En el siguiente breve texto del médico chileno Nicolás Palacios (1854-1911), que se encuentra en el capítulo II de la Parte VI de su extraordinario libro "Raza Chilena" (1904), su autor habla de manera breve y concisa, adelantándose a muchos, de la perniciosa influencia que un grupo de gente totalmente ajeno a la cultura e idiosincrasia occidental ejercía ya en ese tiempo y que desde entonces no ha hecho sino aumentar.
Influencia de los Literatos Judíos
por Nicolás Palacios, 1904
FUNESTA INFLUENCIA DE LOS LITERATOS JUDÍOS.
SU CARENCIA DE LA IDEA DE PATRIA. APÓSTOLES DEL SOCIALISMO.
Hay en el mundo una raza de hombres diseminados en muchos países y con apellidos de todas las razas, cuyos literatos han dado asimismo en la costumbre de burlarse del más alto ideal de las naciones superiores. Creo sinceros a algunos de esos hombres, porque, como si sufrieran el peso de terrible maldición, andan errantes y sin patria desde diecinueve siglos; la palabra patria no debe tener ya sentido para el corazón ni para el cerebro de esa raza, si es que lo ha tenido alguna vez. También me explico su odio a la idea de nación, porque es ella la que los ha perseguido y hecho sufrir un calvario de mil novecientos años. Me refiero a los escritores socialistas "por amor a la Humanidad" de la raza judía.
Como las desquiciadoras doctrinas por ellos difundidas en el mundo están produciendo en mi patria los males más graves, me creo con derecho y en el deber de decir a esos escritores un par de verdades.
Primera: que es inútil que un judío hable de amor a la Humanidad, porque no le cree nadie en toda la redondez de la Tierra.
La Historia nos muestra a dicha raza, desde que aparece en sus fastos, prisionera en masa, ora en Babilonia, ora en Egipto, errando en los desiertos y sufriendo hambres y calamidades de toda especie. Para que una existencia tan azarosa y miserable no haya concluído por extinguirla, es necesario que haya empleado en sí misma todas sus energías, que haya poseído en alto grado el egoísmo de raza y que se hiciera maestra en el arte del disimulo, condiciones que se desarrollan por la necesidad de la conservación en toda esclavitud prolongada. Y sin duda que poseyó esas cualidades de carácter, porque eran su hipocresía, su egoísmo, su avaricia, lo que más duramente les reprochaba el Cristo.
Desde entonces acá, la situación, lejos de mejorar, ha empeorado para esa raza. Las persecuciones sangrientas de que ha sido objeto en todas partes durante tan largos siglos, deben haber refinado aquellos caracteres de defensa en los israelitas. Sólo en estos últimos tiempos, cuando han surgido sociedades de organización avanzada, merced a sentimientos que ellos mismos pretenden destruír, les ha sido posible gozar de relativa tranquilidad; pero ya sus caracteres morales más sobresalientes son tan conocidos en todas partes, que avaro, usurero y judío han llegado a ser sinónimos.
En nombre de un fingido amor a la Humanidad, el judío Karl Marx empleó su talento en dar apariencias científicas al socialismo y al anarquismo, que hoy roen media Europa. Ha vengado en gran parte los martirios de su raza, sin duda; pero téngase presente que no hay un hombre de mediano entendimiento que, habiéndose impuesto de sus obras, crea en la sinceridad de ese apóstol. No hay manera de conciliar la lucidez intelectual y la erudición empleada por Marx en el desarrollo de sus doctrinas con el absurdo evidente de su fundamento y con la malicia de su exposición. Nadie habría creído a ese hombre, aunque lo hubiera jurado, que era sincero al asegurar que en la generación del capital no tiene participación el entendimiento del hombre sino sólo la fuerza de sus músculos y la habilidad de sus manos; ni que en el poder productor que representa una máquina debe tomarse en cuenta la inteligencia que la concibió, sino solamente el trabajo manual empleado en construírla. Comprendiendo claramente Marx que sus doctrinas podrían impugnarse probando que un pueblo cualquiera que pusiera en práctica sus teorías, se colocaría en situación tan desfavorable que sería dominado por otro que no se hubiera dejado engañar, dictó el famoso reglamento o "Estatutos"de la "Sociedad Internacional de Trabajadores", que lleva implícita, sine qua non, la de igualdad de las razas humanas, absurdo en el que no pudo creer aquel hombre de talento.
Los sofismas sutilísimos, buscados hasta hallarlos y expuestos con habilidad griega, como asimismo las peticiones de principio [1] de que están llenos sus razonamientos, autorizan plenamente a tenerlo como un ser mefistofélico, como piensa de él (Pierre) Leroy-Beaulieu, y no como a un investigador convencido que ha llegado "a la cima luminosa de la ciencia", como él dice modestamente.
[1] Petitio principii, falacia lógica donde lo que se pretende demostrar, la conclusión, se incluye entre las premisas. NdelE.
Su discípulo y continuador, el judío (Ferdinand) Lassalle, sin el talento de su maestro, sólo se distingue por la audacia de sus doctrinas, como lo han permitido los tiempos, que preparó su antecesor.
El judío Eliseo Reclus, también por amor entrañable a la Humanidad, es marxista entusiasta, propalador incansable del perjuicio que para la felicidad humana traen las "preocupaciones" que llamamos naciones, fronteras, razas, etc. Reclus es un gran geógrafo, y en las descripciones de las diversas regiones de la Tierra, no olvida las de sus razas, por lo que la sinceridad de su creencia en la igualdad de las razas humanas no parece probable.
