".
En el surgimiento de la "fórmula odiosa" de "bolchevismo judío", el miedo desempeñó un papel decisivo. En su base existió la imagen de un enemigo cuyos elementos y motivaciones deben ser determinados cuidadosamente. En ese contexto, es preciso prestar atención a lo que en 1933 observó Siegfried Kracauer en cuanto a que la burguesía alemana "no aportó poco para facilitarle a Hitler la toma del poder. Por temor al comunismo. Hay que haber participado de reuniones sociales en las que se habla del comunismo. Comerciantes, abogados, etc. inteligentes y decentes, se ponen pálidos en el momento en que resuena esta palabra terrorífica".
También llama la atención el hecho mencionado por Saul Friedländer, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, que se halla en violenta contradicción con las insinuaciones de Daniel Goldhagen. Según Friedländer, "para muchos simpatizantes del partido (NSDAP), como por ejemplo para los simples miembros y también para la tropa de base de las SA, el odio al comunismo representó un papel por lejos mayor que la predisposición anti-judía". Ese análisis queda confirmado por las investigaciones de Ian Kershaw quien señala los cuadros de situación que evaluaban las autoridades de la baja Baviera y del alto Palatinado poco después de la toma del poder por parte de los nacionalsocialistas. Según esas apreciaciones, la población percibía como algo "agradable" que los "agitadores comunistas fuesen mayormente neutralizados". En contrapartida, la cosmovisión antisemita tuvo para "la gran masa de la población y en general, una importancia tan solo secundaria", siendo que su actitud estuvo caracterizada, en todo caso, por "la indiferencia y la apatía en lo referente al destino de los judíos". También Ronnie Landau expresa en su libro sobre el "Holocausto" que la línea divisoria fundamental en la política alemana no pasaba por el odio a los judíos sino por el odio y el temor despertado por los socialistas radicales.
El Antisemitismo Anti-Comunista de Hitler
La judeofobia de Hitler fue compleja y estuvo influída tanto por el anti-judaísmo cristiano como por concepciones racistas. Al definir al enemigo en un discurso en el Bürgerbräu el 17 de Febrero de 1925, Hitler definió el siguiente objetivo principal: "Lucha contra el comunismo así como contra el portador intelectual de esta peste mundial: el judío". Los judíos socialistas y comunistas, con el agregado de arbitrarias interpretaciones históricas anti-judías, hicieron surgir en Hitler la convicción de que detrás de la "profesión de fe marxista (...) está el judío" (Mein Kampf). La circunstancia de que durante la "dictadura soviética" de Munich los judíos revolucionarios desempeñaran un papel trascendental fue para Hitler una prueba de que ese régimen había constituído "un pasajero reinado judío". Por los mismos motivos interpretó al "bolchevismo ruso" como "el intento del judaísmo mundial (...) de llegar a dominar el mundo".
En "el" judío, Hitler combatió principalmente al revolucionario. A lo largo de una conversación de sobremesa del 7 de Junio de 1944 estableció el sorprendente dogma de que "sin el judío no habría ninguna revolución" puesto que "si en tiempos de crisis falta el judío, no existe el catalizador de la revolución". Respecto de la imagen que Hitler tenía de su enemigo, el historiador israelí Talmon expresó en 1981:"Hitler eligió al revolucionario internacional marxista judío como su blanco preferido, como el prototipo del judío malhechor".
En su libro Hitler, Germans and the Jewish Question la conocida historiadora Sarah Gordon observó en 1984 que existe una tendencia a dejar de lado y a ignorar el "significativo papel" que desempeñaron los intelectuales judíos del Partido Socialista y del Partido Comunista de Alemania, desatendiendo así las "razones genuinas y objetivas del antisemitismo exaltado". Según el libro de Gerald Fleming Hitler und die Endlösung (Hitler y la Solución Final), fue precisamente el aquí mencionado antisemitismo político el que condujo a Hitler a una "radicalización de su judeofobia". Este incómodo tema, con frecuencia convertido en tabú, lo trató Ernst Nolte con una "reducción metafórica". A muchas personas, sus tesis, expuestas en el marco de la "Disputa de los historiadores" (Historikerstreit), les indignaron tanto que ni siquiera se llegó a discutir el tema en cuestión. Después de hacer a Nolte objeto de sospechas y de ataques personales políticamente motivados, el contenido de verdad que tenían sus afirmaciones principales ya ni siquiera se consideró como algo digno de ser verificado. Sin embargo, si alguien interpreta con precisión el discurso de Nolte sobre el "núcleo racional" de la amenaza representada por el "bolchevismo judío"–como Nolte mismo lo ha precisado– y entiende que no se trata de un núcleo "justificado" sino de un núcleo "racionalmente comprobable y verificable", entonces queda claro que las conclusiones finales de Nolte no se alejan demasiado de los resultados obtenidos por varios historiadores judíos aquí citados.
