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El Pentagonismo, Sustituto del Imperialismo

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     Juan Bosch Gaviño (1909-2001) fue un político e intelectual dominicano que llegó a ser por un breve lapso Presidente de su República Dominicana (en la antigua isla La Española) en 1963, siendo derrocado su gobierno después de siete meses. Dentro de la prolífica obra escrita de este autor de tendencia izquierdista destaca un ensayo suyo de 1967 titulado "El Pentagonismo, Sustituto del Imperialismo", un análisis de entonces recientes transformaciones en la esfera del poder ocurridas en Estados Unidos que afectan al mundo entero, y una revisión de sus antecedentes y contexto históricos. De dicha obra hemos hecho una significativa selección para presentar aquí, dado que entrega un interesante planteamiento y análisis sociológico e histórico de la sociedad estadounidense, vigente aún tras cincuenta años. El título de este texto refleja exactamente el concepto que el autor quiere comunicar.


EL PENTAGONISMO,
SUSTITUTO DEL IMPERIALISMO
(Selección)
por Juan Bosch, 1967



I. QUÉ ES EL PENTAGONISMO

     Si en una gran parte del mundo se sigue diciendo que hay países imperialistas y países colonizados es porque no nos hemos dado cuenta todavía de que el lugar del Imperialismo ha sido ocupado por el Pentagonismo.

     En los días de su vigencia, que se prolongó hasta el final de la guerra de 1939-1945, la sustancia del Imperialismo se explicaba como la conquista de colonias para aplicar en ellas los capitales sobrantes del país conquistador con el fin de sacar de las colonias materias primas con que mantener funcionando las instalaciones industriales de la metrópoli; al mismo tiempo las colonias se convertían en mercados compradores de las industrias metropolitanas, con lo que se establecía una cadena sin fin que ataba la vida económica de las colonias, mediante la sumisión política, al centro metropolitano.

     De acuerdo con esa somera descripción del fenómeno llamado Imperialismo, una colonia era a la vez una zona de aplicación de bienes de capital y una zona de acumulación de beneficios, porque su mano de obra era barata, sus materias primas se pagaban a precios bajos, el sistema bancario de la metrópoli prestaba poco dinero, a corto plazo y a interés alto, los transportes de y hacia la metrópoli estaban bajo control, y tenían tarifas elevadas para lo que compraban los colonos, y en cambio los productos manufacturados de la metrópoli llegaban a la colonia a precios altos. Esa situación de control económico se reducía, en fin de cuentas, a un propósito: que el trabajador colonial recibiera, pongamos, 10 unidades monetarias por hora de trabajo y tuviera que pagar 50 unidades por la hora de trabajo acumulado en un producto que se fabricaba en la metrópoli con la materia prima que ese mismo trabajador colonial —u otro de una colonia dependiente de la misma metrópoli— había producido a cambio de cinco veces menos dinero.

     La conquista de una colonia, y su mantenimiento como territorio dependiente, reclamaba el uso de un poder militar destinado sólo a conquistar y retener el Imperio colonial. Eso requería fondos, industrias de armas, escuelas especializadas en la formación de oficiales y de administradores civiles destinados a las colonias, poetas, músicos y pintores, periodistas y oradores que formaran la atmósfera heroica adecuada a las guerras en los territorios destinados a ser colonias. Pero esa atmósfera ha desaparecido, y los niños que están naciendo ahora tendrán que recurrir a libros viejos y a películas de otras épocas para conocer la estampa de los ejércitos coloniales.

      El Imperialismo es ya una sombra del pasado y, sin embargo, por inercia intelectual seguimos diciendo que todavía hay Imperialismo y seguimos acusando a este y a aquel país de imperialistas. Puesto que las dos terceras partes de la Humanidad viven en sociedades capitalistas, y puesto que Lenin vinculó de manera indisoluble al Imperialismo con el capitalismo —con su razón, en su caso y en su tiempo— al decir que el Imperialismo era la última etapa —o la etapa más avanzada— del capitalismo, hay quienes piensan que el Imperialismo subsiste porque aún subsiste el capitalismo. Pero se trata de una ilusión. El Imperialismo no existe ya y el capitalismo le ha sobrevivido.

     ¿Cómo y por qué se explica lo que acabamos de decir? Porque el Imperialismo ha sido sustituído por una fuerza superior. El Imperialismo ha sido sustituído por el Pentagonismo. El capitalismo industrial comenzó a desarrollarse en manos de técnicos, no de científicos, y empezó a incorporar a los científicos desde fines del siglo XIX. La ciencia puesta al servicio del capitalismo iba a abrirle a éste fuentes insospechadas de producción que le proporcionarían recursos infinitos para la acumulación de capitales; fuentes tan numerosas y tan productivas, que junto a ellas las riquezas coloniales parecerían juegos de niños. Valiéndose del trabajo de los científicos, el capitalismo industrial iba a evolucionar rápidamente, después de la guerra de 1914-1918, hacia una etapa no prevista de sobre-desarrollo, a la cual llegaría con motivo de la Segunda Guerra Mundial. Al entrar en la Era atómica el capitalismo sería tan diferente del que había conocido el mundo hasta el 1939 que, en términos de evolución histórica, iba a corresponder al siglo XXI más que al siglo XX.

     El capitalismo de hoy es capitalismo sobre-desarrollado. Este nuevo tipo de capitalismo no necesita recurrir a territorios dependientes que produzcan materias primas baratas y consuman artículos manufacturados caros. El capitalismo sobre-desarrollado ha hallado en sí mismo la capacidad necesaria para elevar al cubo los dos términos del capitalismo que se ponían en juego en la etapa imperialista. Sus formidables instalaciones industriales, operando bajo condiciones creadas por la acumulación científica, pueden producir materias primas antes insospechadas a partir de materias primas básicas y a costos bajísimos; esas nuevas materias primas, de calidad, volumen, consistencia y calibre científicamente asegurados, han permitido ampliar a cifras fabulosas las líneas de producción, y con ello han hecho del subproducto la clave del beneficio mínimo indispensable para mantener una industria funcionando, de manera que los beneficios obtenidos con los productos principales se acumulan para ampliar las instalaciones o establecer otras nuevas, y el resultado final de ese proceso interminable es una productividad altísima, nunca antes prevista en la historia del capitalismo.

     Gracias a esa alta productividad, el capitalismo sobre-desarrollado puede pagar a sus pueblos salarios muy elevados, lo que ha dado origen, dentro de sus propias fronteras, a un poder adquisitivo que crece a ritmo galopante y que a su vez permite capitalizar a un grado que no hubiera sido capaz de sospechar el más apasionado promotor de expediciones militares para conquistar colonias en los mejores días de Victoria, reina y emperatriz.

     Ahora bien; ese fenómeno, que debía originar necesariamente nuevos tipos de relaciones de las metrópolis con sus colonias —la descolonización del general De Gaulle o el Commonwealth británico— ha dado origen, en el país del capitalismo más sobre-desarrollado, a un fenómeno nuevo. Éste es el Pentagonismo, que ha venido a ocupar el lugar que hasta hace poco ocupó el Imperialismo. El Imperialismo ha desaparecido ya del Globo, y con él debe desaparecer la palabra que lo definía. Lo que está operando ahora en Iberoamérica, en Asia, en África —en todas las áreas poco desarrolladas— no es el viejo Imperialismo definido por Lenin como la última etapa —o la más avanzada— del capitalismo. Es el Pentagonismo, producto del capitalismo sobre-desarrollado.

     El Pentagonismo retiene casi todas las características del Imperialismo, especialmente las más destructoras y dolorosas, pero es una modalidad más avanzada, que se relaciona con el Imperialismo en la medida en que el capitalismo sobre-desarrollado de hoy se relaciona con el capitalismo industrial del siglo XIX; para decirlo de manera más gráfica, el Pentagonismo se parece al Imperialismo en la cualidad de sus efectos, no en las dimensiones, así como el cañón que se usó en la guerra franco-prusiana de 1870 se parece a la bomba atómica lanzada en Hiroshima en que los dos producían la muerte, pero no el mismo número de muertos.

     Sin embargo, el Pentagonismo se diferencia del Imperialismo en lo que éste tenía de más característico, que era la conquista militar de territorios coloniales y su subsecuente explotación económica. El Pentagonismo no explota colonias: explota a su propio pueblo. Este es un fenómeno absolutamente nuevo, tan nuevo como el propio capitalismo sobre-desarrollado que dio nacimiento al Pentagonismo.

     Para lograr la explotación de su propio pueblo, el Pentagonismo realiza la colonización de la metrópoli, pero como para colonizar a la metrópoli hay que hacerlo con el mismo procedimiento militar que se usaba para conquistar una colonia, y resulta que la guerra no puede hacerse contra el pueblo propio, los ejércitos metropolitanos son lanzados a hacer la guerra contra otros países. Como eso era lo que se hacía en los tiempos ya idos del Imperialismo —lanzar el ejército metropolitano sobre un territorio extranjero—, se sigue pensando que el Imperialismo está vigente aún. Pero no es así. Efectivamente, no ha cambiado el uso del poder militar; lo que ha cambiado es su finalidad.

     Las fuerzas militares de un país pentagonista no se envían a conquistar dominios coloniales. La guerra tiene otro fin: la guerra se hace para conquistar posiciones de poder en el país pentagonista, no en un territorio lejano. Lo que se busca no es un lugar donde invertir capitales sobrantes con ventajas; lo que se busca es tener acceso a los cuantiosos recursos económicos que se movilizan para la producción industrial de guerra; lo que se busca son beneficios donde se fabrican las armas, no donde se emplean, y esos beneficios se obtienen en la metrópoli pentagonista, no en el país atacado por él. Rinde varias veces más, y en tiempo mucho más breve, un contrato de aviones que la conquista del más rico territorio minero, y el contrato se obtiene y se cobra en el lugar donde está el centro del poder pentagonista. Los ejércitos operan lejos del país pentagonista, pero los aviones se fabrican en él, y es ahí donde se ganan las sumas fabulosas que produce el contrato. Esas sumas salen del pueblo pentagonista, que es al mismo tiempo la metrópoli y por tanto el asiento del poder pentagonista.

     El pueblo pentagonista es explotado como colonia, puesto que es él quien paga a través de los impuestos los aviones de bombardeo que enriquecen a sus fabricantes; de donde resulta que la metrópoli pentagonista convierte a su propio pueblo en su mejor colonia; es a la vez metrópoli y colonia, en una simbiosis imprevista que requiere de un nuevo vocablo para ser definida. No es ya el Imperio clásico, porque no necesita territorios coloniales para acumular beneficios. No hay ya una metrópoli que explota y una colonia explotada; hay otra cosa: hay la metropo-colonia.

