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Schopenhauer sobre Inteligencia, Raza y Judaísmo

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     En el sitio theoccidentalobserver.netse publicó hace once días el siguiente artículo del escritor Brenton Sanderson, de quien nada sabemos, que examina algunas de las ideas del filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) y las pone en referencia a la actualidad en cuanto al asunto de la diferencia de coeficiente intelectual entre las diferentes razas y luego sobre algunos aspectos del "pueblo elegido", señalando unos estudios recientes que algunos ponen en duda. En todo caso es interesante de suyo el planteamiento, con diversas alusiones a la ciencia genética, y sus observaciones finales.

Schopenhauer acerca de las
Diferencias Raciales en Inteligencia
y acerca del Judaísmo
por Brenton Sanderson
14 de Julio de 2014


     Arthur Schopenhauer es ampliamente conocido como el filósofo del pesimismo. Los nacionalistas Blancos ciertamente tienen muchos motivos para ser pesimistas en estos días, y podríamos ser tentados a buscar consuelo en la sabiduría de un hombre que indudablemente poseyó una de las mentes más poderosas en la Historia. Schopenhauer, quien era un ateo, veía la existencia humana esencialmente como un sinsentido y un error. La vida de los seres sensibles, de los cuales el Hombre es la forma más alta, es una de apetitos constantemente tintineantes que nunca pueden ser saciados, y el resultado es que el dolor y el sufrimiento son los inevitables acompañantes de toda vida. Él concluyó que el único modo de ponerse más allá del sufrimiento de este mundo es renunciar a la vida y de esa manera suprimir los apetitos que constantemente nos atacan, una conclusión a la que él más tarde descubrió que también habían llegado los hindúes y los budistas.

     Es un testimonio del genio de Schopenhauer el que, escribiendo muchos años antes de la publicación del Origen de las Especies de Darwin en 1859, y casi un siglo antes de genetistas como Fritz Lenz y luego psicólogos evolutivos como J. Philippe Rushton y Richard Lynn llegaran a la misma conclusión, él citara ya la evolución diferencial (aunque él estuviera inseguro del mecanismo exacto) para explicar la civilización superior de las razas de piel clara, las cuales, él intuyó correctamente, habían ganado sensibilidad e inteligencia a consecuencia de la sobrevivencia en el riguroso clima del Norte. Schopenhauer observa que:

    «La civilización y cultura superiores, aparte de los antiguos hindúes y egipcios, se encuentran exclusivamente entre las razas blancas; y aún en el caso de muchos pueblos de piel oscura, la casta o raza dirigente es de piel más clara que el resto, y, por lo tanto, evidentemente ha inmigrado, como es por ejemplo el caso con los brahmanes, los incas y los jefes de las islas del Pacífico Sur. Todo esto es debido a que la necesidad es la madre de la invención, porque aquellas tribus que emigraron temprano hacia el Norte, y allí gradualmente llegaron a ser Blancas, tuvieron que desarrollar todos sus poderes intelectuales, e inventar y perfeccionar todas las artes en su lucha contra la necesidad, la penuria y la miseria, que en sus muchas formas fueron causadas por el clima. Ellos tuvieron que hacer esto a fin de compensar la mezquindad de la Naturaleza, y de ello resultó su alta civilización» [Arthur Schopenhauer, Parega und Paralipomena, volumen 2, Oxford University Press, 1974, pp. 158-59].

     Antes del auge de la antropología de Franz Boas en los años '20 y '30, prácticamente todos los antropólogos e intelectuales occidentales postulaban una correlación directa entre las características raciales externas y los rasgos psicológicos internos. El color de la piel fue considerado no sólo como un atributo físico sino como un indicador racial externo ligado a un conjunto correlacionado de capacidades intelectuales, políticas y culturales. Schopenhauer escribía, por supuesto, en una época en que la realidad de las diferencias raciales era considerada como un hecho obvio, y esto se refleja en diversos puntos en su obra. Por ejemplo, al postular que las potencias intelectuales superiores a menudo están acompañadas por una tendencia relativamente menor hacia la sociabilidad, él afirma que "se dice que los más sociables de todos los seres humanos son los Negros, los que intelectualmente son decididamente inferiores"[Arthur Schopenhauer, Parega und Paralipomena, volumen 1, Oxford University Press, 1974,  p. 331].