En el año 2001, con ocasión de la inauguración del Museo Judío en Berlín, Henryk M. Broder, que vive alternadamente en Alemania e Israel, puso irrespetuosamente el dedo en esa llaga que resulta decisiva para explicar la susceptibilidad que existe respecto del tema. En la revista Spiegelseñaló que dicho museo sólo presentaba a los "judíos buenos" ya que los judíos herejes como Karl Marx y Rosa Luxemburg resultaban "indeseados", ¡y ni siquiera figuraban en él!. Esa eliminación de Marx del cuadro histórico pudo haber obedecido –de modo consciente o inconsciente– al deseo de no hacer referencia a la orientación anti-comunista-antijudía del Nacionalsocialismo y a su carácter de contra-movimiento.
La motivación anti-comunista de Hitler, que en el cuadro histórico mediático por lo general se trata de disimular, queda confirmada por fuentes a las que apenas se les ha prestado alguna atención. El primer ministro de Relaciones Exteriores de Hitler, Konstantin von Neurath, declaró en 1946, en Nuremberg, que hacia el principio del régimen había tratado de atemperar el anti-comunismo de Hitler, pero éste rechazó la recomendación con el argumento de que el anti-comunismo era "el aglutinante esencial que mantenía la unidad del partido". De ello podemos concluír, con Martin Broszat, que Hitler, como mínimo por motivos tácticos, decidió poner en primer plano la lucha contra el comunismo puesto que ese objetivo era absolutamente popular entre la población de su tiempo. Por el contrario, su "visión secreta" se concretó probablemente sólo después de comenzada la guerra en su decisión de erradicar a los judíos y permaneció en un discreto segundo plano hasta ese momento.
La importancia de la línea argumental anti-comunista para Hitler y para varios antisemitas queda sub-rayada por muchos hechos. Cuando en Mayo de 1933 Max Planck, presidente de la Sociedad Kaiser Wilhelm para el Fomento de la Ciencia, se entrevistó con Hitler –convertido poco antes en Canciller del Reich– y trató de interceder por ciertos "judíos valiosos", el Führer le contestó: "Contra los judíos en sí no tengo nada. Pero los judíos son todos comunistas y éstos son mis enemigos. Contra ellos se dirige mi lucha".
Fusión y Evaluación de la Imagen del Judío como Enemigo
En un discurso del 24 de Noviembre de 1920 en la Hofbräuhaus Hitler declaró: "Prefiero a cien negros en la sala antes que a un judío". Esa formulación confirma que el antisemitismo no constituyó sencillamente la "expresión de una ideología racista", como lo afirman enfáticamente dos autores judeo-norteamericanos –un rabino y un científico– en su famoso libro Why the Jews?. Más bien, para los nacionalsocialistas y para varios otros, el judío era la personificación del mal. En ello confluían y se confundían las imágenes del judío como "Anticristo" y la imagen moderna del "judío bolchevique". La imagen hostil del "bolchevismo judío" pudo convertirse en uno de los más poderosos mitos políticos de la Edad Moderna porque a los círculos burgueses y cristianos les fue posible considerar y denunciar al bolchevismo como "judío". En esto, el concepto de mito debe entenderse como "un universo de significados cargados emocionalmente" que influyen en el pensamiento y en la acción. La fórmula propagandística nacionalsocialista del "bolchevismo como brazo ejecutor del judaísmo" tuvo efectos mucho mayores y más devastadores que la imagen del "bolchevismo judío" difundida mundialmente después de la Primera Guerra Mundial.
Prager y Telushkin admitieron en 1985, en el ya mencionado libro Why the Jews?, que la "asociación de judíos con doctrinas revolucionarias y con alzamientos, desgraciadamente no es el producto de una imaginación antisemita" [10]. Al igual que lo hacen todas las investigaciones prácticamente en forma unánime, también ellos parten del hecho de que la imagen de un "comunismo judío" no hubiera surgido sin la existencia de muchos prominentes judíos comunistas, y tampoco hubiera sido posible hacerla plausible sin ellos.