     Lo que gasta Estados Unidos en un mes de guerra en Viet Nam no podría recuperarlo en cinco años si se dedicara a sacar de la vieja Indochina materias primas baratas y al mismo tiempo le vendiera productos manufacturados caros; y lo que gasta allí en un año de operaciones militares no podría sacarlo en medio siglo, ni aun en el caso de que los dos Viet Nam —el del Norte y el del Sur— estuvieran cubiertos por una lámina de oro de un centímetro de espesor. Si las minas de brillantes del Transvaal estuvieran situadas en Viet Nam no producirían en 50 años de explotación intensiva lo que Estados Unidos gastó en 1967 combatiendo en Viet Nam.

     Pero de lo que Estados Unidos gasta en un año en el territorio estadounidense para fabricar armas, buques, aviones de guerra, ropa, zapatos, medicinas y cerveza para las fuerzas que operan en Viet Nam, los pentagonistas sacan lo necesario para mantener funcionando sus fabulosas instalaciones industriales y para pagar los salarios más altos del mundo, lo que a su vez se transforma, mediante el aumento del poder adquisitivo de los que cobran esos salarios, en una ultrarrápida formación de capitales por la vía de los beneficios. La escalada de la guerra de Viet Nam comenzó en Mayo de 1965; pues bien: en el año 1966 Estados Unidos tenía 164 millonarios más que en 1965, según información de la Dirección General de Impuestos sobre los Beneficios.

     Esos capitales tan velozmente acumulados no son empleados en Viet Nam, ni en todo ni en parte, con propósitos reproductivos, como lo hubieran sido en el caso de que la guerra fuera una típica operación imperialista, de conquista del territorio indochino para someterlo a explotaciones económicas. Esos capitales son empleados en Estados Unidos para producir más elementos de guerra y más artículos de consumo que permitan recuperar por esta última vía una parte de los altos salarios que están recibiendo obreros y empleados.

     Aunque se han escrito varios estudios para probar que los gastos militares de Estados Unidos tienen poca influencia en la economía general del país, se ha ocultado el papel que esos gastos tienen en la formación y en el mantenimiento del Pentagonismo como fuerza dominante en la vida estadounidense. A partir del año 1951 el presupuesto militar de Estados Unidos pasó a ser más alto que el presupuesto del gobierno civil (federal), lo que en términos políticos significa que el poder militar comenzó a ser mayor que el poder civil, puesto que disponía de más medios que éste, y en consecuencia el poder civil comenzó a depender más y más, para su estabilidad, de los gastos pentagonistas.

     La palabra "estabilidad" no tiene en Estados Unidos el mismo significado, aplicada al gobierno, que en otros países. Allí un gobierno tiene mayor estabilidad cuando la opinión pública lo respalda mayoritariamente. Y resulta que los gastos del Pentágono han pasado a ser fundamentales para obtener ese respaldo. El Presidente Johnson lo reconoció así en su informe de principios de año —Enero de 1967— al Congreso de la Unión cuando dijo que "el aumento en los gastos de defensa contribuyó [a crear] un cambio significativo en el clima de la opinión [pública]. El escalamiento de [la guerra de] Viet Nam aseguró virtualmente a los hombres de negocios estadounidenses que en el futuro cercano no habría cambios económicos hacia atrás". [...]

     Aunque estas afirmaciones del Presidente de Estados Unidos son importantes, porque desmienten de manera categórica cuanto se ha dicho con el propósito de desvirtuar la importancia de los gastos de guerra en el crecimiento de la economía estadounidense, su valor político está en la frase a que nos hemos referido, aquella de que "el escalamiento de [la guerra de] Viet Nam aseguró virtualmente a los hombres de negocios estadounidenses que en el futuro cercano no habría cambios económicos hacia atrás". Esos "hombres de negocios estadounidenses" son los que manejan la economía pentagonal, los que se reparten los beneficios que dejan los contratos militares; ésos son los industriales, los banqueros, los transportadores, los comerciantes y los promotores que, junto con los generales y los políticos pentagonistas, manejan la política internacional de Estados Unidos.

     Es cierto que el desaparecido Imperialismo daba beneficios a los fabricantes de armas. Pero esos beneficios eran en cierta medida marginales; algo así como comisiones avanzadas sobre una operación mercantil de largo alcance. Los beneficios que buscaban los capitalistas —y los gobiernos de los países imperialistas— no eran los inmediatos que proporcionaba la venta de equipos militares. Los beneficios que se perseguían mediante la conquista de un territorio colonial eran los de inversiones a largo plazo. Los gastos de la conquista —incluyendo en ellos, desde luego, los equipos y la movilización militar— presentaban gastos de promoción para establecer empresas que debían empezar a rendir beneficios después que la conquista se consolidaba y se organizaba la explotación.

     Hay que tomar en cuenta que todos los gastos, incluyendo en ellos el valor de los equipos, producidos por un ejército colonial que se enviaba en el siglo XIX al corazón de África o a un país asiático, no podían acercarse siquiera a la enorme cifra que supone el costo de producción —sólo de producción— de un escuadrón de bombarderos B-52. Por otra parte, una vez que se hacía el gasto de la conquista, comenzaban las inversiones en bienes de capital para organizar la explotación de equipos como ferrocarriles, plantas mineras, puertos. [...]

     El Pentagonismo no opera con criterio de inversiones de capital en un territorio colonial. El Pentagonismo opera con métodos militares iguales o parecidos a los que usaba el Imperialismo, pero su finalidad es distinta. Para el Pentagonismo el territorio que va a ser o está siendo atacado es sólo un lugar destinado a recibir material gastable, tanto mecánico como humano. En ese sitio van a consumirse las costosas máquinas de guerra, las balas, las bombas, las medicinas, las ropas, el cemento, los equipos de construcción de cuarteles y caminos y puentes, la bebida y la comida de los soldados, y también los propios soldados o por lo menos muchos de ellos. El país atacado es el depósito final de los bienes producidos y ya vendidos y cobrados en la metrópoli.

     Desde cierto punto de vista, para los que acumulan beneficios con la producción de esos bienes daría lo mismo tirarlos al mar que usarlos en operaciones de guerra. Pero en ese caso quedaría rota la cadena sin fin de producción, altos beneficios, altos salarios, mayores ventas, acumulación ultrarrápida de capitales y ampliación de la producción para volver a empezar, puesto que no podría justificarse la producción de equipos tan costosos y de tan corta duración si no estuvieran destinados a la guerra. Por otra parte, sólo un estado de guerra —que el pueblo pentagonista acepta como situación de emergencia— autoriza gastos fabulosos y la celebración de contratos a gran velocidad y con firmas que dispongan del prestigio, de los créditos y de los medios para producir equipos inmediatamente.

     Hay que tomar en cuenta que para cumplir un contrato de producción de bombarderos B-52—para seguir con el ejemplo— se necesita descontar en uno o en varios bancos cientos de millones de dólares, y eso sólo pueden hacerlo fácilmente los industriales que son, directa o indirectamente, directores de esos bancos, esto es, los grandes contratos tienen que ir a firmas establecidas que disponen de antemano de poder financiero e industrial.

     En términos de negocios, el Pentagonismo es la más fabulosa invención hecha por el hombre, y tenía necesariamente que producirse en el país capitalista por excelencia, en el del capitalismo sobre-desarrollado, puesto que era allí donde la capacidad para acumular beneficios se había colocado en lo más alto la escala de los valores sociales.

     El Pentagonismo tiene varias ventajas sobre el decrépito y ya inútil Imperialismo. De esas ventajas podemos mencionar dos: una de tipo económico y una de tipo moral. La primera consiste en que proporciona la manera más rápida y más segura de capitalización que podía concebirse en el mundo de los negocios, puesto que la totalidad de los beneficios —o por lo menos la casi totalidad— llega a manos de negociantes de la guerra antes aún de que los equipos militares hayan sido puestos en uso. En este aspecto, tal vez sólo el trabajo en los yacimientos de oro de California proporcionó ganancias tan rápidas y tan netas, aunque desde luego relativamente limitadas.

     La segunda ventaja —la de aspecto moral— consiste que deja a salvo el prestigio del país pentagonista, que es el atacante, porque puede decir al mundo —y a su propio pueblo, que da el dinero para los equipos y para los beneficios de los negociantes y al mismo tiempo proporciona los soldados que van a manejar esos equipos y a morir mientras los usan— que no está haciendo la guerra para conquistar territorios coloniales, es decir, que no está actuando con propósitos imperialistas.

     Esto último es verdad, pero al mismo tiempo oculta la verdad más importante; la de que un pequeño grupo de banqueros, industriales, comerciantes, generales y políticos está haciendo la guerra para obtener beneficios rápidos y cuantiosos, que se traducen en acumulaciones de capital y por tanto en las inversiones nuevas con las cuales vuelven a aumentar sus beneficios.

     La parte de verdad que sirve para ocultar la verdad fundamental es a su vez un instrumento de propaganda para proseguir la carrera del Pentagonismo. Los jóvenes incorporados al ejército se convencen fácilmente de que su país no es imperialista, de que no está guerreando para conquistar un territorio colonial. Es más, se les hace creer que están yendo a la muerte para beneficiar al país atacado, para salvarlo de un mal. Y esto es muy importante, porque para llevar a los hombres a morir y a matar, hay que ofrecerles siempre una bandera moral que endurezca sus conciencias y los justifique ante sí mismos.


II. EL NACIMIENTO DEL PENTAGONISMO

     El Imperialismo tuvo una larga etapa de agonía, pero su hora final podía apreciarse con cierta claridad ya a fines de la guerra mundial de 1939-1945. Después de esa gran hecatombe el Imperialismo podía tardar en morir cinco años, diez años, quince años, mas era evidente a los ojos de cualquier observador que estaba condenado a muerte en un plazo más corto que largo. Entre los móviles de la guerra ocupó un lugar importante el reclamo alemán de "espacio vital", esto es, territorio colonial para el Tercer Reich; de manera que al final de una guerra que se había hecho para destruír ese Tercer Reich, hubiera sido injustificable hablar de repartos de áreas coloniales.

     Pero ésa no fue la causa profunda de que los países vencedores en la guerra no se repartieran las colonias de los vencidos —Italia y Japón—. La causa más inmediata e importante fue de tipo práctico, no moral. Los ataques japoneses a los Imperios coloniales europeos en el Pacífico —especialmente en Indonesia e Indochina— barrieron las fuerzas militares de las metrópolis en esa zona y dieron paso a grandes movimientos nacionalistas que en su oportunidad liquidaron la Era colonial en Asia; al mismo tiempo apareció, también al favor de la ocupación japonesa de China, la China comunista, que era medularmente un gran poder anti-colonialista. La ola nacionalista se extendió mucho más allá del Pacífico; alcanzó a África, produjo la guerra argelina y determinó el surgimiento de nuevos países en el continente africano.

     La estrategia de los países imperialistas consistió en retirar las fuerzas militares y afirmar el predominio económico, que era más difícil de combatir debido a que ya estaba en uso el sistema de controlar los mercados de producción y de venta a través de la concentración internacional del gran capitalismo.

