Quantcast
Channel: Editorial Streicher
Viewing all articles
Browse latest Browse all 1028

Matt Koehl - Adolf Hitler, ¿Nacionalista Alemán o Racialista Ario?

$
0
0


     Originalmente publicado en 1967 en la revista National Socialist World, y luego como folleto separado en 1974, el siguiente texto (Adolf Hitler, German Nationalist or Aryan Racialist?) del autor NS estadounidense Matthias "Matt" Koehl (1935-2014) que presentamos aquí traducido es publicitado como el primer tratamiento serio de las ideas y políticas pan-raciales del Führer, que revela una dimensión más amplia del pensamiento de Hitler. Matt Koehl fue el sucesor de George L. Rockwell al mando del partido NS estadounidense.



ADOLF HITLER,
¿Nacionalista Alemán o Racialista Ario?
por Matt Koehl, 1967




     Ha habido una tendencia, incluso entre algunos nacionalsocialistas sinceros, a adoptar la opinión de que Adolf Hitler, si bien indudablemente un muy gran hombre, fue después de todo sólo un producto de su tiempo, y que él de esa manera compartió muchos de los prejuicios y perspectivas estrechas de sus contemporáneos. Se cree que, mientras deberíamos reconocer su grandeza en ciertas áreas, debemos también reconocer sus limitaciones en otras áreas y "mejorar" el Nacionalsocialismo de hoy "corrigiendo" aquellas ideas que supuestamente han sufrido de la incapacidad de Adolf Hitler en comprender, o de su rechazo a reconocer, el significado más profundo y más amplio de ciertos aspectos de la misma filosofía que él originó.

     La consideración suprema del Nacionalsocialismo es la de la raza. En la base de todas sus doctrinas, ya sean económicas, políticas o sociales, están las consideraciones raciales. Las ideas raciales del Nacionalsocialismo forman el marco ideológico más fundamental sobre el cual todo el resto de la estructura nacionalsocialista está construído, y ellas determinan completamente la cosmovisión nacionalsocialista. Como ha dicho Colin Jordan, el vice-comandante de la Unión Mundial de Nacionalsocialistas (WUNS), el Nacionalsocialismo tiene como efecto el pensar con la sangre en todas las cuestiones [1].

[1] Colin Jordan, "National Socialism: A Philosophical Appraisal", en National Socialist World, Nº 1, 1966, p. 6.


     Es en esta área particularmente crítica, a saber, la de la doctrina racial, que a menudo se sostiene que Adolf Hitler se descaminó. Específicamente, él es acusado de favorecer un provinciano nacionalismo alemán, una especie de estrecho patrioterismo estatal, por sobre el más amplio nacionalismo racial ario que forma la base de nuestra perspectiva hoy. Como apoyo para esas acusaciones son citadas varias de sus declaraciones públicas, junto con una supuesta política de represión de las poblaciones nativas de aquellas áreas ocupadas por los ejércitos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, como Francia, Noruega y Rusia. Esas medidas represivas supuestamente se derivaban del desprecio de Hitler por todos aquellos que no eran ciudadanos del Tercer Reich.

     Incluso una revisión superficial de los discursos y escritos de Adolf Hitler sobre el asunto ofrece abundantes pruebas que al parecer apoyan el veredicto anterior. En efecto, el Führer difícilmente hizo algún importante discurso público en el cual él no enfatizara el nacionalismo alemán. Repetidas veces, durante años, él exhortó a sus compatriotas para que lo ayudaran a restaurar Alemania a una posición de honor, independencia y fuerza. Él exigió la devolución a Alemania de aquellos territorios alemanes que habían sido arrancados de ella por el Tratado de Versalles, el reestablecimiento de la fuerza militar alemana sobre una base de igualdad con los vecinos de Alemania, y el castigo de aquellos traidores a la nación que fueron responsables del desastre de 1918.

     Además, en sus esfuerzos para despertar de nuevo un sentido de orgullo y dirección nacional en sus compatriotas alemanes y neutralizar el bolchevismo cultural y espiritual que elementos cosmopolitas internacionales (o anti-nacionales) estaban promoviendo en la Alemania de posguerra, Hitler repetidamente enfatizó la necesidad de atesorar cosas específicamente alemanas: arte y arquitectura alemanes, música alemana, idioma alemán, literatura alemana, historia y mitología alemanas, y características nacionales y particularidades alemanas.

     Ese mismo fervor patriótico se expresó en los hechos de Hitler así como en sus palabras. Desde el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914, cuando él tenía 25 años, hasta su trágica muerte en el infierno de Berlín en 1945, a la edad de 56 años, él dedicó todas sus energías a una lucha de toda la vida para promover los intereses de su pueblo y protegerlo de sus enemigos, tanto internos como exteriores.

     Adolf Hitler fue, de hecho, el patriota alemán sobresaliente de nuestro tiempo. Todo lo que él dijo, todo lo que él escribió, y todo lo que él hizo conduce a esta conclusión. No hay ninguna evidencia para sugerir algo distinto.

     La pregunta, entonces, no es si Adolf Hitler fue un nacionalista alemán. Ninguna persona razonable podría sostener que él no lo fue. La pregunta esencial es si él era solamente un nacionalista alemán; si su nacionalismo se restringió a una solidaridad irreflexiva y patriotera con sus conciudadanos del Estado —un fenómeno demasiado familiar— o si fue más allá de eso; si su ideal nacional era de la clase que se manifestaba en una aversión xenofóbica de toda cosa y persona no-alemana (en el sentido más restringido de la palabra), o si fue realmente el mismo ideal al cual nosotros los nacionalsocialistas de hoy nos hemos dedicado.