Boas: activista judío y pseudo-científico

     Esta manera de ver fue en gran parte abandonada después de la Segunda Guerra Mundial con el auge de la antropología Boasiana, que contribuyó decisivamente a suprimir totalmente la teoría evolutiva en las ciencias sociales [1]. El historiador judío Norman Cantor notó que "desde 1945, y más intensamente desde los años '60, todas las formas del pensamiento racialista fueron excluídas del discurso racional e ilustrado, sobre todo en Estados Unidos, donde los liberales defensores de las libertades civiles han hecho de la doctrina racial algo intrínsecamente incorrecto, malo y no discutible". La razón de esta exclusión es que "la antropología moderna, como fue definida por el expatriado judeo-alemán Franz Boas, que fue durante tres décadas jefe del departamento de Antropología en la Universidad de Columbia, declaró que la teoría racial del siglo XIX carecía de fundamentos". Cantor admitió que "este igualitarismo y universalidad conductual era en sí mismo una ideología", y que los seguidores de Boas nunca realmente refutaron la teoría racial social-Darwiniana sino que más bien insistieron en que ella fuera "excluída del discurso civil, a consecuencia de lo que los nacionalsocialistas y otros grupos agitadores del odio hicieron con ella" [Norman Cantor, The Sacred Chain. The History of the Jews, New York, Harper-Collins, 1994, p.336].

[1. http://www.kevinmacdonald.net/chap2.pdf].

     La comprensión intuitiva de Schopenhauer del vínculo entre raza e inteligencia ha sido confirmada más recientemente por psicólogos como Richard Lynn y el fallecido J. Philippe Rushton, quien postuló que grupos que residieron durante muchos milenios en regiones con inviernos fríos, gradualmente —mediante el proceso de la selección natural— desarrollaron una inteligencia más alta que la de los grupos que vivían en climas más benignos. Rushton señaló que "la colonización de ambientes templados y fríos conduce a crecientes demandas cognoscitivas para solucionar los problemas de reunir alimentos y procurarse refugio y una supervivencia general durante los fríos inviernos". Según Rushton, "las demandas cognoscitivas para fabricar herramientas sofisticadas y hacer fuego, ropas y refugios (así como la regulación del almacenamiento de comida) habrían seleccionado a gente de niveles de inteligencia promedio superior que en el medioambiente menos cognoscitivamente exigente del África sub-sahariana. Aquellos individuos que no podían resolver estos problemas de supervivencia habrían muerto, dejando a aquellos con alelos para la inteligencia más alta como sobrevivientes" [J. Philippe Rushton, Race, Evolution, and Behavior: A Life History Perspective, 3a ed., Charles Darwin Research Institute, 2000, pp. 228-229].

     Una consecuencia es que aquellos que remontan sus orígenes a Asia del Norte y Europa del Norte ahora tienen coeficientes intelectuales (CI) promedio de aproximadamente 100, mientras que aquellos del África sub-sahariana tienen un CI promedio de alrededor de 70, y aquellos de la amplia zona intermedia (que va desde África del Norte a través de Asia del Sur hasta Indonesia) tienen un CI promedio en el rango de 80-90. Estas cifras son confirmadas por numerosos testsde CI realizados durante un período de más de 80 años en todo el mundo, por medidas del tamaño cerebral promedio (que está correlacionado con la inteligencia general en un 0,45), el pobre desempeño relativo de los Negros en Europa y en EE.UU. en los esfuerzos intelectuales, y el atraso extremo de los países que están en la "zona aislada" del África sub-sahariana antes de que ellos tuvieran contacto con la civilización islámica o con la europea, atraso que continúa hasta ahora. Estas diferencias en el CI promedio (y las tendencias conductuales asociadas) entre las razas tuvieron, y siguen teniendo, consecuencias profundas en la determinación de las capacidades constructoras de civilización de los diferentes grupos raciales. Ésta es también una razón clave de por qué la inmigración desde el Tercer Mundo hacia Occidente es tan disfuncional.