     En realidad, el plan de colocar bancos y ligazones comerciales e industriales en el lugar que habían ocupado los ejércitos se había iniciado antes de la Segunda Guerra Mundial; este nuevo sistema había convivido con el antiguo —el típicamente imperialista— desde principios de la década del treinta hasta finales de la década del cincuenta. En esos años se había dado cumplimiento al principio que había establecido en el siglo XVIII el economista español don José del Campillo y Cossío [1693-1743] cuando dijo que el país que dominara la vida económica de otro país no necesitaría tener sobre él control militar. Ese principio fue puesto en ejecución por Estados Unidos al comenzar la tercera década de este siglo [XX], cuando el presidente Franklin Delano Roosevelt estableció la llamada Política del Buen Vecinocomo un sustituto del Imperialismo crudo en las relaciones de su país con Iberoamérica.

     En un proceso histórico normal, el Imperialismo que entraba en su etapa de muerte después de la Segunda Guerra Mundial debió ser reemplazado por esa Política del Buen Vecino llevada a escala planetaria, puesto que si lo que buscaba el Imperialismo era lugares de inversión para sus capitales sobrantes y para colocar el sobrante de su producción industrial, podía obtenerlo —con ciertas pero muy mínimas limitaciones— haciendo uso de su poder económico solamente, visto que el reparto de los territorios coloniales se había hecho antes de 1930.

     Pero sucedió que no hubo un proceso histórico normal, porque bajo tensiones de la gran guerra —la de 1939-1945— el sistema capitalista se aseguró la colaboración de científicos, los puso a su servicio y pasó a convertirse en capitalismo sobre-desarrollado. Ese salto gigantesco significó transformaciones también gigantescas tanto en el orden cuantitativo como en el cualitativo, y si bien Estados Unidos estaba preparado para absorber las novedades de tipo cuantitativo, no lo estaba para absorber las de orden cualitativo. En esa coyuntura histórica, la Unión Soviética, bajo el liderato de Stalin, produjo la llamada Guerra Fría, y para responder a ese movimiento político de alcances mundiales Estados Unidos se dedicó a montar una organización militar permanente; y resultaba que ese nuevo factor de poder aparecía en la sociedad estadounidense sin que ésta estuviera preparada para asimilarlo. En la base institucional de Estados Unidos no había lugar para un ejército permanente.

     Estados Unidos se había organizado en el siglo XVIII como una sociedad eminentemente individualista; su constitución política, sus hábitos y sus tradiciones eran los de un país individualista. Sin embargo, a partir de la gran crisis económico-social de 1929 Estados Unidos comenzó a transformarse en una sociedad de masas —lo que era, desde luego consecuencia de la mayor extensión de la actividad industrial—, y al terminar la guerra de 1939-1945 era ya una sociedad de masas en todos los aspectos.

     Esa sociedad de masas siguió organizada jurídica e institucionalmente como sociedad individualista, y como es lógico, en el fondo de la vida estadounidense se planteó, y sigue planteado, un conflicto de vida o muerte entre lo que es —una sociedad de masas— y lo que se cree que es —una sociedad de individuos libres—.

     En un conflicto entre la apariencia jurídica o institucional y la verdad social, acabará imponiéndose la última. Ésta se halla viva y aquélla muerta; ésta produce hechos reales, pensamientos y sentimientos que se imponen con una fuerza arrolladora; en ocasiones simula que es obediente a la apariencia jurídica institucional, pero en definitiva actuará en términos de su propia naturaleza, porque esa naturaleza es la expresión íntima y real de la verdad social. La verdad social estadounidense ahora es que el pueblo está encuadrado, sin su consentimiento y sin su conocimiento, en una sociedad de masas; su idea es que él es parte de una sociedad individualista. La solución de ese conflicto entre lo que el país es y lo que cree que es, se presenta en términos de actuación masiva dirigida por una voluntad externa a su conciencia. Esa voluntad externa a su conciencia se halla instalada en poderes que no figuran en la Constitución política de Estados Unidos ni en ninguna de las leyes del país que podrían considerarse de categoría constitucional.

     La sociedad de masas ha producido, pues, órganos de poder que no tienen un puesto ni en las instituciones tradicionales del país ni en los hábitos del pueblo. Uno de esos poderes es el militar; otro, aunque no viene al caso mencionarlo en este trabajo, es la CIA.

     El poder militar estadounidense está concentrado en el Pentágono en términos de mando de todas las fuerzas armadas. Ese mando tiene autoridad de vida y muerte sobre los ciudadanos, puesto que todos los ciudadanos de Estados Unidos deben teóricamente servir en algún momento bajo la autoridad militar; ese mando tiene también un poderío económico superior al del gobierno federal y dispone de él sin cortapisas. Nos hallamos, pues, ante un poder real, no ante una entelequia; ante un poder que se ejerce sobre los ciudadanos de su propio país y sobre sus bienes, sobre su tiempo y sobre sus vidas; sin embargo, nadie sabe cuál es la base jurídica de ese poder tan enorme.

     Un elector estadounidense puede elegir al Presidente y al Vicepresidente de la República, a los senadores y diputados al Congreso federal y a los diputados de las legislaturas de los Estados, a los gobernadores de los Estados, a los alcaldes y a los miembros de los concejos municipales. Se le reconoce el derecho a elegir sus autoridades porque él las paga y paga los gastos de la nación y además porque lo que hagan esas autoridades le afectará en una medida o en otra. Sin embargo, él paga los gastos militares, a él le afectan las decisiones de las autoridades militares en una medida más importante que las que toman las autoridades civiles, pero no puede elegir ni a los generales ni a los coroneles que disponen de sus bienes y de su vida. Tampoco puede el ciudadano elegir a los jefes de la CIA, cuyos actos provocan en algunas ocasiones decisiones políticas en que van envueltos los intereses fundamentales de la nación y la vida de sus hijos. Lo que acabamos de decir indica que en la sociedad estadounidense hay actualmente grandes poderes que no responden a las bases de la  organización jurídica nacional. Esa organización descansa en la elección de las autoridades por parte del pueblo, y el pueblo se encuentra ahora con que hay autoridades con poderes excepcionales que no son elegidas por él.

     Se dirá que en ninguna parte del mundo los militares son elegidos por el pueblo. De acuerdo. Pero es que en ninguna parte, si nos atenemos al estado de Derecho moderno, hubo jamás un poder militar instalado en el centro mismo de la vida de un país que había vivido 175 años sin ejército y que no había creado, por eso mismo, defensas legales ni de hábito social contra la existencia de un poder militar tan grande. De buenas a primeras, en medio de un pueblo eminentemente civil en su organización, surgió un poder militar que en menos de quince años pasó a ser más fuerte que el poder civil. Por eso dijimos que Estados Unidos no estaba preparado para los cambios cualitativos que produjeron, operando cada uno desde una dirección propia, la conversión del pueblo en sociedad de masas, la guerra de 1939-1945 y su efecto sobre el paso del capitalismo industrial a capitalismo sobre-desarrollado, y la Guerra Fría.

     La generalidad de las gentes piensa con los criterios adquiridos desde tiempo atrás, y esos criterios del pasado se proyectan sobre los hechos nuevos con tanta intensidad que no permiten verlos claramente. La inmensa mayoría de las gentes sigue creyendo que el poder civil estadounidense es lo que era ayer, la fuerza superior en el país. Sin embargo no es cierto. El poder se mide por los medios de que se dispone y que se usa, y en un país eminentemente capitalista como es Estados Unidos, el poder se mide sobre todo en términos de dinero. El Pentágonodispone de más dinero que el gobierno federal estadounidense. Ese solo hecho indica que el Pentágono es real y efectivamente más poderoso que el gobierno federal.

     En el año 1925 el presupuesto general de Estados Unidos era de 3.063 millones de dólares; 600 millones estaban destinados a las fuerzas armadas. En 1950 el presupuesto general era de 39.606 millones y el militar de 13.176; esto es, mientras el presupuesto nacional había aumentado un poco menos de 13 veces, el militar había aumentado casi 22 veces, y era inferior en menos de 100 millones al presupuesto general del país en el año 1941. Diez años después, en 1960, el presupuesto general era de 75.200 millones y el del Pentágono alcanzaba al 5% de esa cantidad; esto es, de 46.300 millones, más de 2.220 millones más elevado que el presupuesto nacional de 1951. Los gastos del Pentágono sobrepasarán en el presupuesto 1967- 1968 todos los gastos nacionales, incluidos los militares, del presupuesto 1960-1961.

     Con excepción de los años de la gran guerra de 1939-1945, que para Estados Unidos comenzó a partir de 1941, los gastos militares del país habían sido siempre desde 1925 inferiores a los del gobierno federal en un tanto por ciento importante; pero desde el año 1951 el capítulo de gastos militares comenzó a ocupar cada año más de la mitad de los fondos fiscales. En estas proporciones está la verdad del fenómeno político que podemos calificar como desplazamiento del poder real en Estados Unidos de las manos del poder civil —gobierno federal— a las del poder militar —Pentágono—.

     En los datos que acabamos de dar no figuran las sumas que gastan los departamentos civiles del gobierno a causa de actividades militares. Esas cifras se refieren al poder militar en términos de soldados, sean generales o sargentos. Pero el Pentagonismo no está formado sólo por militares. El Pentagonismo es un núcleo de poder que tiene por espina dorsal la organización militar, pero que no es exclusivamente eso. En el Pentagonismo figuran financieros, industriales, comerciantes, escritores, periodistas, agentes de propaganda, políticos, religiosos; el Pentagonismo es una suma de grupos privilegiados, la crema y nata del poder económico-social-político de Estados Unidos.

     La mejor demostración de hasta dónde el Pentagonismo ha tomado ventaja del conflicto que tiene el país en sus estructuras sociales y jurídicas debido al hecho de que su organización social es de masas y su organización institucional es individualista, lo tenemos a la vista en la guerra de Viet Nam: al tiempo que de acuerdo con la Constitución federal es el Congreso, y sólo él, quien tiene la facultad de iniciar una guerra por el expediente de declararla, los  ciudadanos estadounidenses combaten y mueren a miles de millas de su país sin que el Congreso haya declarado la guerra.

     Los representantes legales del pueblo, que son los miembros del Congreso, no tienen ni voz ni voto en una acción que sólo ellos podían autorizar; en cambio se ven forzados a autorizar los gastos de esa acción; a ordenar que el pueblo pague una guerra y a que tome parte en esa guerra que se hace sin que se haya cumplido el requisito que reclama la Constitución. Para justificar la ilegalidad se buscaron subterfugios legales, pero hay una verdad como un templo que ningún subterfugio puede desvirtuar: Estados Unidos están en guerra contra la república de Viet Nam del Norte; bombardea sus ciudades, mata a sus ciudadanos, cañonea sus puertos, destruye sus caminos y fábricas; todo ello sin una declaración de guerra y sin que los ciudadanos estadounidenses parezcan darle importancia a lo que hay de trascendental en ese hecho.