     Hay dos factores decisivos que deben formar la base para cualquier consideración de esta cuestión. Primero, hemos estado viviendo durante muchos años hasta ahora en una época de intenso nacionalismo de Estado, en el cual criterios geográficos más bien que raciales han determinado quiénes eran los conciudadanos de un hombre, a los cuales él debía lealtad. El mundo occidental entero ha sido impregnado con ese perverso concepto, que ha afligido a Estados Unidos, Inglaterra y Europa por igual. Que aquello fue un problema serio en Alemania en la primera mitad de este siglo [XX] es indicado por la atención prestada a ello en la primera parte del capítulo en Mein Kampf titulado "El Estado". Allí Hitler ataca fuertemente la carencia de entendimiento de la relación apropiada entre raza y Estado, carencia que los líderes de los otros partidos políticos alemanes mostraban en un grado alarmante.

     El nacionalismo le debe su forma moderna, en gran medida, al surgimiento del moderno Estado nacional. En el pasado se ha diferenciado marcadamente en su aspecto, y a través de la larga historia del hombre ario ha estado basado sobre muchos criterios diferentes. Una base estrictamente racial para el nacionalismo, sin embargo, es peculiar sólo del Nacionalsocialismo entre las diversas cosmovisiones de hoy. Ésa es una idea que no sólo era relativamente nueva para las grandes masas de ciudadanos de los diversos Estados nacionales hace unas décadas, sino que fue, y todavía es, enérgicamente atacada tanto por internacionalistas como por patrioteros partidarios de un nacionalismo estatal más convencional.

     Uno de los escritores más conocidos en la primera categoría es Carlton J. H. Hayes, ex-profesor de Historia en la Universidad de Columbia, cuyas ideas han influído en muchísimos autores modernos. "El nacionalismo", dijo él en 1926, "es una moderna fusión emocional y exageración de dos fenómenos muy antiguos: la nacionalidad y el patriotismo" [2].

[2] Carlton J. H. Hayes, Essays on Nationalism, Nueva York, 1926, pp. 6 y ss.


     Él luego se hizo la pregunta: "¿Qué determina la nacionalidad en general y distingue una nacionalidad de otra?". Al responder esa pregunta él se basó fuertemente en las "conclusiones" pseudo-científicas de su colega [judío] de la Universidad de Columbia Franz Boas, al descartar la "noción, a menudo planteada por personas no informadas o no reflexivas, de que la nacionalidad está determinada por la raza". Él sigue diciendo:

     "Se nos impone la conclusión de que la base de la nacionalidad no debe ser encontrada en las diferencias mentales o espirituales inherentes entre los grupos humanos, o, en cuanto a esto, en la herencia racial o el medioambiente físico. La nacionalidad es un atributo de la cultura y la civilización humanas, y los factores de la zoología y la botánica no son aplicables a ella. (...) No es que la herencia y el medioambiente no se apliquen en absoluto al hombre, sino que ellos se aplican sólo indirecta y remotamente a su civilización.(...) La nacionalidad es ciertamente un aspecto de la cultura, y la causalidad de las agrupaciones nacionales y los rasgos nacionales debe ser buscada en los factores de las ciencias sociales y esencialmente humanas, más bien que en los de la botánica y la zoología.Las marcas y cualidades distintivas de rusos, griegos, alemanes, japoneses, o de cualquier otra nacionalidad, no dependen meramente de la raza o de incidentes de la geografía; ellas son la creación de circunstancias sociales y de la tradición cultural".


     Citando, entre otros, a A. L. Kroeber, Franz Boas, Israel Zangwill y John Stuart Mill como autoridades, él finalmente concluyó que

     "hemos confirmado nuestra hipótesis de que la nacionalidad se basa en fundamentos culturales, que una nacionalidad es cualquier grupo de personas que hablan una lengua común, que valoran tradiciones históricas comunes, y que constituyen —o piensan que constituyen— una sociedad cultural distinta en la cual, entre otros factores, la religión y la política pueden haber jugado importantes papeles aunque no necesariamente continuos".


     Ahora bien, lo desafortunado consiste en que Hayes, al decidir qué factores constituían la base del sentimiento nacional, no estaba simplemente  teorizando. Él estaba, en gran medida, describiendo la situación como realmente existía —y todavía existe— entre la gran mayoría de los hombres, al menos en el decadente Occidente.

     Fue esa concepción que prescindía de lo racial como la base de la nacionalidad la que, llevada a un extremo insano, produjo la anomalía de hombres estadounidenses de origen germánico luchando al lado de negros "estadounidenses" y judíos "estadounidenses" contra sus parientes raciales alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Fue esa misma carencia de entendimiento de la realidad racial la que fue responsable de la creación de los Estados artificiales de Yugoslavia, Checoslovaquia y la nueva Polonia después de la Primera Guerra Mundial.

     Por muy deplorable que esa antinatural concepción de la nacionalidad pueda ser, y por mucho que pueda haber surgido históricamente, permanece hoy —y permaneció incluso más durante los años '20 y '30— como un hecho indiscutible de la vida política, no sólo en Alemania sino en los otros países del mundo también. La mayor parte de los hombres fueron acostumbrados a mirar la lealtad nacional desde este punto de vista. El lenguaje, las circunstancias geográficas comunes y la adhesión —aunque superficial— a ciertas ideas comúnmente aceptadas de lo que constituían las tradiciones nacionales y la cultura nacional fueron considerados como los determinantes "naturales" de la nacionalidad. La base verdaderamente natural de la nacionalidad y el nacionalismo —una herencia racial común— no sólo no fue ampliamente aceptada como tal, sino que fue seleccionada para ataques especiales por parte de toda la escuela de pensamiento internacional-liberal-pacifista, de la cual Hayes era un destacado representante.