[10] Dennis Prager y Joseph Telushkin, Why the Jews?, New York, 1985, p. 60.
Llama la atención que Ezra Mendelsohn de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en su libro On Modern Jewish Politics de 1993, haya reproducido y estado de acuerdo con la siguiente afirmación del autor judeo-ruso Vasily Grossman: "La lógica de la historia judía parece conducir inexorablemente a la identificación del judío moderno y secularizado con el comunismo". Para Mendelsohn, la "prominencia" de judíos en regímenes comunistas fue un "desastre para toda la comunidad judía". Esa notoriedad explica, entre otras cosas, también la disposición de Lituania a colaborar con la política nacionalsocialista. Desde el momento en que los judíos comunistas de Lituania recibieron con agrado la ocupación soviética de 1939, Donald Horowitz puede adjudicar a los "mortales excesos étnicos" las violencias antisemitas espontáneas ocurridas en ocasión de la ocupación del país por la Wehrmacht en el verano de 1941.
Una situación similar se produjo en Polonia oriental, donde en el otoño de 1939 los soviéticos, luego de la repartición de Polonia entre Hitler y Stalin, llevaron a cabo una sovietización brutal de la que participaron judíos comunistas. Sobre el trasfondo de un arraigado rechazo cristiano a los judíos en Polonia y según Bogdan Musial, eso desencadenó una "necesidad colectiva de venganza" que se descargó en 1941 –ante la pasividad y quizás hasta el estímulo de los nacionalsocialistas– en tremendos pogroms como el de Jedwabne. Musial escribe que esos procesos largo tiempo reprimidos hicieron que, ante los ojos de los soldados alemanes, el "cuadro propagandístico abstracto" del terror judeo-bolchevique se convirtiese en una "realidad subjetiva".
En cuanto a la evaluación política de la imagen del enemigo que tuvieron los anti-bolcheviques–antijudíos, Henri Amouroux hizo, en un trabajo sobre la "Colaboración" francesa, la siguiente reveladora observación sobre la jerarquía de las imágenes del enemigo: "El comunista estuvo inequívocamente antes que el masón o el judío. Y cuando el comunista fue al mismo tiempo también judío –o bien, como menos frecuentemente ocurrió, masón por añadidura– ¡qué entusiasmo produjo entonces la posibilidad de hostigar en su persona a una trinidad demoníaca!". Esa evaluación se condice con la que hizo un periodista norteamericano después de la Segunda Guerra Mundial respecto de la pregunta de por qué un diplomático judío no era bien visto en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Varsovia. La respuesta es: "El 25% lo aborrece porque es comunista, otro 25% lo aborrece porque es judío, y un 50% lo aborrece porque es judío y comunista". En la Polonia estalinista, en la que judíos comunistas desempeñaron un papel crucial, para la gran mayoría de los polacos católicos y anti-comunistas era válida la consigna de que "en la lucha contra el comunismo nos liberamos de los judíos, y viceversa".
La guerra del marxismo revolucionario (bolchevismo) contra el mundo burgués y cristiano, en la que coparticiparon dirigentes extremistas y terroristas judíos como Trotsky y Bela Kun, colaboró sustancialmente en transferirle al antisemitismo tradicional un nuevo componente agregado. El ignorar esos hechos y opinar, como lo hace Daniel Jonah Goldhagen, que "el antisemitismo no tiene nada que ver con las acciones de los judíos", significa ocultar hechos cruciales cuyo conocimiento es imprescindible para comprender el contexto histórico. En honor a la verdad, hay que consignar que, no en última instancia, fue por eso que científicos judíos e israelíes de renombre como, por ejemplo, Raul Hilberg y Yehuda Bauer, declararon al libro de Goldhagen como científicamente en gran medida "inservible". Casi atónitos, esos científicos comprobaron que en el libro mencionado no figuran en absoluto los socialistas y los comunistas, como tampoco los alzamientos revolucionarios de los años 1914–1923.