Los israelitas constituyen una raza cerrada, perfectamente homogénea y de psicología particular y uniforme. Para formar una nación, en el sentido moderno de la palabra, les falta en absoluto el sentimiento de amor al suelo, base material de la Patria. Por esa causa han fracasado todas las tentativas que para reunirlos en alguna región del globo han hecho algunos judíos ricos. Constituyen pues un alma sin cuerpo, un alma en pena, un alma errante. Su unidad racial está fundada en su historia y en sus creencias religiosas, ambas pertenecientes a una etapa arcaica de la Humanidad. Forman un ejemplar perfectamente caracterizado de parasitismo entre las razas humanas, por lo que sus burlas por nuestro amor al suelo que nos vio nacer, en que descansan las cenizas de nuestros antepasados, que nos da sostén y alimento y que está ligado a toda nuestra historia, son tan fundadas y tan útiles como las que dirige el quintral [2] al roble por su adhesión a la tierra en que se cimenta y de la cual extrae la savia indispensable para su vida y para la de su ingrato huésped.
[2] Quintral, planta parásita del género Tristerix, nativa de Chile y Argentina. NdelE.
Salvo la de Marx, la sinceridad de los otros mesías del socialismo puede discutirse y no tiene importancia para el caso; pero lo que está a la vista y debe tenerse siempre presente es que los tres hombres más conspicuos de la doctrina fundada en la Patria-Mundo y en la República Cósmica, que son la negación sarcástica de la idea de patria, pertenecen a una raza que no ha tenido patria desde hace mil novecientos años, y a la cual el instinto patriótico de las naciones en que se hospedan desde aquel tiempo, ha hecho sufrir un martirio continuado. Su amor, pues, a la Humanidad, en el que no cree nadie, no deben seguir invocándolo, porque la causa de su falta de ideal patriótico es muy diversa y queda apuntada.
Si es cierto que su propaganda ha encontrado el terreno preparado en las naciones europeas de base étnica matriarcal y comunista, no lo es menos que su apostolado nefasto ha hecho mal a todo el mundo, y que entre nosotros está desviando, bastardeando la reacción natural de nuestra raza, provocada por el agotamiento de los instintos superiores sociales de una parte de su estrato superior.
Segunda: que los tales apóstoles están en un error completo si creen que los discípulos que están formando en el amor a la Humanidad resultarán unos corderos pascuales el día que desquicien la organización social y política de algunos de los países que ya tienen minados, y asuman ellos el mando.
Serán tan feroces como toda chusma a la que se le haya destruído sus sentimientos virtuosos y se la deje sin freno. Los tales apóstoles no harán de mártires, escabullirán el bulto oportunamente, y desde su escondrijo podrán ver que entre los millares de inocentes víctimas del triunfo de los amantes de la Humanidad, estarán, de las primeras, sus propios paisanos judíos que, al amparo de la civilización y de la tolerancia, han formado las más grandes fortunas de Europa.
El mundo occidental utiliza los talentos privilegiados de la raza israelita en el manejo de sus grandes capitales; las virtudes privadas y públicas de los hombres superiores de esa raza son ejemplares en cualquier país que habiten; algunos de sus miembros más ilustres han sabido identificarse con su patria ocasional y prestádole grandes servicios; pero cabe preguntar: ¿tienen derecho sus escritores para intervenir en la evolución moral, política, religiosa, social en una palabra, de las naciones en que se hospedan, siendo ellos como son, de raza y de psicología absolutamente diversas a las de esas naciones?
La psicología étnica es una ciencia naciente, pero una de sus enseñanzas más seguras, aceptada por los sabios de todas partes, es la de que todas las instituciones por las que se rija una nación dada deben ser el fruto del alma de su propia raza. Si el derecho positivo o redacción escrita del pensamiento jurídico de una raza puede ser tomado de otra raza de psicología semejante, todo lo que provenga de una raza de diverso pensamiento entorpecerá la natural evolución de un pueblo.
¿Cuántos males ha causado a la cultura moral de Alemania el judío Enrique Heine con sus doctrinas disolventes engalanadas con el ropaje exquisito de la forma literaria que le es propia? ¿Por cuánto contribuye el judío Max Nordau con su pluma ingeniosa y fecundísima, puesta al servicio de su genio escéptico, agriado y malévolo, a la anarquía de los espíritus que tiene delirante una buena parte de Europa? Y Brandes, historiador, literario y crítico finísimo, judío, ¿qué inmenso mal no ha hecho y sigue haciendo a la juventud danesa, escandinava, alemana, holandesa, con su constante mofa de las virtudes domésticas germanas, que él tiene por ridículas y estúpidas porque no las comprende?
Los grandes males que los escritores judíos están causando a algunas naciones europeas, y que con sus emigrantes a América están extendiéndose entre nosotros, harán un día comprender a Europa cuál es el verdadero sacrificio que le demanda el mantener en su seno escritores de una raza tan extraña a todas las suyas como la del parásito hebreo.
Pronto llegará el día en que se tenga presente la raza del escritor, antes que su nacionalidad, para deslindar responsabilidades étnicas, porque al lector ilustrado dará mucha más luz en la crítica de una obra saber la raza del autor que su nombre de pila o el idioma en que escribe. (...) Si el apóstol del socialismo moderno y creador de la "Internacional"hubiera firmado sus obras [como] "Un Judío", por ejemplo, en vez de Karl Marx, sus doctrinas habrían estado despojadas del prestigio de que goza en el mundo de la ciencia un nombre germano, y sus protestas de amor a la Humanidad habrían hecho sonreír hasta a las piedras.–