     Esto nos lleva al segundo factor para entender la concepción del nacionalismo que tenía Adolf Hitler. Él no sólo fue un idealista, un visionario y el creador de una heroica y nueva cosmovisión, sino que no fue menos un político práctico, un maestro sin par de la Realpolitik.Él tenía su sueño de un gran nuevo orden mundial, pero el material que él tuvo a mano para comenzar a construír aquel nuevo mundo era, lamentablemente, menos que ideal. Y ahí estaba el problema. Cada figura histórica mundial se ha visto restringida por la necesidad de trabajar dentro del marco histórico en el cual se ha encontrado, sometiéndose a aquellos imperativos históricosque son peculiares de un tiempo y lugar dados.

     Esa restricción se aplicó incluso a Adolf Hitler. El trágico dilema con el cual tal figura es confrontada es conmovedoramente expresado en Mein Kampf:

     "A través de largos períodos de la historia humana, puede suceder sólo una vez que el político práctico y el teórico se encuentren en un mismo hombre. Mientras más íntima sea esa unión, sin embargo, mayores son los obstáculos que se oponen a los esfuerzos de ese hombre como un político práctico. Él ya no trabaja por necesidades que son obvias para cualquier comerciante, sino por objetivos que sólo muy pocos pueden entender. Por lo tanto su vida está desgarrada entre el amor y el odio. La protesta del presente, que no entiende al hombre, lucha con el reconocimiento de la posteridad, para la que él trabaja.
     "Porque mientras mayor es el trabajo de un hombre para el futuro, menos el presente puede entenderlo, más difícil es su lucha, y el éxito es más raro. Pero si una vez en siglos el éxito favorece realmente a tal hombre, quizá en sus últimos días un débil destello de su gloria venidera puede brillar sobre él. Desde luego, esos grandes hombres no son sino los corredores de la maratón de la Historia; la corona de laureles del presente toca sólo la ceja del héroe agonizante" (Mein Kampf, I, cap. 8).


     Al evaluar a una figura histórica mundial tal, sería totalmente presuntuoso e incorrecto esperar que él hubiera actuado según las exigencias de otro período más bien que de acuerdo con los imperativos históricos de su propio tiempo. El nacionalismo de Estado era un elemento extremadamente importante del marco histórico en el cual Adolf Hitler se encontró. En vez de ignorarlo porque no encajaba en su concepción ideal de las cosas, él decidió trabajar con ello como un instrumento para su objetivo último: un mundo en el cual sería reemplazado por un ilustrado nacionalismo racial.


     Si Hitler hubiera hecho otra cosa —si no hubiera considerado a hombres y condiciones tal como eran, insistiendo en que sus seguidores abandonaran el mundo real que los circundaba y recorrieran con él todo el camino, en vez de conducirlos gradualmente hacia la luz por rutas no totalmente desconocidas para ellos— él podría haber disfrutado de la satisfacción de permanecer "puro" en un sentido doctrinario, pero sólo a costa de renunciar a cualquier verdadera esperanza de logro dentro de su tiempo de vida. Él sabía que la hora era demasiado tarde para que él se permitiera ese lujo. Como él de modo conmovedor dijo al gran escritor alemán Hans Grimm en 1928, "¡No hay más tiempo que perder!"[3].

[3] Hans Grimm, Warum-Woher-Aber Wohin?, Lippoldsberg, 1954, p. 14.

     Puede muy bien ser significativo que Hitler enfrentara el problema del provinciano nacionalismo de Estado con motivo de su primera experiencia política pública, que él describe en el capítulo de Mein Kampftitulado "El Partido de los Trabajadores Alemanes". Durante su primera visita a una reunión del grupo embrionario que él iba un día a forjar como el NSDAP, él se sintió motivado a rebatir a un orador que apoyaba la causa del nacionalismo bávaro e instaba a la secesión de Baviera del resto de Alemania.

     Los siguientes trece años presenciaron una lucha casi diaria de su parte para llevar unidad de propósito a un pendenciero grupo de partidos y facciones, cuyas estrechas lealtades impedían su cooperación eficaz. Si los bávaros requerían la persuasión más elocuente antes de que ellos consintieran en trabajar junto con los prusianos, ¿qué posibilidad había al comienzo de convencer, supongamos, a ingleses y alemanes —para no mencionar a franceses, polacos o rusos— de que sus mejores intereses al final estaban en una renuncia a sus lealtades individuales y territoriales a favor de una común lealtad racial aria? De hecho, Hitler hizo repetidos intentos en esa dirección, pero las barreras de ignorancia, egoísmo y prejuicio —las barreras que los autoproclamados Elegidosestaban frenéticamente reforzando con toda la influencia a su disposición— eran demasiado fuertes.

     Desde 1919 hasta 1939 —es decir, durante el período de la tenue "incubación" del Nacionalsocialismo— fue por lo tanto absolutamente esencial que el nuevo movimiento naciera y se desarrollara dentro del contexto cercano de una comunidad nacional existente, históricamente preparada para emprender los primeros pasos hacia un más amplio nacionalismo racial ario. Dadas las circunstancias, el nacionalismo alemán era el camino obviamente correcto —y el único posible— hacia el objetivo que Adolf Hitler estaba buscando.