Antisemitismo Racial versusAntisemitismo como Política de Estado
Erich Goldhagen, el padre de Daniel Goldhagen, apuntó al tema dejado de lado por su hijo cuando, en 1976, diferenció el antisemitismo "objetivo o realista" del "subjetivo o irreal". Su diferenciación se condice, y no por casualidad, con la que hizo el sacerdote jesuíta Gustav Grundlach en 1930, en el artículo Antisemitismus de la enciclopedia ya mencionada. Hallamos la misma diferenciación más tarde también en Ernst Nolte, quien distingue entre un antisemitismo "real" y otro "conjetural" fantasioso. Grundlach condenó al antisemitismo "étnico y racial-político" como "dañino" y "no cristiano", pero consideró que el antisemitismo como "política de Estado" estaba "permitido"en la medida en que "realmente combatiera la influencia de la parte judía del pueblo (...) con medios morales y legales". Por lo demás, Grundlach, en su calidad de profesor de la Universidad Gregoriana jesuíta del Vaticano, redactó el borrador de la encíclica Contra el Racismo que, finalmente, no fue publicada.
En Agosto de 1929 el "pastor" Protestante Wilhelm Lüder sub-rayó de una manera más militante todavía esa diferenciación en su artículo Zur Judenfrage (Sobre la Cuestión Judía) publicado en el Hannoverschen Sonntagsblatt. También él rechazó el antisemitismo "errado" o "antisemitismo de pogrom" y desechó decididamente el "antisemitismo racista". Al mismo tiempo, sin embargo, convocó a fomentar el "antisemitismo correcto" al cual encontró justificado por los "judíos al frente del movimiento revolucionario" a los cuales calificó diciendo "en pocas palabras: son el alma del bolchevismo".
Con un empleo indiferenciado de la palabra "antisemitismo" y equiparándola, como se hace popularmente, con el bastante difuso concepto del racismo, lo que se pasa por alto es que incluso dirigentes nacionalsocialistas de primera línea no discutieron con argumentos principal ni exclusivamente "racistas" sino más bien con consideraciones culturales y políticas, en todo caso extremadamente intolerantes. Ése fue, por ejemplo, el caso de Hermann Göring y Joseph Goebbels. El 2 de Marzo de 1933 Göring declaró: "Mi tarea principal consistirá en erradicar la peste del comunismo y para ello paso desde ya al ataque en toda la línea" [11]. En su artículo Vernichtung von Marxismus und Kommunismus (Destrucción del Marxismo y el Comunismo) Hermann Göring expresaba por aquella época que "los judíos... constituyen la primera línea del marxismo y del comunismo". Y agregaba con sarcasmo: "Los judíos decentes pueden agradecerle a sus hermanos de raza que el pueblo alemán los meta hoy a todos en la misma bolsa" [12]. El psicólogo oficial del tribunal de Nuremberg informó más tarde que, estando en prisión, Göring relataba "con satisfacción" cómo, después de la toma del poder, "persiguió a los comunistas" y organizó los campos de concentración "principalmente para tener a los comunistas bajo control".
[11] Martin Broszat, Der Staat Hitlers, Munich, 1969, p. 103.
[12] Hermann Göring, Aufbau einer Nation, Berlin, 1934, pp. 90 y sigs.
Tanto el 13 de Septiembre de 1935 como el 9 de Septiembre de 1936, con ocasión del congreso partidario en Nuremberg, Goebbels pronunció sendos discursos anti-bolcheviques. En ellos atacó a destacados judíos comunistas individualizándolos con nombres y apellidos. Se dedicó intensivamente a la república soviética de Munich y al "régimen bolchevique del judío Bela Kun". Mencionó también la "colectivización forzosa" en Rusia, en la que "el judío Kaganovich" había desempeñado un notorio liderazgo. Según el orador, la colectivización significó que "más de quince millones de campesinos, conjuntamente con sus familias, fueron físicamente exterminados". Según Goebbels, no cabía duda alguna de que "el judío" había "construído" el bolchevismo, el cual representaba "el más craso dominio del sanguinario terror que el mundo haya visto jamás". Sobre el "Comintern, como aparato destructor del mundo", Goebbels dijo que "en realidad, se trata de una Internacional judía". Sobre los efectos del discurso de Goebbels mencionado en primer término, el informe del aparato secreto de información del Partido Socialista alemán del 16 de Octubre de 1935 decía: "El discurso de Goebbels contra el bolchevismo no ha dejado de causar impresión. Esta clase de propaganda es adecuada para inyectarle al burgués de nuevo el miedo al bolchevismo. A esto se agrega que la propaganda dirigida contra el judaísmo político en no pocas ocasiones prende hasta entre los trabajadores".