Mapa mundial del Coeficiente Intelectual promedio

     Invocando a Aristóteles, Schopenhauer afirmó que los placeres a ser obtenidos de esta vida (la cual, como se mencionó, él creía que consistía predominantemente en dolor y sufrimiento) son esencialmente jerárquicos en su naturaleza. En lo alto de esta jerarquía están aquellos placeres conseguibles mediante la actividad intelectual. La capacidad de un individuo para tener acceso a los placeres superiores del intelecto depende, sin embargo, de su dotación natural de intelecto:

    «Nadie puede salir fuera de su propia individualidad. En todas las circunstancias en las cuales el animal esté colocado, permanece confinado a aquel estrecho círculo, irrevocablemente formulado para él por la Naturaleza, de modo que, por ejemplo, nuestros esfuerzos para hacer feliz a un animal doméstico siempre deben mantenerse dentro de límites estrechos, precisamente debido a los límites de su verdadera naturaleza y conciencia. Ocurre lo mismo con el Hombre: la medida de su posible felicidad está determinada de antemano por su individualidad. En particular, los límites de su poder mental han fijado de una vez para siempre su capacidad para placeres de un orden superior» [Schopenhauer, Parega und Paralipomena, volumen 1, op cit., p. 317].

     Por lo tanto, nacer con un nivel más alto de intelecto es un requisito previo indispensable, argumenta Schopenhauer, para tener acceso a las formas superiores de la felicidad humana. Un corolario de su argumento es que, como ocurre con los individuos dentro de una raza, la capacidad de una población particular para tener acceso a los placeres humanos superiores está genéticamente predeterminada por su particularidad racial. Los límites de los poderes intelectuales promedio de una raza dada han fijado de una vez para siempre su capacidad colectiva para tener acceso a placeres de un orden superior. Schopenhauer señala que:

    «Si aquellos poderes (intelectuales) son pequeños, todos los esfuerzos desde fuera, todo lo hecho para él por la Humanidad o la buena fortuna, no le permitirán elevarse por encima de la felicidad y la comodidad humana semi-animal corriente. Él (el intelectualmente inferior) queda dependiente de los placeres de los sentidos, de una vida familiar acogedora y alegre, y de una compañía innoble y de pasatiempos vulgares. Incluso la educación, en general, no puede hacer mucho, si es que algo, para ensanchar su horizonte, puesto que los placeres más altos, más variados y más permanentes son los de la mente, por más que podamos engañarnos a nosotros mismos en este punto cuando somos jóvenes; pero estos placeres dependen principalmente de los poderes mentales innatos. Por lo tanto es claro a partir de esto cuánta de nuestra felicidad depende de lo que somos, de nuestra individualidad, mientras que en la mayoría de los casos tenemos en cuenta sólo nuestro destino, sólo lo que tenemos o representamos» [Ibid., p. 318].

     Por supuesto nuestra individualidad es esencialmente un producto de nuestra herencia genética, lo que, por su parte, es un producto de la historia evolutiva de nuestros ancestros. El hecho de que ciertas razas tienen niveles inferiores de inteligencia general (como es medida por medio del CI) sugeriría que para un porcentaje relativamente grande de estas poblaciones los placeres de orden superior, de los cuales está hablando Schopenhauer, son simplemente inaccesibles. A la inversa, la búsqueda de los placeres de un orden inferior será la preocupación de un gran porcentaje de razas menos inteligentes comparado con razas más inteligentes.

     Schopenhauer afirma que como individuos estamos, según nuestra dotación connatural de intelecto, predispuestos a sufrir o bien de aburrimiento (si aquel atributo es bajo) o de una sensibilidad aumentada frente al dolor físico (si aquel atributo es alto). Para Schopenhauer, una gran aflicción de los seres humanos menos inteligentes es que las idealidades no les proporcionan ningún tipo de entretenimiento, y para escaparse del aburrimiento ellos están siempre en búsqueda de realidades: «El vacío de su vida interior, la flojedad de su conciencia y la pobreza de sus mentes, los conduce a la compañía de otros hombres que son como ellos mismos, ya que similis simili gaudet[los iguales se complacen con los iguales]. Ellos entonces  persiguen pasatiempos y entretenimientos en común, los cuales ellos buscan primeramente en los placeres sensuales, en diversiones de toda clase, y finalmente en el exceso y la disipación» [Ibid., p. 321].