     Que los hijos de un país vayan a matar y a morir en una guerra que comenzó y se mantiene sin haberse cumplido los requisitos legales que son propios de ese país, indica que para esos ciudadanos tales requisitos legales carecen de validez. Ellos obedecen no a las leyes del país sino a los jefes reales de ellos; y los jefes reales de las masas estadounidenses no son hoy los funcionarios públicos: son los que pagan a esas masas organizadas a través de sus industrias, negocios y comercios, y esos señores son, junto con los jefes militares, los líderes del Pentagonismo. El poder político no se encuentra ya en las manos de personas elegidas por el pueblo; el poder no responde ya a los cánones constitucionales porque ha dejado de existir el pueblo individualizado hombre a hombre y mujer a mujer; lo que hay en su lugar son grandes masas, con pensamientos, sentimientos y actos masivos, manejados por las fuerzas pentagonistas.

     La sociedad de masas de Estados Unidos, un hecho sociológico que se formó y desarrolló de manera tan natural que nadie acertó a verlo a tiempo, ha producido excrecencias gigantescas que no estaban previstas en el esquema jurídico nacional y que no responden a los mecanismos típicos de las sociedades individualistas. Al mismo tiempo el gran capital sobre-desarrollado —que llevó a su plenitud a esa sociedad de masas y por tanto a sus excrecencias— encontró un campo de sustentación, y el impulso para la dinámica de su crecimiento, en el establecimiento del gran organismo militar llamado el Pentágono. Así, pues, una vez producidos la sociedad de masas y el Pentágono, al entrar en agonía el Imperialismo, el capital sobre-desarrollado se valió de las nuevas condiciones existentes para crear el Pentagonismo y colocarlo en el lugar que había ocupado el Imperialismo.

     Para que esto fuera posible era necesario, sin embargo, que hubiera en Estados Unidos una atmósfera pública, o bien favorable, o bien no opuesta a esos cambios. En efecto, había esa atmósfera en unos casos favorable y en otros no opuesta. Había una corriente de opinión que tenía su origen en la propaganda que se había iniciado a raíz de la Revolución Rusa, dirigida a presentarla como una colección infernal de fechorías que debía ser aniquilada por los estadounidenses.

     Pero otras corrientes eran de formación más antigua y se hallaban probablemente instaladas en las raíces biológicas e históricas de Estados Unidos; venían trabajando el alma de ese pueblo por varias vías desde hacía por lo menos 150 años, y al entroncar en ellas el concepto misional creado por la propaganda anti-comunista, el conjunto tomó una fuerza arrolladora que salió a la superficie al provocarse con la Guerra Fría la crisis definitiva —aunque desconocida— entre la sociedad real de masas y la organización jurídica individualista; o, si preferimos decirlo en términos de causas y no de efectos, al quedar impuesto en el centro de la vida estadounidense el régimen del gran capitalismo sobre-desarrollado.

     Esas condiciones subjetivas de origen antiguo determinaron un predominio de lo germánicoen el carácter nacional estadounidense. No debemos poner en duda que los pueblos desarrollan un carácter nacional, una manera bastante generalizada de reaccionar ante determinados problemas. Durante siglos los germanos tuvieron una inclinación evidente hacia los odios raciales y hacia las glorias guerreras; pero la más distintiva de las inclinaciones germánicas fue la propensión a confiar a las armas, no a la acción política, la solución de sus conflictos con otros pueblos. El pueblo estadounidense es racista, odia al negro, odia al indio y al hispanoamericano, y si no se desarrolló odio al judío se debe a su peculiar educación religiosa, y siendo los judíos el pueblo del Libro Sagrado no debía ser perseguido. Además, los estadounidenses prefieren usar el poder armado antes que los medios políticos en los casos en que encuentran oposición a sus planes en otros países.

     Esta tendencia estadounidense a reaccionar como lo hacían los germanos puede deberse a varias causas, pero debemos tener presente que en el torrente de inmigrantes europeos que se establecieron en Estados Unidos entre fines del siglo XVIII y mediados del XIX, la mayor cantidad fue de alemanes. En Estados Unidos hay regiones enteras que fueron pobladas por alemanes, y llegó a haber alemanes de nacimiento en todas las ramas del gobierno federal y de los Estados. Los hábitos de pensar y de sentir típicos del germano debieron ser predominantes en la época de la elaboración de eso que podríamos llamar los fundamentos del carácter nacional estadounidense.

     Por otra parte, Estados Unidos comenzó temprano —cuando todavía eran colonias inglesas— a glorificar a los hombres de armas. Su gobierno era civil, su sociedad era civil, no militar, pero el pueblo adoraba a los guerreros vencedores. Ese sentimiento de adoración a los militares se desarrolló paralelamente con la organización civil del gobierno y de la sociedad; y eso explica que al mirar hacia el gobierno y hacia la sociedad de Estados Unidos los demás pueblos del mundo se fijaran en su aspecto civil y no pusieran atención en las actividades militares de los individuos. Al final, la inclinación hacia las virtudes militares acabó impregnando el país, y hoy Estados Unidos es una nación de guerreros.

     Pero si hemos dicho "hoy", debemos volver la vista atrás y recordar que el pueblo estadounidense ha conocido, en conjunto, muy pocos años de paz; que ha llevado a cabo varias guerras contra ingleses, españoles, mejicanos; contra sus propios indios, alemanes, chinos, japoneses, italianos; que ha guerreado en su territorio, en Méjico, en Nicaragua, en las Antillas, en Oceanía, en África, Europa y Asia. Estados Unidos es el único gran Estado industrial que tuvo una guerra formal dentro de sus límites nacionales; no una revolución en que una parte del pueblo peleaba contra otra parte del pueblo, sino una guerra de una parte del país contra otra parte del país, cada una con su propio gobierno, su propio ejército, sus propias leyes; fue la guerra del Sur contra el Norte, en la que combatieron dos naciones sobre una frontera común; y tanto fue así que esa contienda, larga y sangrienta como pocas, aparece definida en la historia del país como una guerra, no como una revolución, y se llama la Guerra de Secesión. Han pasado más de cien años desde que se hizo la paz entre los ejércitos combatientes y todavía los sureños ven a los del Norte como el enemigo de otro país que los venció y ocupó y esquilmó su territorio.

     La admiración del pueblo estadounidense por los jefes militares vencedores se mide por este dato: todos, sin excepción, triunfaron en las elecciones en que se presentaron como candidatos. La lista de nombres, en este punto, es larga, pero nos bastará recordar los más conocidos: George Washington, vencedor de los ingleses en la guerra de independencia; Andrew Jackson, vencedor de los indios creeks, de los ingleses en New Orleans y de los españoles en Florida —el mismo Jackson que desde la presidencia autorizó la conspiración que separó Texas de Méjico—; Zachary Taylor, el que entró en Méjico en 1847 al frente de las tropas estadounidenses; Ulises S. Grant, el vencedor de Lee en la Guerra de Secesión; Theodore Roosevelt, el de las cargas de los "rudos jinetes" en Santiago de Cuba; Ike Eisenhower, el general en jefe de los Aliados en la guerra mundial de 1939-1945. Sólo han dejado de ser presidentes de Estados Unidos los militares victoriosos que no han presentado su candidatura al cargo. En el caso de Ulises S. Grant, el general candidato no reunía condiciones para esa alta posición; pero su brillo militar le aseguró dos veces el voto de las mayorías.

     La mayoría de los gobernantes del país que organizaron la guerra para conquistar territorios de otros países eran civiles. Lo era James Knox Polk, que despojó a Méjico de más de 1 millón de millas cuadradas —los actuales Estados de Nuevo Mexico, California y Arizona—; lo era William McKinley, que tomó Cuba, Puerto Rico y Filipinas en guerra contra España; lo era Woodrow Wilson, que ocupó Haití y la República Dominicana.

     Tenemos, pues, que bajo la apariencia de país dedicado a actividades pacíficas, Estados Unidos venía criando en su seno un pueblo inclinado a la guerra, admirador de los jefes militares victoriosos; estadistas civiles que usaban el poder militar para conquistar territorios ajenos. Todo eso fue formando las condiciones subjetivas adecuadas al establecimiento de un gran poder militar.

     Cuando el momento adecuado llegó, las condiciones objetivas sumadas a las subjetivas hicieron fácil el establecimiento de ese gran poder militar. Hasta ese momento Estados Unidos había resuelto el dilema de ser un país poderoso sin mantener ejércitos permanentes. Pero la hora de crear esos ejércitos permanentes llegó, y Estados Unidos se encontró, casi sin darse cuenta, con que ya tenía instalado en el centro mismo de su vida el mayor establecimiento militar conocido en la historia del mundo.

     Al quedar montada esa poderosa maquinaria de guerra, el campo quedó listo para la aparición del Pentagonismo, que iba a ser el sustituto del Imperialismo.


III. EXPANSIÓN DEL PENTAGONISMO

     El Pentagonismo no apareció en Estados Unidos armado de un método para actuar. Como todo poder que es resultado de circunstancias no planeadas, el Pentagonismo comenzó su vida igual que los niños, con apetitos y movimientos inconscientes; fue ajustándose a las situaciones que creaba cada día un mundo de cambios vertiginosos; pero se ajustaba de manera mecánica con el mero propósito de supervivir y hacerse cada vez más fuerte, no para servir determinados principios.

     Es más: los jefes del Pentagonismo en su etapa de formación creían que su función era salvar a Estados Unidos, sólo que no sabían para qué debía salvarse Estados Unidos, si para ser útil a la Humanidad o para acumular beneficios destinados a una minoría de estadounidenses. Muy pronto, sin embargo, el Pentagonismo pasó a creer que él debía supervivir y fortalecerse para preservar el poder de su país y para ampliarlo sobre el mundo.

     Esa fue la etapa en que el Pentagonismo creyó que su papel era servir a una forma nueva de Imperialismo. Esto venía determinado por los factores que iban a integrarse como fuerza directora del Pentagonismo. Esos factores serían, en orden de prioridades, el poder económico, el poder militar, el poder civil y la sociedad nacional; pero en los primeros tiempos sólo participaron sectores de esos factores; los sectores que en el lenguaje de la época podían llamarse extrema Derecha de cada uno: extrema Derecha del poder económico, extrema Derecha del poder militar, extrema Derecha del poder civil, extrema Derecha de la sociedad nacional.