De la Teoría Conspirativa Masónica al Mito del "Bolchevismo Judío"
Hay mucho que habla a favor de que se ha exagerado la importancia de las teorías raciales de la ideología nacionalsocialista, consideradas por muchos alemanes –incluso nacionalsocialistas– como sectarias. En contrapartida, el antisemitismo político se ha subestimado y en no pocas oportunidades hasta ocultado, por considerárselo un tema inoportuno. Con la ayuda del concepto abstracto de "racismo" se ha intentado soslayar la vinculación de una fracción del judaísmo con el comunismo revolucionario, vinculación que a muchos les resulta embarazosa, si bien judíos liberales y socialistas esclarecidos hablan del tema con franqueza.
El perito consultor jurídico del tribunal de crímenes de guerra de Nuremberg, Reinhard Maurach, sub-rayó que la "teoría combinatoria" que amalgamó "el problema judío con el bolchevique" formó parte del equipamiento estándar de la doctrina nacionalsocialista. Según él, no puede haber duda alguna de que el Nacionalsocialismo tuvo un gran éxito en convencer a la amplia mayoría del pueblo alemán de la existencia de una "identidad entre el bolchevismo y el judaísmo". A esa teoría igualadora se le resta importancia entre otras cosas también porque, hasta el día de hoy, constituye parte del repertorio de círculos de extrema Derecha, incluso de sectores islámicos, que le imputan a los judíos su participación en el comunismo.
Norman Cohn, en la nueva edición de 1998 de su obra estándar Die Protokolle der Weisen von Zion. Der Mythos von der jüdischen Weltverschwörung (Los Protocolos de los Sabios de Sion. El Mito de la Conspiración Mundial Judía) señala acertadamente que "el mito de la conspiración judeo-comunista... (demostró ser) más contagioso que el de la conspiración judeo-masónica". La reacción a la Ilustración y a la Revolución Francesa, que generó la tesis de la conspiración y que se concentró en los masones y en los Illuminati, tuvo un carácter educativo-burgués. Después de 1917 esa teoría fue progresivamente suplantada por la de una conspiración judeo-comunista. La tesis conspirativa tradicional, con su demonización de los masones –aunque también de los jesuítas– halló especial expresión en las actividades que Himmler desplegó para detectar y/o combatir a quienes debían ser considerados enemigos. A pesar de ello, Himmler nunca perdió de vista al enemigo principal, y en 1936 definió a su Schutzstaffel (SS) como una "organización de lucha anti-bolchevique".
El primero en intentar la construcción de un puente entre la teoría conspirativa tradicional y la moderna fue Friedrich Wichtl, en 1921, con su obra Freimaurerei, Zionismus, Kommunismus, Spartakismus, Bolschewismus. Allí Wichtl acusa a los masones y a los judíos de haberse confabulado contra Alemania durante la Primera Guerra Mundial y de haberla arruinado con la ayuda del masónico "Diktat" de Versalles. En ello, construyó una conexión entre el seudónimo "Spartacus"–que utilizó el profesor de Ingolstadt Adam Weishaupt, fundador de la Orden de los Illuminati– y los "espartaquistas" Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo y el "judío" Axelrod. El argumento para la demonización de la masonería fue que los masones se hallaban comprometidos con la indiferencia religiosa, el cosmopolitismo y el liberalismo, reuniéndose además en el fácil de difamar espacio arcano de la logia. Las logias humanísticas hicieron un aporte para integrar judíos asimilados a la sociedad burguesa, post-estamental y esencialmente secularizadora. A esa clase de judíos pertenecieron Ludwig Börne y Moses Hess, así como los padres de Karl Marx y Georg Lukács. A las logias eso les generó la crítica y las acusaciones tanto de los creyentes cristianos como de los nacionalistas a quienes el cosmopolitismo les resultaba sospechoso. Sin embargo, las habladurías acerca de un "bolchevismo conducido por masones y judíos" carecieron de fundamento, toda vez que antes de la revolución la masonería no constituía en Rusia un factor digno de mención y menos todavía en un sentido revolucionario, siendo que, además, fue inmediatamente prohibida por los bolcheviques que la tildaron de agrupación burguesa y reaccionaria.