     Es ese objetivo el que debemos examinar a fin de determinar finalmente la pregunta ante nosotros, ya que Hitler no consideró al nacionalismo alemán como un fin en sí mismo, ni tampoco consideró que el eventual establecimiento de Alemania como una potencia mundial dominante era su objetivo final. A diferencia de la mayoría de los nacionalistas alemanes, Adolf Hitler consideró al pueblo alemán como dotado con una misión divina a cumplir, una misión que implicaba mucho más que el enriquecimiento o la glorificación de la propia Alemania. En 1926 él claramente estableció su creencia en aquella misión:

     "Quienquiera que hable de una misión del pueblo alemán en esta Tierra debe saber que eso sólo puede consistir en la creación de un Estado que ve como su deber más alto la preservación y el progreso de los elementos más nobles de nuestra nacionalidad —en realidad, de toda la Humanidad— que todavía permanecen no contaminados" (Mein Kampf, II, cap. 2).


     La amplia naturaleza racial del objetivo nacionalsocialista fue hecha aún más clara por la constante reiteración de Hitler: "Hoy luchamos por el futuro del pueblo alemán, mañana por el futuro de nuestra raza" [4]. O, nuevamente, hablando de la necesidad de una educación amplia y humanística para los ciudadanos del futuro Estado racial: "No debemos permitir que la gran comunidad racial sea desgarrada por las divergencias de los pueblos individuales. La lucha que arrecia hoy es por muy grandes apuestas. Una cultura que abarca milenios y que abraza el helenismo y el teutonismo está luchando por su existencia" (Mein Kampf, II, cap. 2).

[4] Discurso del 18 de Octubre de 1931 en Braunschweig.


     Más tarde el Führer fue aún más explícito cuando declaró: "En el nuevo mundo que estamos construyendo no tendrá ninguna importancia si un hombre es natural de una región más bien que de otra, si él viene de Noruega o de Austria, una vez que las condiciones para la unidad racial hayan sido establecidas" [5].

[5] Bormann-Vermerke, noche del 1 al 2 de Noviembre de 1941.


     Es, de hecho, totalmente notable, a la luz de los intensos nacionalismos que siguieron a la Primera Guerra Mundial, que Adolf Hitler no sólo haya reconocido la viabilidad de un nacionalismo racial más amplio, sino que él realmente se haya aventurado a mencionar el asunto ante las masas de su propio pueblo, y que él posteriormente haya elegido deliberadamente como el emblema mismo del movimiento nacionalsocialista un símbolo de unificación para todos los arios, más bien que un emblema específicamente alemán de la tradición nacionalista del Estado. La esvástica representa "la misión de la lucha por la victoria del hombre ario", Hitler afirma claramente en Mein Kampf (II, 7).


     Muchos casos pueden ser citados en los que Hitler denunció influencias "extranjeras" en la vida alemana, y aquéllos a veces implican una cierta cantidad de xenofobia de su parte. Había realmente sólo un elemento extranjero que estaba fuertemente atrincherado en Alemania, y aquél era la Judería. Cuando Hitler exigió el retiro de extranjeros desde posiciones de influencia en Alemania, si esos extranjeros técnicamente eran ciudadanos alemanes o no, él se estaba refiriendo a los judíos, y él a menudo indicó eso explícitamente. Por ejemplo, en su discurso de Múnich del 29 de Noviembre de 1929, él dijo:

     "Un nacionalsocialista nunca tolerará que un extranjero —y eso significa el judío— tenga una posición en nuestra vida pública. Un nacionalsocialista nunca tolerará que un no-alemán sea el educador de un alemán, que un judío sea el profesor de nuestro pueblo".


     Otra vez, en los Veinticinco Puntos, el programa del NSDAP, los puntos 4, 5, 6, 7, 8 y 23 exigían que se colocasen restricciones a los privilegios y actividades de "extranjeros" en Alemania; pero aquí también en el punto 4 la referencia específica a judíos deja en claro quiénes eran los extranjeros. En efecto, no había ninguna preocupación por expulsar del país, por ejemplo, a una multitud de inmigrantes belgas, o por suprimir tendencias irlandesas en el arte alemán, o por recuperar periódicos alemanes de las manos de escoceses, o por acabar con el control de las finanzas del país por parte de finlandeses, o por encarcelar a húngaros por vender pornografía en Alemania, o incluso por restringir la especulación danesa con la tierra alemana. En cada caso los elementos foráneos indeseables a los cuales Hitler se refería pertenecían a la misma nacionalidad: ellos eran todos judíos, aun cuando ellos pueden no haber sido explícitamente llamados como tales. La mayor parte de las otras nacionalidades tienen una recomendable tendencia a preocuparse de sus propios asuntos cuando residen en países que no son suyos.

     Hacia el final de Mein Kampf Adolf Hitler enfatiza claramente su punto de vista en esta materia:

     "Y otra vez el movimiento nacionalsocialista tiene que realizar la tarea más pesada. Debe abrir los ojos del pueblo en lo que tiene que ver con naciones extranjeras, y debe recordarles una y otra vez el verdadero enemigo de nuestro mundo moderno. En vez de odio contra los arios —de quienes casi todo puede separarnos, pero con quienes estamos ligados por la sangre común o por la gran línea de una cultura emparentada— debe dirigir la ira universal sobre el vil enemigo de la Humanidad como el verdadero originador de todos nuestros sufrimientos. Debe asegurarse de que, al menos en nuestro país, el enemigo mortal sea reconocido, y que la batalla contra él, como un símbolo pasajero y breve de tiempos más brillantes, también pueda mostrar a otras naciones el camino a la salvación de una asediada Humanidad aria"(Mein Kampf, II, cap. 13).