     Durante el lapso en que el Pentagonismo estuvo formado por esos sectores, todos los observadores políticos —estadounidenses y extranjeros, sin excluír a los marxistas— creyeron que esa fuerza que se formaba en Estados Unidos era la clásica agrupación pro-imperialista. Los propios pentagonistas creían que ellos iban a ser los nuevos cruzados de un nuevo Imperialismo, puesto que entendían que su papel histórico era ocupar el lugar que Inglaterra estaba dejando vacío. Se trataba de la clásica inclinación a pensar con hábitos mentales propios de experiencias conocidas; en ese caso específico, se trataba de pensar en términos del antiguo concepto de los vacíos de poder.

     Para el naciente Pentagonismo, su función consistía en llenar los vacíos de poder que iba dejando Inglaterra. Inglaterra, que había sido el país imperialista por antonomasia, había resuelto abandonar su política tradicional de Imperio mundial. Los ingleses tienen un fino instinto político y habían comprendido que un gran Imperio no es tan fuerte como lo es su metrópoli; al contrario, es tan débil como lo es la parte más débil de sus dependencias, y es por esa parte más débil, no por la más fuerte, por donde comienza la destrucción del Imperio.

     Al pensar en ocupar el puesto que Inglaterra estaba dejando vacío, Estados Unidos creía que iba a recorrer un camino conocido; que su labor estaría aliviada por el conocimiento de la experiencia inglesa; que pisaría sobre las huellas de Gran Bretaña; y que el fruto sería jugoso, puesto que iba a heredar todo un Imperio. Ese esquema, sin embargo, no se siguió porque Inglaterra llevó a efecto su proceso de descolonización en forma pacífica; sólo sufriría levantamientos armados en Malasia y Kenya y más tarde en el extremo Sur de Arabia, y únicamente trataría de recuperar una posición, la de Egipto.

     Pero en términos generales Inglaterra descolonizó sin violencias. El esquema estadounidense sería aplicado a otro país, a Francia, en su territorio colonial de Indochina. Estados Unidos se propondría como heredero de Francia en Indochina, y allí heredaría la guerra revolucionaria que determinó la salida de Francia del Sudeste Asiático. No heredaron el Imperio colonial francés.

     Pero Estados Unidos no pensaba heredar el Imperio colonial inglés para mantenerlo en idénticas condiciones a como lo había mantenido Inglaterra. Ellos no apetecían ni necesitaban ocupar territorios coloniales; a ellos les bastaba con tener en esos territorios gobiernos de su hechura y fuerzas militares autóctonas preparadas para enfrentarse a la amenaza comunista. Su plan consistía en disponer de ejércitos dependientes formados por los naturales de territorios coloniales, armados y dirigidos por Estados Unidos. Tan pronto obtuvieron en Ginebra que se les reconociera como herederos de Francia en Indochina, pasaron a montar un ejército sudvietnamita que en pocos años sobrepasó el millón de efectivos.

     Estados Unidos puso en vigor en Indochina el esquema que había elaborado para ponerlo en práctica en los territorios coloniales de Inglaterra. Así pues, en sus primeros tiempos el Pentagonismo pensó sólo en organizar el mundo colonial a su manera. "Su manera" era retener el poder a través de gobiernos y ejércitos autóctonos, pero no ocupar los países con fuerzas militares estadounidenses y ni siquiera mantener allí autoridades civiles; bastaría con las misiones militares de "adiestramiento". En casos de crisis, podían obtenerse en esos territorios bases militares para fuerzas estadounidenses. Como se ve, se trataba de una forma novedosa de Imperialismo, pero Imperialismo al fin, puesto que esos nuevos ejércitos iban a recibir todo su equipo de Estados Unidos, y eso significaba que serían territorios destinados a consumir productos de la industria de guerra de Estados Unidos. Era en esa "exportación forzosa" de equipos militares donde hallarían los industriales pentagonistas la fuente de beneficios que buscaban. Ya no tenían interés en extraer materias primas de los países dependientes, porque Estados Unidos había entrado en la etapa del capitalismo sobre-desarrollado y éste saca sus principales materias primas de otras materias primas básicas.

     En cuanto a éstas, su suministro estaba asegurado en cantidades suficientes desde los días de la guerra de 1939-1945; no era necesario abrir nuevas fuentes para aprovisionarse de ellas. Sucedía, sin embargo, que a un mismo tiempo se producían cambios en el mundo y en Estados Unidos. En el mundo colonial los pueblos estaban dispuestos a luchar por su libertad, y sucesivamente se derrumbaban o se transformaban el Imperio holandés, el inglés, el francés y el belga; en Asia, en Oceanía y en África aparecían nuevas naciones donde antes había colonias. En Estados Unidos, confundido por esa situación, industriales, financieros, militares y políticos comenzaron a temer y a reformar el poder militar. Esto se inició al comenzar la década de 1951-1960. El presupuesto militar saltó en el año 1951 de 13.176 millones a 27.700 millones. La diferencia, como se ve, era de 9.524 millones; sin embargo, el presupuesto nacional sólo aumentó en 4.452 millones. Al año siguiente el presupuesto militar subió casi al doble, a 44.485 millones, y desde entonces comenzó a mantenerse entre los 40.000 y los 50.000 millones, siempre por encima del 60% de los gastos generales del país y por tanto siempre por encima del presupuesto del poder civil. Cuando Kennedy pasó a ocupar la presidencia de Estados Unidos, ya el poder militar era más fuerte que el civil en términos de fondos para gastar.

     Fue alrededor de esa disponibilidad de dinero cómo se integró el actual poder pentagonista. Con dinero a su disposición, lo que en los orígenes era una asociación de intereses de los sectores de extrema Derecha se extendió hacia otros sectores. Así, atraídos por la fuerza económica del nuevo poder, pasaron a sumarse a esos factores de extrema Derecha, primero los que no tenían definición política, sobre todo profesores de universidades y centros de estudio, científicos, sociólogos, economistas, a los cuales se les ofreció y se les dieron medios económicos para hacer investigaciones; después fueron atraídos personajes del centro; luego se atrajo a unos cuantos llamados "liberales". Poco a poco, a medida que aumentaban las perspectivas de cambios en el mundo, el Pentagonismo aumentaba su poder y su radio de acción apoyándose en el miedo cerval al comunismo que se había extendido por todo el pueblo estadounidense. En el proceso de expansión llegó el momento en que el Pentagonismo se convirtió en un factor de tanta importancia en la organización económica de Estados Unidos que las posibilidades de su eliminación implicaban las posibilidades de un desastre mortal para el país.

     ¿Cuándo se dieron cuenta de esto los estadounidenses? Es difícil decirlo, porque el pueblo de Estados Unidos no llegó a comprender que tenía al Pentagonismo instalado en el centro de su vida sino en la década de los sesenta. Pero si no en términos de Pentagonismo, por lo menos en términos de poder económico pudo haber sucedido a partir de 1954, después de la guerra de Corea. El presupuesto militar, que había bajado de 90.000 millones de dólares en el último año de la guerra mundial a 13.178 millones al comenzar la guerra de Corea en 1950, había subido de nuevo a 50.870 millones en 1953 y había descendido a 40.845 millones en 1956. En 1957 se presentó la recesión llamada "la pequeña crisis" y al mismo tiempo la Unión Soviética sorprendió al mundo con su primer ingenio espacial. A partir de ese momento el poder militar empezó a trabajar en el campo espacial y a expandir la fuerza atómica del país. Es probable que fuera entonces cuando los estadounidenses comenzaran a tomar conciencia del poderío militar en términos de dinero, esto es, como factor importante en el mantenimiento de un nivel creciente de expansión económica nacional. Desde 1957 el presupuesto de gastos militares fue ascendiendo con relativa lentitud, pero con evidente firmeza, y al mismo ritmo que él crecía se afirmaba la situación económica del país.

     La gran masa estadounidense tenía por fuerza que irse dando cuenta de que a medida que se expandían los gastos militares aumentaba la producción en todos los ramos, se instalaban nuevas industrias, subían los salarios, crecía la demanda debido a esa alza de salarios, y crecía también el número de los ocupados. Al mismo tiempo, los sectores académicos recibían más subsidios para sus investigaciones; los profesionales de la propaganda cobraban más; la burocracia oficial aumentaba. Pero también, al mismo tiempo —y ahí estaba la clave real de los cambios— los grandes capitales financiero-industriales iban concentrándose en menos manos, al grado que en el año 1962 doscientas compañías eran dueñas de más de la mitad del activo total de todas las industrias manufactureras de Estados Unidos. El número de industrias manufactureras alcanzaba ese año a 180.000.

     El proceso de aglutinación de Estados Unidos alrededor del poderío militar fue confuso y en cierto sentido tambaleante. Eso se debió a que no nació planificado. Fue una excrecencia de una sociedad de masas que no reconoció a tiempo su existencia como tal. Una sociedad de masas tan enorme y tan poderosa tenía que dar necesariamente origen a grandes organizaciones de masas, y una de ellas fue el poder militar.

     Al no reconocerse como sociedad de masas, el pueblo estadounidense no se organizó como tal; siguió organizado como sociedad de individuos. Por tanto no previó un organismo militar adecuado a una sociedad de masas; pero ese organismo tenía que nacer y nació, de esa sociedad; sólo que no se sometió a ella. Las fuerzas armadas de la Unión Soviética están sometidas a la sociedad soviética; son una parte en la organización social soviética; no supeditan el país a sus fines propios. Pero esas fuerzas armadas nacieron porque las organizó el Estado soviético; no fueron una excrecencia de la sociedad rusa. Los gastos militares rusos pueden ser más altos que los de Estados Unidos, pero los militares rusos no pueden aliarse con sectores de la vida financiera, industrial y comercial para establecer una especie de mercado comprador privilegiado dentro de la organización económica soviética; no pueden disponer de fondos para subsidiar industrias o centros de estudios, para mantener órganos de propaganda propios; para hacer, en fin, una política particular del sector militar. El ejército soviético no tiene medios para convertirse en un grupo de presión, mucho menos en un grupo de poder. Es un organismo de masas supeditado a una sociedad de masas que a su vez está organizada como sociedad de masas. [...]

     Una vez establecido, el Pentagonismo descubrió que podía dejar a los políticos —a los senadores, los representantes o diputados, los gobiernos de los Estados y municipios— entretenidos en los problemas domésticos del país, mientras él operaba en el campo internacional. Su intención original era ésa, derramarse en el mundo exterior, sustituír a Inglaterra como poder imperial. Dada la tradición política del pueblo estadounidense, no era posible soñar con un gobierno militar para el país. Pero era posible emplear el poder militar del país más allá de sus fronteras.

     Esta idea se desenvolvió en tal forma que Estados Unidos acabaría siendo una nación con dos gobiernos: el gobierno civil para el interior y el gobierno militar para el exterior. El Pentagonismo no se mezclaría en la política interior; aceptaría sin la menor protesta hasta la declaración de los derechos civiles para los negros, y hasta las sublevaciones de éstos, pero el gobierno civil tendría que actuar fuera de Estados Unidos de acuerdo con el Pentagonismo. El Pentagonismo necesitaba el campo internacional para moverse libremente, y su actuación en el extranjero produciría miles de millones de dólares en Estados Unidos.