En 1922, en el aporte titulado Kommunismus und Freimaurerei (Comunismo y Francmasonería) publicado por el órgano del Comintern Imprekorr, Trotsky expresa en forma directa: "La francmasonería es un tumor maligno en el cuerpo del comunismo francés. Este tumor debe ser cauterizado con un hierro candente". Esa opinión deja bastante en claro que el bolchevismo, como socialismus asiaticus, y a diferencia del marxismo occidental, no tuvo prácticamente nada que ver con la masonería.
Goebbels fue perfectamente consciente de esa realidad y, de hecho, se abstuvo de aumentar la imagen del enemigo echando mano a los masones y a los siniestros Sabios de Sión. Bajo su égida aparecieron en 1934 y en 1938 el panfleto de Hermann Fehst Bolschewismus und Judentum (Bolchevismo y Judaísmo) y el de Rudolf Kommoss Juden hinter Stalin (Los Judíos detrás de Stalin). Notoriamente, ambos se las arreglan sin recurrir en forma alguna a la masonería. Teniendo en cuenta que, al momento de aparecer el libro de Kommoss, Stalin ya había liquidado a la élite de los judíos comunistas, la afirmación del autor en cuanto a que "el judeobolchevismo está en el poder" debe ser considerada como una afirmación propagandística sintonizada con la "cruzada anti-bolchevique". Con todo, esas publicaciones de propagandistas nacionalsocialistas anuncian la decisión de dejar de lado imágenes del enemigo que resultaban insostenibles. Con ello, no se hacía más que seguir los pasos de otros autores antisemitas / anti-bolcheviques tales como Hilaire Belloc, Henry Ford y la hija de un banquero británico, Nesta Webster, quienes también fueron abandonando las referencias, ya sea a los masones o a los Protocolos. (...)
Por último, el régimen nacionalsocialista convirtió la teoría igualadora en la ideología del Estado. El Nacionalsocialismo presupuso una "igualdad esencial entre el judaísmo y el bolchevismo". A través de innumerables publicaciones, esa igualdad fue implantada en los cerebros. Rosenberg definió al bolchevismo como "una empresa judía" [13]; Himmler lo consideró como "organizado por judíos" y, finalmente, Rudolf Hess vio en el bolchevismo una "encarnación"del judaísmo que condenó como "flagelo de la Humanidad" [14]. (...)
[13] Alfred Rosenberg, Schriften aus den Jahren 1921-1923, Munich, 1943, p. 570.
[14] Rudolf Heß, Reden, Munich, 1938, pp. 136 y 256.
En muchos aspectos, el Nacionalsocialismo fue una "reacción al comunismo", tal como lo formuló en 1964 Ossip Flechtheim, el politólogo berlinés quien en su momento estuvo comprometido con el partido comunista. Es de destacar que incluso el marxista Wolfgang Haug caracterizó al Nacionalsocialismo como un "contra-bolchevismo", coincidiendo en ese punto con el conservador Ernst Nolte [15].
[15] Ernst Nolte, Streitpunkte, Berlin, 1993, p. 353.
El Problema de la "Violencia Vengadora"
En sus Widersprüchen(Contradicciones) el ex prisionero de Auschwitz Jean Amery (Hans Mayer) señaló que el "problema de la venganza, o mejor dicho, de la violencia vengadora", frecuentemente considerado tabú, no debía ser ignorado. Con ello queda planteada la cuestión de en qué medida los contrarrevolucionarios militantes, cuya ala revolucionaria la constituyeron los nacionalsocialistas, no se vieron a sí mismos en el papel de vengadores.