     Hitler era especialmente parcial hacia aquella otra gran nación hermana ario-germánica, Inglaterra, cuyo futuro él consideraba como inseparable del de Alemania, y cuyo poder marítimo él lo consideraba el complemento natural del poder terrestre alemán en el continente europeo. Él sostuvo que Inglaterra necesitaba una potencia continental fuerte, como Alemania, a su lado para mantener su Imperio, una premisa que posteriormente —con la pérdida de todas excepto unas pocas posesiones coloniales británicas— demostró ser demasiado verdadera. Todas las esperanzas de Hitler para una paz europea, de hecho, estaban basadas en la perspectiva de conseguir un acuerdo firme y duradero con Gran Bretaña, y él hizo de ese objetivo el punto central de toda su política exterior.

     Aunque, para la desgracia monumental de los hombres arios de todas partes, él nunca tuvo éxito en conseguir esa muy buscada conciliación, Adolf Hitler nunca dejó de intentarla, incluso después de que las hostilidades de la Segunda Guerra Mundial habían comenzado. Su categórico rechazo, contra el consejo de sus generales, a ordenar que sus fuerzas acorazadas aniquilaran al ejército británico en Dunkerque en 1940 sólo puede ser interpretado como una poderosa propuesta final, en contra de todas las probabilidades, para la conciliación con sus parientes raciales del otro lado del Canal, la culminación de los esfuerzos más sinceros y persistentes alguna vez hechos por algún estadista mundial para poner los fundamentos de una duradera solidaridad y amistad aria.

     Por otra parte, es completamente verdadero que Alemania tenía genuinos conflictos de interés con algunos de sus vecinos —particularmente Francia, Checoslovaquia y Polonia— durante el período de entre guerras mundiales. Era apenas posible dar origen a un rejuvenecimiento nacional de Alemania sin despertar la amarga oposición de esos beneficiarios principales del acuerdo de Versalles, porque la gran mayoría de los franceses, polacos y checos, tal como los alemanes, eran fuertemente nacionalistas —en el sentido más estricto de la palabra— y eran inmunes a todos los argumentos, salvo uno, en cualquier materia que tuviera que ver con sus relaciones con Alemania. Si Hitler llegaba a elevar a Alemania a una posición desde la cual ésta sería capaz de realizar su misión de una revitalización general de los pueblos arios del mundo, entonces él estaba obligado a hacer aquello sobre los cuerpos de al menos algunos de los nacionalistas más acérrimos entre los vecinos de Alemania, y él entendió eso desde el principio.

     A pesar de eso, sin embargo, Hitler estaba dispuesto a hacer todos los esfuerzos en la forma de concesiones para mantener relaciones pacíficas. El abandono de las poblaciones alemanas del Tirol del Sur y Alsacia-Lorena, ahora en manos de Italia y Francia respectivamente, era para él algo extraordinariamente difícil de aceptar. Pero él mostró bastante más control de sus impulsos "nacionalistas" en esos asuntos que la mayor parte de sus compatriotas. Él fue capaz de justificar esas concesiones en términos de sus objetivos raciales de largo plazo, mientras que sus contemporáneos, con sus objetivos nacionalistas más estrechos, a menudo no fueron capaces de hacer lo mismo. Él, sin embargo, no podía permanecer silencioso mientras las poblaciones alemanas bajo autoridades checas y polacas eran salvajemente maltratadas. Él anunció su determinación de poner un forzoso final a esas atrocidades, y luego procedió a hacer aquello.

     Las acciones de Hitler en cuanto a Checoslovaquia y Polonia y sus proyectos generales para la expansión alemana hacia el Este han sido presentados por propagandistas anti-nazis como evidencias de una política general de represión de los eslavos. Esa acusación es ridícula, por supuesto, pero incluso algunos nacionalsocialistas han sido engañados por ella. Parte del malentendido se debe a la confusión entre "eslavo" como una designación racial y como una designación lingüística. Entre los muchos pueblos que hablan —o en un tiempo hablaron— lenguas eslavas hay diversos tipos raciales. Una parte sustancial de aquellos prusianos entre el Oder y el Elba, por ejemplo, tiene un trasfondo eslavo, al descender de los Wends. Los croatas son también un pueblo eslavo, al menos en el sentido lingüístico, y Hitler los había elogiado casi más que a cualquier otro pueblo [6].

[6] Ha sido extensa la confusión que resulta del uso de términos con denotaciones tanto raciales como lingüísticas. El término "ario" también cae en esta categoría. Generalmente, nuestro uso de esa palabra ha estado confinado a su sentido racial, a menos que hayamos indicado expresamente otra cosa, y preferimos el término "indo-europeo" para denotaciones lingüísticas. "Ario" se refiere a aquellos pueblos europeos que todavía comparten en un grado sustancial la herencia genética —tanto en rasgos físicos como psíquicos— dejada por aquellos hablantes ancestrales de lenguas indoeuropeas que habitaron Europa del Norte en tiempos prehistóricos, y a ciertos otros pueblos europeos que están racialmente, si no lingüísticamente, relacionados con aquéllos. En palabras del eminente antropólogo Carleton S. Coon, "las lenguas indoeuropeas fueron, en un tiempo, asociadas con un solo, aunque mezclado, tipo racial, y... aquel tipo racial era un nórdico ancestral. Hemos determinado esto por medio de un estudio de los restos óseos de pueblos conocidos por haber hablado esas lenguas en o cerca del tiempo de su dispersión inicial desde sus varios centros. (...) Los eslavos, como todos los otros pueblos de habla indoeuropea que hemos sido capaces de rastrear, eran originalmente nórdicos... Sin embargo, los eslavos que emigraron a Hungría del Sur... se mezclaron con una gente local de baja estatura, braquicéfalos de cara y nariz anchas, que... descendían de los ávaros centro-asiáticos" (Carleton S. Coon, Las Razas de Europa, Nueva York, 1939, pp. 220-221).