     Esta división de los campos de acción de los dos poderes —el gobierno civil y el Pentagonismo— no fue advertida a tiempo porque se hizo mucha alharaca alrededor de los profesores que protestaban por las actividades militares en Viet Nam y en la República Dominicana y alrededor de los jóvenes que rompían sus tarjetas de reclutamiento. Pero esos profesores y esos jóvenes, y algún legislador como Fulbright que denunciaba en el Congreso el uso del poder militar bajo el manto del poder civil, eran solamente las minorías, los pequeños sectores inconformistas que no representaban el sentimiento general, aunque sin duda encarnaban los viejos y nobles ideales, ya inoperantes, de la desaparecida sociedad individualista.

     La verdad es que cuando el Pentagonismo se sintió adulto —lo que ocurrió en los primeros meses de 1965—, ya la vida entera de Estados Unidos giraba alrededor de él. Los disenters, como les llaman en Estados Unidos a los que disienten del orden establecido, no podían detener el proceso de expansión del Pentagonismo, y muchos de ellos acabaron sumándose al Pentagonismo. El más notable de estos últimos fue el ex Presidente Eisenhower, que fue el primero en denunciar lo que él llamó el "complejo industrial-financiero-militar" y, sin embargo, cinco años después pedía que se usara la bomba atómica para acabar con la resistencia de los vietnamitas. Se afirma que lo hizo arrastrado por su partido —el Republicano—, pero no se toma en cuenta que ese partido, tanto como el Demócrata, había sido arrastrado antes por la poderosa corriente pentagonista.

     La verdad es que nadie estaba preparado en Estados Unidos para reconocer el Pentagonismo como una fuerza nueva. Hasta los expertos estadounidenses en ciencias políticas se confundieron, y aunque se daban cuenta de que no se trataba del viejo y conocido Imperialismo, no atinaban a comprender qué era. Por eso lo llamaron neo-Imperialismo. En cierta medida, la confusión se debía a que el Pentagonismo no fue precedido por una teoría, una doctrina o pseudo-ideología, como sucedió con el nacionalsocialismo. El Pentagonismo fue un hijo no esperado que nació del vientre de la economía de guerra en una sociedad enormemente desarrollada en el campo económico y, sin embargo, sorprendentemente subdesarrollada en el terreno de las ciencias políticas.

     Pero también la confusión se debió al hecho de que igual que en los mejores días del Imperialismo, los ejércitos pentagonistas fueron enviados a someter pueblos pequeños y débiles por la fuerza de las armas. Las apariencias, pues, identificaban al Pentagonismo con el Imperialismo. Sin embargo, como hemos dicho, la clave de la situación estaba en discernir cuáles eran los fines que se buscaban, no cómo se usaban los ejércitos. Los medios del Pentagonismo son muy parecidos a los del Imperialismo, pero sus fines son diferentes. El Imperialismo buscaba colonias; el Pentagonismo coloniza a su propio país. Para colonizar a su propio país el Pentagonismo tenía que dominar países extranjeros, y para eso mejoró y refinó los métodos del Imperialismo.

     Los primeros pasos del Pentagonismo se dirigieron a conquistar en países coloniales o dependientes el comando de los ejércitos nacionales o a crear esos ejércitos donde no los había. De esa manera esos ejércitos quedaban convertidos en extensiones exteriores del poder militar estadounidense, o lo que es lo mismo, en instrumentos del Pentagonismo. Para ese fin se usó la suma del poder civil de Estados Unidos en el campo exterior y los organismos internacionales que existían desde hacía tiempo.

     Así, en el caso de Iberoamérica se utilizó la Junta Interamericana de Defensacomo una vía de penetración hacia los ejércitos de la región; las misiones militares estadounidenses fueron dedicadas a trabajar en esa penetración hacia los ejércitos de la región; las misiones obreras y culturales se pusieron al servicio del plan para que las organizaciones obreras y culturales de los países dependientes, así como sus medios de información —periódicos, radio, televisión—, no hicieran frente al trabajo de las misiones militares; los equipos secretos fueron dedicados a levantar dossiers relativos a las ideas políticas y a las posiciones sociales y económicas de los jefes militares de los países iberoamericanos; y desde luego se usaron recursos económicos cuantiosos para donaciones de equipos y para becas de estudios en campamentos militares de Estados Unidos y de la Zona del Canal de Panamá. El fin que se perseguía en esa etapa era conquistar totalmente la voluntad de los líderes militares de esos países; abrumarlos con el espectáculo del poderío de guerra de Estados Unidos y convencerlos de que ellos debían lealtad, no a sus respectivas patrias y gobiernos, sino a Estados Unidos. [...]

     El plan de extensión del poderío pentagonista a través de ejércitos de otros países operaba a niveles diferentes, según fueran diferentes los medios políticos, sociales, económicos y militares. En algunas ocasiones se negociaba el establecimiento de bases aéreas, navales, balísticas, nucleares, y los servidores estadounidenses de esas bases estaban aislados de los círculos militares autóctonos. En algunos casos no se usaba el argumento anti-comunista ni se penetraba en el campo de las filosofías políticas. Pero en los países dependientes la penetración llegaba a la mayor profundidad posible, y en todos los casos se buscaba la uniformidad de equipos a fin de que la mayoría de los ejércitos extranjeros fuera equipada por la gran industria de guerra de Estados Unidos.

     El gobierno de cualquier nación reside en el control de sus fuerzas armadas. Este es un principio tan viejo como la Humanidad. Al tomar por vía indirecta el control de las fuerzas armadas de otros países, el Pentagonismo trasladó la sede del poder de esos países a la sede del poder pentagonista. En cierto sentido ese proceso era una imitación de los métodos del Imperialismo. En cada territorio colonial, el país imperialista organizaba ejércitos autóctonos cuando estaba seguro de que ya tenía el dominio de la situación; pero los jefes de esos ejércitos autóctonos eran siempre nacionales de la metrópoli. De esa manera el ejército de la colonia operaba en la colonia y sin embargo las decisiones se tomaban en la metrópoli. En todas las crisis que se producían en las colonias esas tropas coloniales eran usadas contra sus propios pueblos. En casos de guerra internacional las tropas coloniales podían ir —y a menudo fueron— a combatir en el teatro de la guerra, que en algunas ocasiones era la metrópoli y en otras un país fronterizo.

     El método fue seguido en otros niveles por el poder pentagonista, lo que se explica porque el sucesor del Imperialismo debía aprovechar las experiencias acumuladas por éste. Una vez tomado firmemente el control de la fuerza armada de un país jurídicamente independiente, pero económica y políticamente dependiente, todo intento hecho por los gobernantes de ese país de ejercer el gobierno con independencia era bloqueado con la amenaza de un golpe militar. [...]

     Nos hallamos, pues, ante un proceso de expansión del Pentagonismo que tiene caracteres planetarios, si bien precisamente en esa expansión está el germen de su debilidad. No ha habido en la Historia, ni lo habrá mientras el mundo esté poblado por seres humanos, un poder con suficiente fuerza para dominar el Globo, y desde luego, si pudiera haberlo, no sería el Pentagonismo. El Pentagonismo dispone de una fabulosa máquina de guerra, pero carece de una causa que entusiasme el corazón de los hombres que puedan usarla. Y es en el corazón humano, no en la capacidad destructora de una bomba, donde está la respuesta a las angustias de los pueblos.


V. POLÍTICA Y PENTAGONISMO

     El pueblo de Estados Unidos y su gobierno han quedado convertidos en la colonia del Pentagonismo, y como tal colonia no pueden tener una política exterior. La tienen sus colonizadores, no ellos. En los tiempos del Imperialismo, la política exterior de la colonia era elaborada y ejercida por la metrópoli; en los actuales tiempos del Pentagonismo la política exterior de la colonia pentagonista —que es Estados Unidos— es elaborada y ejercida por el poder pentagonista. [...]

     En los quince años que el país tardó en doblar su producto nacional bruto, el gran poder económico pasó a un grupo de hombres que se dedicó a abastecer las necesidades de mercado de consumo militar, y descubrió que para aumentar la producción —su riqueza— tenía que ampliar ese mercado, y descubrió también que eso podía lograrse aliándose a los militares para hacer la guerra; esa alianza se tradujo en un poder real, económico, político y militar; y es ese poder el que actúa en  el campo internacional.

     La tradicional política exterior no tiene ya razón de ser. Los jefes civiles de la antigua política internacional —el Presidente y el Secretario de Estado— tienen ahora una función limitada: aprobar los planes del Pentagonismo. El Pentagonismo sí tiene un plan: mantenerse constantemente en guerra en algún lugar del mundo a fin de sostener el actual poderío militar y ampliarlo en la medida en que sea posible; en suma, asegurarse el mercado militar a través de la guerra permanente.

     El ejercicio de la política produce políticos. La política doméstica estadounidense tiene sus procedimientos, bien peculiares por cierto, y en Estados Unidos hay maestros en esos procedimientos; el Presidente Johnson ha sido tal vez el más hábil de todos en los últimos tiempos. Pero la política internacional requiere condiciones de finura, visión y dedicación a determinados principios; requiere políticos de talla, y Estados Unidos no tiene hombres de esa estatura. ¿Por qué? Porque la política exterior ha dejado de ejercerse y se le ha sustituído con la fuerza. Lo que tiene Estados Unidos en ese terreno son funcionarios, no políticos; por algo en el país se ha establecido la costumbre de escoger los titulares de las secretarías de Estado y Defensa entre jefes de industrias, no entre personajes políticos, como se hacía en los viejos tiempos del Imperialismo. El Secretario de Estado —es un ejemplo, no aludimos a personas— es importante porque su cargo es importante, no por las condiciones políticas del que lo desempeña; y el cargo a su vez sigue siendo importante porque hereda el prestigio de los días gloriosos del poder civil y porque la mayoría de los gobiernos del mundo tiene una política exterior dirigida y realizada por civiles, de manera que en las conferencias internacionales hablan los políticos, los estadistas, los diplomáticos, no los militares, y debido a eso Estados Unidos tiene que aparecer en esas reuniones representados por civiles.

     También en este campo la tradición estadounidense preparó el camino para la aparición del Pentagonismo. Y no debe extrañarnos. Un fenómeno como el Pentagonismo no podía establecerse si no procedía de acuerdo con la naturaleza social de su país; más aún: sólo podía ser generado por esa naturaleza social. Si hubiera tratado de ir contra el carácter nacional, contra el tipo de economía alemana, contra las raíces mismas del pueblo de Alemania, el Nacionalsocialismo no hubiera podido llegar a ser lo que fue. El Pentagonismo no hubiera podido llegar a establecerse en Estados Unidos de no haber sido un producto natural de la sociedad estadounidense y del grado de evolución de esa sociedad en el momento de la formación de ese poder.