El historiador Francis L. Carsten se refugió en Inglaterra debido a las persecuciones anti-judías. Hijo de un médico judío de Berlín de ideas nacional-alemanas, adhirió durante la República de Weimar a la Federación Juvenil Comunista, e hizo más tarde su autocrítica. Según él, hubo minorías judías radicalizadas que prepararon en Munich y en Budapest el "camino a la contrarrevolución" en la medida en que le brindaron a ésta un motivo para la venganza. De hecho, en un panfleto de Munich, la contrarrevolución se manifestó afirmando: "El bolchevismo es cosa de judíos. Un bolchevismo sin judíos no existe". De ese análisis de situación, para los nacionalistas radicales se desprendía la siguiente conclusión: "El que quiera combatir al comunismo, tiene que aferrar primero su raíz, y esa raíz son los judíos". Llama la atención que Rosenberg, el 10 de Septiembre de 1936, en un discurso ante el congreso partidario de Nuremberg, llegó a la misma conclusión, con lo que reveló la tremenda energía del antisemitismo político. Después de referirse a las condiciones y a las personalidades de la Rusia soviética, Rosenberg declaró: "Por eso no se puede luchar con éxito contra el marxismo y el bolchevismo si se excluye al judaísmo". Se trataba para él de una "cuestión central" puesto que "esencialmente, el bolchevismo es una forma de la revolución mundial judía".
A los antisemitas fanáticos que percibían la realidad solamente de un modo rencoroso-selectivo, esas reacciones extremas les parecieron justificadas ya que entre los angustiados judíos del Este no pocos honraban a Karl Marx como el "héroe de la liberación mundial" y se unían a los apóstoles armados de ese nuevo profeta. De hecho, en la revista sionista Der Jude se decía en 1919 que un "hay un camino que conduce directamente desde Pablo, pasando por Marx, hasta Trotsky" y que los judíos tenían el derecho de "homenajear a Marx como sangre de su sangre y espíritu" ya que un "profundo espíritu judío" sería llamado a hacer "el más intenso anuncio del nuevo orden futuro de la Humanidad". Ezra Mendelsohn, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, habló en 1933 de la "triste alianza entre radicales judíos... y un perverso régimen que asesinó a millones de inocentes". Esa alianza tuvo consecuencias graves precisamente porque la "mezcla de antisemitismo y anti-marxismo"constatada por Fritz Fischer tuvo un fundamento histórico real, un núcleo objetivo.
En el Aufsatz Jüdischer und arischer Geist (Ensayo sobre los Espíritus Judío y Ario) publicado en los Preußischen Jahrbüchern (Anuarios Prusianos) de 1920 se lee que "un grupo de judíos"consiguió –en virtud de una conspiración– construír en la Rusia soviética una "fuente de poder central" que, "bajo la fachada de un socialismo internacional y la dictadura del proletariado", impulsaba intensamente "la destrucción de todos los valores nacionales y religiosos". El autor, que muy probablemente se ocultaba detrás de un seudónimo, finalizaba sus consideraciones pronosticando que "innumerables judíos totalmente inocentes (...) sufrirán terriblemente" por culpa de "los idealistas judíos que pretenden asaltar el cielo" y que estaban haciendo de "líderes de repúblicas soviéticas y de deshumanizados muchachos de Lenin".
El libro Volksbuch vom Hitler (Libro Popular sobre Hitler) escrito por Georg Schott y publicado en Munich en 1924 es apenas conocido. El autor, que se presenta como ardiente cristiano, habla en él de una "revolución judeo-marxista" y cita el alegato de Hitler ante el tribunal que lo juzgaba por el Putschde Munich de 1923, según el cual "el futuro de Alemania" implicaba "la eliminación del marxismo". En sus argumentos, Schott hacía referencia, entre otros, al Handbuch der Judenfrage(Manual de la Cuestión Judía) de Theodor Fritsch, que caracteriza al bolchevismo como "movimiento judío". Más adelante declaraba que "la solución reside en el ajuste de cuentas con el marxismo y con los criminales de Noviembre [los fundadores de la República de Weimar]". En ese libro, en el que se cita tanto El Judío Internacional de Henry Ford como los Protocolos de los Sabios de Sión, se especula sobre cómo sería la "solución final a la cuestión judía" de Hitler. Después de señalar que sobre dicho "proceso"existían "los rumores más descabellados y en parte directamente increíbles", aparece la frase que se encuentra también en la nueva edición de 1934 publicada por la editorial nacionalsocialista Franz Eher Verlag: "Muchos se imaginan la cosa como un pogromanti-judío de enormes dimensiones en el que los judíos serán sencillamente liquidados".