     Por otra parte, muchos de los pueblos de Europa del Este, nominalmente eslavos, no son racialmente arios en absoluto sino que contienen una cantidad sustancial de sangre mongoloide, resultado de sucesivas oleadas invasoras de Asia. Demás está decir que Adolf Hitler, como un racista, estaba obviamente preocupado por la intrusión de sangre no-aria a lo largo de la periferia del Este de Europa. Los efectos de numerosas penetraciones mongolas y túrquicas durante los siglos han dejado en muchos casos su marca indeleble en las poblaciones locales, un hecho que no podía ser pasado por alto.

     Durante la Segunda Guerra Mundial una forma particularmente exasperante de guerra alcanzó una nueva prominencia. Actividades de tipo guerrillero efectuadas por rebeldes civiles —el "movimiento clandestino" o la "resistencia"— fueron llevadas a cabo hasta un grado que excede inmensamente las de cualquier guerra principal anterior. Había dos motivos para aquello:

     Primero estaba el hecho de que ni siquiera durante las encarnizadas guerras religiosas de la Edad Media dos ideologías irreconciliables, tales como el Nacionalsocialismo y el marxismo, habían estado en conflicto. En Noviembre de 1918, cuando él estaba cegado por el gas venenoso en un hospital militar en Pasewalk, en Pomerania, y escuchó hablar de los levantamientos marxistas en Alemania que acabaron con el esfuerzo alemán de guerra, Adolf Hitler tomó una determinación. Él juró que nunca descansaría otra vez hasta que hubiera exterminado completamente a los portadores del germen de la enfermedad marxista. Si la Alemania Nacionalsocialista llegaba a prevalecer en la Segunda Guerra Mundial, entonces el marxismo estaría acabado en Europa, y los marxistas de todas partes —desde Washington a Moscú— sabían eso.

     Dondequiera que el marxismo había extendido su garra en Europa, las poblaciones nativas, horrorizadas por la sangrienta realidad de la bolchevización, consideraban al ejército alemán invasor como un liberador. En los países del Báltico, en Ucrania, en el Cáucaso, los pueblos sometidos se levantaron contra los comisarios Rojos a medida que se acercaban los alemanes. Los líderes comunistas, con la desesperación de criminales arrinconados, recurrieron a una brutalidad sin precedentes en sus esfuerzos para impedir que se desarrollase una solidaridad entre los alemanes y aquellos pueblos liberados de la dominación bolchevique.

     A fin de provocar represalias de parte de las fuerzas de ocupación alemanas contra el pueblo, los guerrilleros comunistas no vacilaron en realizar las acciones más bestiales. Ellos no sólo mataron a incautos soldados alemanes sino que siempre que les fue posible ellos los secuestraban y cometían las atrocidades más indescriptibles sobre ellos, dejando los cadáveres mutilados donde ellos serían rápidamente encontrados por otros alemanes. Los alemanes, por su parte, incluso si ellos no se hubieran enfurecido por tales hechos, no podían permitirse dejarlos ir sin castigo. Fueron tomados rehenes; y cuando los partisanos siguieron sus criminales actividades, los rehenes eran fusilados. Los ciudadanos locales estaban amargamente resentidos por tal tratamiento, y sus sentimientos amistosos iniciales hacia los alemanes se evaporaron rápidamente. Eso, por supuesto, era exactamente el objetivo de los partisanos comunistas [7]. Desde el punto de vista de estos últimos, mientras más fuertes fueran las represalias que ellos pudieran provocar que los alemanes cometieran, mejor.

[7] En las etapas posteriores de la guerra, los partisanos cambiaron su atención cada vez más desde la provocación de los alemanes a la "liquidación" de anti-comunistas nativos.

     El segundo factor que contribuyó a esas actividades guerrilleras era la presencia casi en todas partes del material partisano perfecto —a un mismo tiempo orientado hacia el marxismo y completamente indiferente a los sufrimientos que ellos atraían sobre las cabezas de sus conciudadanos por sus actividades— a saber, los judíos. Éstos establecieron una ya existente red clandestina de alcance mundial, y ciertamente tenían la motivación suficiente. Ellos comprendían muy bien que, completamente aparte de la amenaza de justicia a manos de los alemanes, si los regímenes comunistas que ellos habían ayudado a establecer y habían apoyado llegaran a ser eliminados por los alemanes, entonces las poblaciones nativas que ellos habían maltratado con tanto desprecio, si eran dejadas a sus propios recursos, solucionarían rápida y brutalmente el problema judío de una vez para siempre.

     Si la guerra podía ser llevada a una conclusión exitosa por parte de Alemania, con las actividades guerrilleras totalmente suprimidas y el conocimiento general difundido entre los polacos, por ejemplo, acerca de la masacre realizada por Lavrenti Beria de oficiales polacos en el bosque Katyn, 48 horas después de una retirada alemana, no hubiera quedado un solo judío vivo en Polonia [8]. De igual manera, si los alemanes llegaban a aplastar al régimen comunista en Rusia y restaurar un gobierno ruso patriótico, los judíos serían asados en hogueras públicas por un pueblo regocijado en cada villa y plaza de ciudad a través de toda Rusia.

[8] A pesar de la derrota alemana y el establecimiento de un gobierno comunista controlado por el judío en Polonia, los polacos sin embargo se vengaron contra los judíos en algunas áreas después de la guerra. La masacre de judíos en Kielce en Julio de 1946 es un ejemplo. Y el nervioso éxodo de judíos desde Hungría durante el levantamiento anti-comunista en 1956, junto con la denuncia judía mundial de dicha rebelión como "un complot anti-semítico", es otro ejemplo del mismo fenómeno.