     Estados Unidos es políticamente un país de burócratas y funcionarios, no de líderes. El funcionario de más categoría es el líder, pero sólo mientras está desempeñando el cargo; una vez que lo abandona deja de tener importancia e influencia en las masas. El caso de Grover Cleveland, que volvió a ser Presidente de la República cuatro años después de haber dejado de serlo, es excepcional, y las excepciones no son la regla. Las figuras políticas permanentes que conocemos en la historia de Europa, los políticos que llegan a la posición de líderes y se convierten en personajes nacionales antes de ocupar un cargo y siguen siendo líderes después que han dejado el cargo, y retornan al poder en tiempos de crisis para poner en ejecución las ideas que había estado predicando —el caso de Winston Churchill en Inglaterra o de Charles De Gaulle en Francia, para citar sólo dos— no se conocen en la historia estadounidense. En Estados Unidos la categoría de líder la da el cargo, no está en el hombre.

     Sin embargo, eso no sucede en el terreno militar. Ahí sucede lo contrario. Los generales victoriosos son siempre líderes. Los ex-presidentes de la República viven retirados, muchos de ellos en sus villas natales; sólo se les menciona de tarde en tarde y se les tributa un recuerdo nada más a la hora de la muerte. Pero el general MacArthur recibió el homenaje más ruidoso de su pueblo cuando quedó fuera del mando en Corea, por la sencilla razón de que era un general victorioso y tenía por tanto la categoría de un líder nacional. En la historia de Estados Unidos los generales y los coroneles victoriosos han sido llevados a la presidencia del país porque se les ha tenido por líderes, no porque hayan tenido las mejores condiciones para gobernar. Para el pueblo estadounidense el líder es el héroe, no el conductor civil, prueba de que en el orden político Estados Unidos está en una etapa de subdesarrollo, pues así ocurría en los pueblos de Europa cuando todavía no habían madurado.

      La evolución política europea no fue seguida en Estados Unidos. Si De Gaulle no hubiera sido un gran político además de ser un excelente militar, hubiera quedado relegado al campo de las glorias guerreras de su país, pero no habría sido un líder. Desde luego, para distinguir entre el prestigio de un general victorioso y la capacidad de un líder político se requiere cierto grado de refinamiento que sólo puede proporcionar la educación o el hábito en el trato de los problemas políticos, y para lograr esa educación o crear ese hábito debe haber por lo menos partidos de actuación permanente; y ese no es el caso de Estados Unidos.

     Los partidos tradicionales de Estados Unidos —que desde hace más o menos un siglo se llaman Demócrata y Republicano— no son organismos permanentes. Desde el punto de vista del ciudadano —no del funcionario, del Presidente, de los senadores y diputados, gobernadores y alcaldes— la actividad política estadounidense comienza en las elecciones llamadas primarias, en las cuales cada partido elige sus precandidatos, y termina al quedar el voto depositado en las urnas el día de las elecciones generales o parciales. El punto álgido de esa actividad, el momento que conmueve a la nación, es el de la convención donde cada partido elige su candidato a la presidencia de la República.

     Ese candidato va a ser el líder de su partido hasta el día de las elecciones; y si resulta elegido Presidente será el líder del país durante cuatro años y normalmente durante ocho años. Como la importancia se halla en el cargo, no en el hombre, el que ocupe el cargo tendrá el 99,99% de probabilidades de ser elegido candidato por segunda vez —es decir, seguirá siendo el líder de su partido— y las mismas posibilidades de que vuelvan a elegirlo Presidente del país. El Presidente será el líder de la nación y del pueblo, aun de los que votaron contra él. Puede ser que no tenga condiciones de líder, pero puede encontrarse en el cargo porque lo haya heredado, y en ese caso, dado que el cargo le traspasa al hombre su categoría, se le elegirá candidato y Presidente.

     No juzgamos si el procedimiento es bueno o es malo. A Estados Unidos le rindió beneficio durante más de siglo y medio. Ahora bien, el procedimiento era —y es— parte de un sistema que tendía, esencialmente, a evitar la formación de líderes y de partidos permanentes; y la ausencia de líderes y de partidos permanentes resultó provechosa para el Pentagonismo. A la hora de hacerse dueños y señores del campo político internacional del país, los pentagonistas no encontraron estadistas de talla ni políticos de categoría que se les opusieran; a la hora de colonizar a su pueblo pudieron hacerlo prácticamente sin oposición; es más, pudieron hacerlo sin que los estadounidenses se dieran cuenta del escamoteo que se estaba llevando a cabo ante sus propios ojos.

     Solamente si nos damos cuenta de esto llegaremos a comprender por qué puede darse en Estados Unidos el caso de que un miembro del gabinete se sostenga en su cargo aunque haga lo contrario de lo que había hecho antes. Es que en realidad, dado que lo importante es el cargo y no quien está sirviéndolo, el que lo desempeña resulta ser un burócrata; no tiene que ser un político. En el terreno de las relaciones internacionales esto se ha hecho evidente después que el Pentagonismo se hizo fuerte. [...]

     Ha habido cierta inclinación a comparar la vida política estadounidense con la inglesa basándose en que los dos países usan el sistema de dos partidos tradicionales. Pero la vida política de Inglaterra tiene un sello que no se ve en la de Estados Unidos. Un político inglés está adscrito a una manera de ver el mundo, a una concepción general que en un tiempo se llamó whig o tory y hoy se llama laborista o conservadora.

     Un político estadounidense no tiene —salvo excepciones muy contadas a lo largo de la Historia— una concepción ideológica de partido. Para el político estadounidense el partido es un medio de alcanzar una posición, de llegar a un puesto, y cuando se halla en ese cargo puede defender principios absolutamente diferentes a los que defienden otros políticos de su mismo partido. El ministro de Relaciones Exteriores de un gobierno inglés tendría que renunciar a su cargo —y quizá provocaría la caída del gobierno— si aprobara en público una política opuesta a la de su partido, esto es, a la que ese partido dijo que iba a ejecutar si llegaba al poder.

     La clave de la diferencia entre la tradición política de Inglaterra y la de Estados Unidos está en que los partidos estadounidenses no son permanentes, no están organizados sobre la base de un programa; son esquemas de partidos que sólo funcionan para fines electorales, cuando llega la hora de acumular votos; y al acercarse las elecciones, los políticos de profesión se agrupan alrededor del candidato que a su juicio puede ganar. En Estados Unidos no hay un partido que mantenga ideas si presume que con esas ideas puede perder las elecciones. [...]

     Las dificultades que afrontan los políticos estadounidenses debido a este último tipo de incoherencias, combinadas con el sistema que confiere categoría al político sólo a través del cargo, no de sus condiciones personales, son la causa de que los estadounidenses tengan politicians en vez de políticos. La palabra politician se aplica a aquel que en la actividad pública persigue un cargo y sus ventajas en vez de dedicarse a defender principios. Pero resulta que el político que en Estados Unidos se dedique a defender principios chocará inmediatamente con uno o varios de esos muchos poderes que hay en el país, y con el choque perderá la posición.

     De ahí proviene que en Estados Unidos resulte despreciable, en el campo de la política, la palabra "idealista". Para un estadounidense, un idealista es un estúpido, puesto que arriesga la posición, que es lo que realmente tiene valor, a cambio de defender un ideal, que es algo que no tiene rendimiento palpable. En sus orígenes, cuando todavía había en Estados Unidos gentes con ideales políticos, no meramente con intereses, la palabra politician era peyorativa, pero ahora no se concibe que se llame de otro modo a los políticos.

     El Pentagonismo ha venido a convertirse al mismo tiempo en un solucionador para los políticos de muchas de esas incoherencias y en un armonizador de intereses entre los grandes poderes económicos. Al crear el gigantesco mercado de consumo militar, el Pentagonismo ha requerido instalaciones de nuevas industrias y la ampliación de muchas de las que existían. Esto le ha resultado fácil, porque dispone de los enormes fondos que hacen falta para esas instalaciones o esas ampliaciones. Un contrato del Pentágono es un cheque al portador; con él se obtienen inmediatamente los terrenos, las máquinas, los científicos y los técnicos, los caminos y los tendidos eléctricos que se requieran para establecer una industria nueva o ampliar una que ya exista. A menudo esos contratos son por varios cientos de millones de dólares. Ahora bien: cada político profesional de Estados Unidos, desde el Presidente de la República hasta el último alcalde, tiene siempre necesidad de atender, en lo que se llama su "base política"—el lugar donde debe ganar las elecciones primarias—, peticiones de los votantes; y las peticiones más frecuentes son las de nuevas fuentes de trabajo, o lo que es lo mismo, nuevas industrias.

     Una industria nueva supone nuevos establecimientos comerciales, nuevas sucursales de bancos, nuevos hospitales, nuevas escuelas; en suma, nuevos votantes. El Pentagonismo está en capacidad de proporcionar todo eso a través de sus contratos: basta que al dar uno se diga: "Queremos que tales piezas de los aviones que se van a fabricar gracias a este contrato sean producidas en tal lugar". Si el que pidió que esa fábrica se instalara en ese sitio es un senador o un diputado, los pentagonistas saben que podrán contar con su voto cuando lo necesiten. Por lo demás, el Pentagonismo no pedirá su voto para asuntos de índole doméstica. Su campo de acción no es Estados Unidos. Estados Unidos es el territorio donde el Pentagonismo se aprovisiona de hombres y de máquinas de guerra y donde recauda beneficios; pero políticamente el país no tiene valor para él. Así pues, el político puede pedir favores al Pentagonismo seguro de que no tendrá que pagarlos con decisiones que puedan perjudicar su futuro. [...]

     En realidad, el Pentagonismo representa un mal —y una amenaza de males constantes— para los pueblos del mundo, especialmente para los de estructuras coloniales o dependientes, y para la juventud estadounidense, que tiene que suministrar soldados pentagonistas. Pero es una especie de bendición de los dioses para los políticos de Estados Unidos y para los grandes poderes económicos que componen la plana mayor pentagonista. En otro orden, también ha resultado —y resulta, hasta el momento— una bendición del cielo para los millones de trabajadores, comerciantes, banqueros, empleados, profesionales, técnicos y científicos que reciben mejores salarios y sueldos gracias a la boyante economía de guerra. Eso explica que el pueblo estadounidense se haya dejado pentagonizarinsensiblemente. Es casi seguro que cualquier otro pueblo, colocado en su lugar, hubiera caído en la pentagonizaciónsin ofrecer resistencia, y es justo que esto se reconozca.