Existen razones de peso para afirmar que la combinación del antisemitismo tradicional con el anti-marxismo / anti-bolchevismo generó un antisemitismo nuevo y, dentro de una concreta situación histórica de crisis, le confirió un enorme poder de penetración. (...) No obstante, el comunista polaco Adam Rayski, que otrora editara el Naie Presse (Nueva Prensa) publicado por la sección judía del partido comunista francés, llega en sus memorias a la siguiente conclusión: "Los hombres de nuestra generación conocieron la embriaguez de la búsqueda del Grial comunista, pero también el amargo desengaño (...) Nosotros, los caballeros andantes del Kremlin, nos movíamos hacia el borde del abismo de la auto-negación, y al hacerlo nos convertimos en cómplices directos e indirectos de criminales".
Fueron sobre todo pensadores judíos quienes reflexionaron, tanto sobre "la notoria participación de los judíos en los movimiento revolucionarios de todos los países" que Rayski señala autocríticamente, como sobre sus consecuencias. Entre otros, también Simon Wiesenthal, quien en sus Memorias se refiere al tema considerado tabú por muchos marxistas de la siguiente forma: "Siempre existió, tanto en Polonia como en Rusia o en Austria, un constante aborrecimiento de parte de los trabajadores y funcionarios partidarios arios hacia los intelectuales e ideólogos judíos". Siendo que la alta participación de judíos en los partidos revolucionarios era algo que saltaba a la vista, en "las personas que rechazaban el comunismo" se desarrolló una "fuerte aversión hacia los judíos" porque éstos "aparecían como portadores de la idea comunista".
Después de su regreso de la emigración, Siegfried Thalheimer dedicó largo tiempo a reflexionar sobre la catástrofe ocurrida a los judíos, y ya en su libro sobre el caso Dreyfus de 1958 llegó a conclusiones cuya validez se ha mantenido hasta la actualidad. Según él, "la alianza" con los partidos revolucionarios "forzada por el destino" puso en "extremo peligro"a los judíos. Y eso fue porque la "antigua judeofobia" todavía estaba "sumamente viva" y se unió "sin dificultad alguna a la enemistad para con la revolución". Lo que Hitler hizo fue "convertir esta poderosa fobia, alimentada por dos fuentes distintas, en el motor principal de su movimiento revolucionario".
Rachel Straus, una sobrina de Eduard Bernstein, en sus Memorias Wir lebten in Deutschland (Vivíamos en Alemania) señala en forma plenamente concordante con lo anterior que en su familia se percibió en 1918-1919 como algo "alarmante" que entre los líderes de la revolución hubiesen tantos judíos. Según ella, eso fue "una desgracia y el comienzo de la catástrofe cuyo espantoso fin todavía pudimos presenciar". Aparentemente muchos se niegan a aceptar esta conclusión. Contribuye a ello que la parte de la psicología que investiga las motivaciones constituye un terreno inseguro que espanta a más de uno. Pero en la mayoría de los casos lo que sucede es que muchos consideran que es inoportuno tratar seriamente al comunismo revolucionario influído por los "asimilados rojos" como algo que fue una amenaza vital para el mundo cristiano burgués.
Así y todo, los comunistas renegados mucho antes del colapso de la Unión Soviética llegaron a la conclusión de que su compromiso había estado dedicado a una empresa criminal. Joseph Berger, otrora colaborador del Comintern, secretario del Partido Comunista de Palestina entre 1929-1931 y trabajador esclavo en el GULAG de Stalin de 1935 a 1956, confesó en sus memorias Shipwreck of a Generation (Naufragio de una Generación): "Los comunistas de mi generación... aprobaban sus crímenes [de Stalin]. Los considerábamos importantes aportes al triunfo del comunismo".
La "obsesión antisemita" de Hitler, a pesar de su motivación esencialmente anti-comunista, resulta una y otra vez deducida unilateralmente de un "racismo" concebido como una especie de enfermedad y que la Historia no avala. De esa forma no solamente se esquiva la incómoda realidad de la interrelación de los judíos con el comunismo y el bolchevismo. El recurso sirve, además, para cultivar el temor políticamente útil de que el bacilo del "racismo", o bien del "antisemitismo", podría recuperar su mortal virulencia. De esa forma se hace olvidar que la causa más profunda del antisemitismo agresivo surgió luego de la "Revolución de Octubre" y de la caída de las tres monarquías imperiales europeas, o sea, en una época caracterizada por la quiebra económica, la guerra civil y los golpes de Estado comunistas. El "nuevo antisemitismo" nació como reacción contra el "universalismo comunista" que durante un tiempo se convirtió en "una Tierra Prometida para muchos judíos".–