     Un ejército frente al problema del acoso guerrillero tiene una elección muy simple que hacer: o tolera el hostigamiento con una sonrisa, o usa métodos suficientemente severos para acabar con ello. Los soviéticos siempre escogieron la segunda opción, por norma. La más leve oposición al ejército Rojo provocaba tal espantosa y sangrienta venganza sobre las cabezas de la muchedumbre que ninguna otra resistencia era siquiera imaginable por los aterrorizados e intimidados sobrevivientes. El ejército alemán, incapaz de tomar tales medidas, sólo podía hacerle el juego a judíos y marxistas al tratar de apartarse de lo extremo.

     Con el inicio del conflicto europeo —y, más particularmente, con el comienzo de la campaña contra la Unión Soviética el 22 de Junio de 1941— la lucha nacionalsocialista tomó una nueva dirección. Hasta ese tiempo el movimiento nacionalsocialista había estado confinado a la Gran Alemania y era, como a menudo fue afirmado en declaraciones oficiales, "no para la exportación". Ahora, con la extensión de la esfera alemana de influencia, el joven movimiento, con su mensaje racial de solidaridad aria, fue llevado más allá de las fronteras de Alemania. Comenzó a perder un poco del carácter local alemán asociado con él durante los primeros años de lucha y el período de la consolidación nacional inmediatamente posterior —un carácter que, como hemos indicado antes, era en ese entonces absolutamente esencial— y comenzó a asumir un nuevo aspecto pan-ario.

     El concepto de un Nuevo Ordensurgió, a medida que el objetivo racial de largo alcance de Adolf Hitler se hizo cada vez más evidente.

     "Nuestra actual lucha es simplemente una continuación, en el nivel internacional, de la lucha que emprendimos en el nivel nacional", comentó él entonces [9]. "Las ideas básicas que nos sirvieron en la lucha por el poder han demostrado que ellas son correctas, y son las mismas ideas que estamos aplicando hoy en la lucha que estamos emprendiendo a escala mundial" [10].

[9] Bormann-Vermerke, medianoche del 2 de Noviembre de 1941.

[10] Bormann-Vermerke, 19 de Noviembre de 1941.

     Hitler planteó que los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial y la lucha contra el bolchevismo debieran proporcionar el aglutinante de solidaridad para ligar a las naciones arias de Europa en un todo mayor, orgánico, con cada una de ellas entrando en una confederación más grande, no como perros azotados sino con el orgullo nacido del conocimiento de que todas y cada una había derramado su sangre y había jugado su parte en la mayor lucha por la libertad en la historia de Europa, porque todos aquellos que habían arriesgado sus vidas por Europa serían llamados para construír el nuevo orden ario del futuro.

     Fue de acuerdo con esa idea que importantes contingentes de voluntarios anti-comunistas de prácticamente cada país de Europa fueron o incorporados en unidades del ejército alemán o la SS, o se les permitió formar sus propias unidades de combate, que fueron entonces equipadas y suministradas por Alemania. Valones y flamencos, daneses y noruegos, ucranianos y rusos, holandeses y estonios, e incluso irlandeses, por decenas de miles, lucharon valientemente por el triunfo de la gran y nueva Weltanschauungy su inspirado arquitecto. Porque no era un límite geográfico, ni de lenguaje, ni siquiera de cultura y tradición local, sino de sangre, el que delineaba la nacionalidad aria por la cual ellos luchaban.


     Es bajo esta luz que debemos entender el verdadero significado de las Waffen SS y las SS germánicas, y el papel que esos dos organismos fueron convocados a desempeñar en la formación de una verdadera y pan-aria hermandad de sangre, cuyos beneficiosos efectos están todavía, a pesar de todo, siendo sentidos hasta este día. Con voluntarios participantes de cada país ario, la SSfue única en que representó la primera tentativa concreta de establecer una fuerza de combate basada en el concepto de nacionalismo racial más bien que en el del nacionalismo de Estado. En efecto, nunca antes en la historia de Occidente una tentativa tal había sido hecha.

     La concepción de Hitler de la unidad europea es claramente reflejada tanto en sus discursos públicos como en sus conversaciones privadas, sin contar las declaraciones formales de Mein Kampf. No se trataba sólo de otro grandioso esquema económico, geográfico o político —como aquellos comúnmente propuestos hoy— sino de una proposición racial aria al más alto nivel. Hitler no propuso una nivelación arbitraria de los tipos raciales de Europa sino que llamó en cambio a un esfuerzo consciente para elevar a los mejores elementos raciales europeos a una posición principal en los asuntos continentales y mundiales.

     "Todos aquellos que tienen un sentimiento por Europa pueden participar en nuestro trabajo", declaró él, añadiendo que los hombres para una tarea tan enorme vendrían de Escandinavia y de los países occidentales —incluyendo a Estados Unidos— además de Alemania [11].

[11] Bormann-Vermerke, tarde del 17 de Octubre de 1941.

     Aunque no era la consideración primaria, el sistema económico propuesto bajo el Nuevo Orden ofrecía oportunidades ilimitadas, sobre todo a los países europeos más pequeños, y podría ser descrito muy sueltamente como una especie de Mercado Común Europeo sin los banqueros internacionales. El nuevo sistema implicaba una economía autárquica para Europa que no estaría sujeta a las fluctuaciones del mercado internacional, y que podría garantizar las condiciones de pleno empleo y crecimiento económico.