     Ahora bien, volviendo al punto de política y Pentagonismo, ¿sabe alguien en Estados Unidos en qué desembocará esa doble política de su país, una para los asuntos domésticos, con un gobierno civil al frente, y otra para los internacionales, con un poder ilegal que la maneja a su gusto y medida? Si se produjera una catástrofe en el exterior, ¿sería posible rebajar, o liquidar, el poder del Pentagonismo o se expondría el país a que los pentagonistas se lanzaran a tomar el poder después de haber barrido de sus posiciones a los políticos? Y si no se produce una catástrofe y los pentagonistas siguen haciendo la guerra por el mundo, ¿podrá el pueblo estadounidense hacer frente a todas las eventualidades que provocarán las guerras de agresión de sus militares?

     La situación que tiene ante sí Estados Unidos no es tranquilizadora. Mucha gente, dentro y fuera de Estados Unidos, cree que un cambio de Presidente significará un cambio de política internacional; pero esa gente se equivoca. No fue un engaño del Presidente Johnson predicar una cosa en política exterior mientras solicitaba los votos del pueblo y hacer otra cuando llegó al poder. Al hacerse cargo de la presidencia, Johnson encontró que ya no tenía mando efectivo en la política extranjera de su país. El propio John F. Kennedy pudo percibir los síntomas del peligro, y por eso advirtió que la política doméstica podía causar perturbaciones, pero que la exterior podía matar a Estados Unidos; y a pesar de eso fue él, Kennedy, quien empezó el escalamiento en Viet Nam porque halló que ya en 1961, cuando él pasó a ser Presidente, su país estaba comprometido en la antigua Indochina a tal punto que no podía volver atrás. No en balde poco antes de despedirse del cargo el Presidente Eisenhower había dicho que debía tenerse cuidado con el complejo financiero-industrial-militar que estaba formándose en el país. El Pentagonismo se presentó como una poderosa estructura de poder al comenzar el año 1965, pero era una realidad creciente en 1960 y era ya indestructible cuando Johnson heredó la presidencia en Noviembre de 1963.

     La política estadounidense ha pasado a girar en dos esferas conectadas por un engranaje. El Pentagonismo actúa fuera de Estados Unidos, pero tiene que vivir de Estados Unidos y contra pueblos que están lejos de las fronteras estadounidenses. La política y la economía del país se nutren, y se nutrirán cada día más, de lo que produce el Pentagonismo. La esfera nacional y la esfera internacional se mueven impulsadas por el Pentagonismo. El menor tropiezo en una de las esferas se reflejará en el engranaje y modificará su acción, lo que a su vez modificará la de otra esfera. Un diente que se rompa en una de las esferas transformará el movimiento de todo el mecanismo. En este caso, como en toda maquinaria, la fuerza del todo depende de su punto más débil.


VI. DOCTRINA Y MORAL DEL PENTAGONISMO

     El Pentagonismo no es el producto de una doctrina política o de una ideología; no es tampoco una forma o estilo de vida o de organización del Estado. No hay que buscarle, pues, parecidos con el nacionalsocialismo, el comunismo u otros sistemas políticos. El Pentagonismo es simplemente el sustituto del Imperialismo, y así como el Imperialismo no cambió las apariencias de la democracia inglesa ni transformó su organización política, así el Pentagonismo no ha cambiado —ni pretende cambiar, al menos por ahora— las apariencias de la democracia estadounidense.

     Lo mismo que sucedió con el Imperialismo, el Pentagonismo fue producto de necesidades, no de ideas. El Imperialismo se originó en la necesidad de invertir en territorios bajo control los capitales sobrantes de la metrópoli, y para satisfacer esa necesidad se crearon los ejércitos coloniales. En el caso del Pentagonismo el fenómeno se produjo a la inversa. Por razones de política mundial Estados Unidos estableció un gran ejército permanente y ese ejército se convirtió en un consumidor privilegiado, sobre todo de equipos producidos por la industria pesada, y al mismo tiempo se convirtió en una fuente de capitales de inversión y de ganancias rápidas; una fuente de riquezas tan fabulosa que la Humanidad no había visto nada igual en toda su historia.

     Ahora bien, como el Imperialismo invertía capitales en los territorios coloniales para sacar materias primas que eran transformadas en la metrópoli, la colonia y la metrópoli quedaban vinculadas económica y políticamente en forma tan estrecha que formaban una unidad. El Imperialismo no llegó a descubrir que podía obtener beneficios mediante la implantación de un sistema de salarios altos en la metrópoli —y si alguno de sus teóricos alcanzó a verlo debió callárselo por temor de que los pueblos coloniales reclamaran también salarios altos—; el Imperialismo seguía aferrado al viejo concepto de que cuanto menos ganara el obrero, más ganaba el capital, y para mantener ese estado de cosas el Imperialismo tenía en sus manos el poder político tanto en la metrópoli como en las colonias.

     Pero el Pentagonismo se dio cuenta de que los altos salarios contribuían a ampliar el mercado consumidor interno y se dio cuenta de que no necesitaba explotar territorios coloniales; le bastaba tener al pueblo de la metrópoli como fuente de capitales de inversión y como suministrador de soldados, pero reclamó tener el control de la política exterior de la metrópoli porque a él le tocaba determinar en qué lugar y en qué momento usaría los soldados, qué iban a consumir esos soldados, en qué país del mundo debía crearse un ejército autóctono y qué productos se le entregarían.

     Mucho tiempo después de estar operando, el Imperialismo creó una doctrina que lo justificaba ante su pueblo y ante su propia conciencia: fue la de la supremacía del hombre blanco, que tenía la "obligación" de derramar los bienes de su "civilización" sobre los pueblos "salvajes". En Estados Unidos esa doctrina tomó un aspecto particular y se convirtió en la del "Destino Manifiesto", esto es, la voluntad divina había puesto sobre las espaldas de los estadounidenses la obligación de imponerles a los pueblos vecinos su tipo especial de civilización, eso que ahora se llama el American Way of Life.

     Pero sucedió que Hitler atacó a los países imperialistas en nombre de la superioridad de la raza germana, y esos países tuvieron que defenderse bajo la consigna de que no había raza superior ni razas inferiores. La batalla fue tan dura que hubo que contar con la ayuda de las colonias y de los ejércitos autóctonos; de manera que la llamada doctrina de la supremacía del hombre blanco quedó destruída; fue una víctima de la guerra.

     Ahora bien, al formarse, y al pasar a ocupar el sitio que había ocupado el Imperialismo, el Pentagonismo se dio cuenta de que tenía que seguir los métodos del Imperialismo en un punto: en el uso del poder militar. El Pentagonismo, como el Imperialismo, no puede funcionar sin ejercer el terrorismo armado. En ambos casos el eje del sistema está en el terrorismo militar. Luego, el Pentagonismo, como el Imperialismo, tenía que llevar hombres a la guerra y a la muerte, y nadie puede hacer eso sin una justificación pública. Ninguna nación puede mantener una política de guerras sin justificarla a través de una doctrina o una ideología política. Esa doctrina o esa ideología puede ser delirante, pero hay que formarla y propagarla. En algunas ocasiones la doctrina o ideología fue predicada antes de que se formara la fuerza que iba a ponerla en ejecución, pero el Pentagonismo no estaba en ese caso; el Pentagonismo se organizó sin doctrina previa, como una excrecencia de la gran sociedad de masas y del capital sobre-desarrollado.

     Una vez creado el nuevo poder, ¿cómo usarlo sin una justificación? Estados Unidos es una sociedad civilizada, con conocimiento y práctica de valores y hábitos morales. Al hallarse de buenas a primeras con un poder tan asombrosamente grande instalado en el centro mismo de su organización social y económica —y sin embargo fuera de su organización legal y de sus tradiciones políticas—, los jefes del país tuvieron que hacer un esfuerzo para justificar su uso. Ya se sabía, por la experiencia de las dos guerras mundiales de este siglo [XX], que cuando el país ponía en acción grandes ejércitos la economía se expandía y el dinero se ganaba a mares. El gran ejército había sido establecido y había que ponerlo en acción. Era necesario nada más elaborar una doctrina, un cuerpo de ideas falsas o legítimas, que justificara ante el pueblo estadounidense y ante el mundo la existencia y la actividad extranacional de ese gran ejército. [...]

Había que inventar algo completamente opuesto a las guerras de agresión u ofensivas. Y como lo contrario de ofender es defenderse, la doctrina del Pentagonismo tenía que elaborarse alrededor de este último concepto. Si Estados Unidos iba a una guerra en cualquier parte del mundo, y especialmente contra un país débil; o si usaba sus ejércitos como un instrumento de terror internacional, sería para defender a Estados Unidos, no para agredir al otro país. Se requería, pues, establecer la doctrina de la guerra defensiva realizada en el exterior.

     Pero había un conflicto intelectual y de conciencia que debía ser resuelto de alguna manera. Una nación hace una guerra defensiva para defenderse de un enemigo que ataca su territorio, y jamás se conoció otro tipo de guerra defensiva. ¿Cómo convertir en guerra defensiva la acción opuesta? ¿Cómo era posible trastrocar totalmente los conceptos y hacerles creer al pueblo estadounidense y a los demás pueblos del mundo que "defensa" quería decir "agresión" y "agresión" quería decir "defensa"?

     Al parecer el conflicto no tenía salida, y sin embargo el Pentagonismo halló la salida. La doctrina que justificaría el uso de los ejércitos pentagonistas en cualquier parte de la Tierra, por alejada que estuviera de Estados Unidos, iba a llamarse la de las guerras subversivas. Esta vino a ser la doctrina del Pentagonismo.

     ¿Cuál es la sustancia de esa doctrina y cómo opera el método para aplicarla? La sustancia es bien simple: toda pretensión de cambios revolucionarios en cualquier lugar del mundo es contraria a los intereses de Estados Unidos; equivale a una guerra de subversión contra el orden estadounidense, y en consecuencia es una guerra de agresión contra Estados Unidos que debe ser respondida con el poderío militar del país, igual que si se tratara de una invasión armada extranjera al territorio nacional.

     Hasta hace pocos años esa doctrina se llamaba simplemente el derecho del más fuerte a aplastar al más débil; era la vieja ley de la selva, la misma que aplica en la jungla del Asia el tigre sanguinario al tímido ciervo; había estado en ejercicio desde los días más remotos del género humano en todos aquellos sitios donde el hombre se conservaba en estado salvaje, y parecía increíble que alguien tratara de resucitarla en una Era civilizada. Pero a los pentagonistas les gustó tanto —debido a que era imposible inventar otra— que quisieron honrarla dándole el nombre de uno de sus bienhechores, y la llamaron Doctrina Johnson.

     El método para aplicar la nueva ley de la selva o doctrina de las guerras subversivas o Doctrina Johnson es tan simple como su sustancia, y también tan primitivo. Consiste en que el gobierno de Estados Unidos tiene el derecho de calificar todo conflicto armado, lo mismo si es entre dos países que si es dentro de los límites de un país, y a él le toca determinar si se trata o no se trata de una guerra subversiva. La calificación se hace sin oír a las partes, por decisión unilateral y solitaria de Estados Unidos. [...]





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