     Para conseguir la unificación de Europa, Hitler creía, primero, que la iniciativa nacional de un país poderoso, como Alemania, era necesaria para vencer las obstrucciones del provincianismo egoísta y estrecho de mente, muy parecido a la manera en que Prusia asumió el liderazgo en la unificación de los peleadores Estados alemanes bajo la política de Bismarck de "Sangre y Hierro", mientras otros se limitaban simplemente a hablar de aquella unidad. Sólo en una manera similar podría encontrarse esperanza de cumplir la tarea monumental de soldar Europa del Norte, occidental, central y del Este en una entidad orgánica.

     Como el segundo requisito previo para la unificación europea, Hitler propuso que todos los pueblos germánicos [12] del continente se unieran primero para "formar el núcleo alrededor del cual Europa se va a federar" [13].

[12] En numerosos casos, sobre todo en Mein Kampf, al racismo de Hitler se le ha restado énfasis en las traducciones inglesas, con la interpretación tanto de "deutsch"como de "germanisch" como "alemán". El primer término se aplica específicamente a la gente de Alemania, mientras que el segundo término correctamente incluye la parte más grande de la población aria del mundo: anglosajones, escandinavos, holandeses y flamencos, así como alemanes, sin contar sus parientes raciales en Estados Unidos, Canadá, Australia, Sudáfrica y en otras partes, y debería ser correctamente traducido como germánico (o teutónico).

[13] Bormann-Vermerke, tarde del 22 de Febrero de 1942.

     Al discutir esa idea con un comandante SS danés de la División Viking, él dijo:

     "Mi tierra natal es uno de los países más hermosos en el Reich, pero ¿qué puede hacer cuando queda abandonada a sus propias fuerzas?. ¿Qué podría yo emprender como un austríaco?...
     "Entiendo que puede ser difícil para un joven holandés o un joven noruego encontrarse llamado a formar una unidad común, dentro del marco del Reich[14], junto con hombres de otros grupos germánicos.Pero lo que se pide de ellos no es más difícil que lo que se pidió a las tribus germánicas en el momento de las grandes migraciones. En aquellos días la amargura era tan grande que el jefe de las tribus germánicas fue asesinado por miembros de su propia familia. Lo que se pidió a los países que formaron el Segundo Reich es similar a lo que se nos está pidiendo ahora, y a lo que recientemente pedimos a los austríacos"[15].

[14] Aquí la intención de Hitler de asimilar a todos los pueblos germánicos de Europa continental en un solo Estado, o Reich, es inequívoca. Con respecto a esto, el Führercomenzó a emplear los términos Germanisches Reichy Grossgermanisches Reich, en vez de Deutsches Reichy Grossdeutsches Reich, para enfatizar ese objetivo. En otros casos, él simplemente usó la forma práctica e intercambiable "Reich".

[15] Bormann-Vermerke, tarde del 22 de Febrero de 1942.


     El significado pleno del pan-germanismo de Hitler, como parte de un pan-arianismo más grande, sólo puede ser apreciado si consideramos que, prácticamente sin excepción, todos los Estados de Europa Occidental son formaciones que han crecido a partir de la última de las grandes migraciones arias, de la germánica Völkerwanderung: anglos, sajones y jutos a Inglaterra; francos, burgundios y escandinavos a Francia; godos y lombardos a Italia; godos y suevos a España; para no mencionar a aquellas tribus germánicas que permanecieron más cercanas a su patria original y que posteriormente formaron los Estados alemanes y escandinavos. En efecto, la huella germánica ha sido tan extensa tanto en Europa del Este como en la Occidental, que hoy hay muchas personas que por razones lingüísticas se consideran latinas, celtas, eslavas, bálticas o fino-ugrias, pero que, de hecho, en gran parte descienden de esas mismas y otras tempranas tribus germánicas.


     En la perspectiva histórica, Adolf Hitler debe ser considerado como el primer verdadero exponente del nacionalismo racial político, o, más específicamente, del racismo ario. "Si trato de evaluar mi trabajo", él una vez dijo, "debo considerar, en primer lugar, que he contribuído —en un mundo que había olvidado dicha noción— al triunfo de la idea de la primacía de la raza"[16]. El que sus objetivos pan-arios puedan haber sido obscurecidos por la tarea más inmediata de movilizar la indispensable energía nacional del pueblo alemán hacia aquel fin, es algo deplorable, ya que Alemania y el pueblo alemán en efecto desempeñaron realmente un papel excepcional en los planes de Hitler, pero no del modo estrecho que es a veces imaginado.

[16] Bormann-Vermerke, noche del 21 al 22 de Octubre de 1941.


     Aunque el Nacionalsocialismo esté íntimamente condicionado por el hecho de que sus doctrinas son, en cierto modo, una expresión de la naturaleza interior de una raza particular —la raza aria—, se requiere en efecto una amplia perspectiva para comprender toda la magnitud de la creación de Hitler, para ver más allá de sus aspectos convencionalmente nacionalistas hasta su significación eterna y universal. Savitri Devi lo dijo bastante bien, me parece:

     "en su esencia, la idea nacionalsocialista excede no sólo a Alemania y a nuestros tiempos, sino a la raza aria y a la propia Humanidad, y a cualquierépoca; ella al final expresa aquella sabiduría misteriosa e infalible según la cual la Naturaleza vive y crea: la sabiduría impersonal del bosque primordial y de la profundidad del océano y de las esferas en los oscuros campos del espacio; y es la gloria de Adolf Hitler no simplemente haber vuelto a aquella sabiduría divina... sino haberla convertido en la base de una política de regeneración práctica de alcance mundial" (Savitri Devi, The Lightning and the Sun, cap. XIII).–







Viewing all articles
Browse latest Browse all 1028

Trending Articles



<script src="https://jsc.adskeeper.com/r/s/rssing.com.1596347.js" async> </script>