     Las tendencias disgénicas que han sido puestas en movimiento por la masiva inmigración de hombres no-Blancos hacia las naciones occidentales han asegurado que, para un porcentaje creciente de las poblaciones inmigrantes de estas naciones, las "idealidades" en efecto les permitirán poco o ningún entretenimiento, y en cambio estas poblaciones buscarán, cada vez más, realidades para escaparse del aburrimiento. Una manifestación de este fenómeno fue el amotinamiento y saqueo en Londres en 2011. Se reportó entonces en los medios de comunicación que las únicas tiendas que fueron dejadas intactas por las destructivas turbas de jóvenes en gran parte afro-caribeños fueron las tiendas de libros. Estos "templos de idealidad" aparentemente no ofrecían nada de interés para esta gente, en gran parte porque esta población de bajo CI carece en su mayoría de necesidades intelectuales.

     A medida que esta gente y sus descendientes conforman progresivamente un segmento cada vez más grande de las sociedades occidentales, las culturas de estas naciones están destinadas a cambiar profundamente, por cuanto la vida pública toma crecientemente las características de los países de origen de estas comunidades de inmigrantes y de descendientes de inmigrantes. Según Schopenhauer, «la vida de las masas [y probablemente la de las masas de las razas oscuras en un mayor grado que la de las masas de Blancos] transcurre en el entontecimiento, dado que todos sus pensamientos y deseos están dirigidos a los pequeños intereses del bienestar personal, y, por ende, a la indigencia y la miseria en todas sus formas. Por esta razón, les sobreviene un aburrimiento intolerable tan pronto como ellos dejan de ocuparse de aquellos objetivos y son así devueltos hacia ellos mismos, ya que sólo el feroz fuego de la pasión puede poner en acción a las masas torpes e indolentes» [Ibid., p. 338].

     En relación con esto, es interesante notar que un investigador danés contemporáneo, el psicólogo Helmuth Nyborg [2], ha destacado cómo la proyectada decadencia en el CI promedio de naciones como Dinamarca —sobre todo un resultado de la inmigración de bajo CI desde el Tercer Mundo— tendrá (si no se controla) consecuencias sociales y políticas trascendentales. Nyborg concluye [3] que: "La disminución genotípica del CI arruinará la infraestructura económica y social necesaria para la educación de calidad, el bienestar, la democracia y la civilización". Schopenhauer habría estado indudablemente de acuerdo con esta evaluación.

[2. http://www.theoccidentalobserver.net/2011/05/helmuth-nyborg-on-the-genetic-decline-of-western-civilization-denmark-as-a-cast-study/].
[3. https://lesacreduprintemps19.files.wordpress.com/2011/04/nyborg-2011-the-decay-of-western-civilization-double-relaxed-darwinian-selection.pdf].


Schopenhauer acerca del Judaísmo

     Schopenhauer conceptuó al judaísmo en términos parecidos a la teoría de Kevin MacDonald  acerca del judaísmo, como un grupo de estrategia evolutiva que surgió históricamente para promover el bienestar económico y el éxito reproductivo de los judíos como un grupo genéticamente distinto. Para Schopenhauer, las doctrinas religiosas y la parafernalia del judaísmo son simplemente el aglutinante cultural que mantiene a los judíos unidos como una nación fundada en lazos de sangre. Respecto a los judíos, Schopenhauer hace notar que

    «muchas grandes e ilustres naciones con las cuales esta tinterillesca pequeña nación probablemente no puede ser comparada, como los asirios, los medos, los persas, los fenicios, los egipcios, los etruscos y otros, han pasado al descanso eterno y han desaparecido completamente. Y aún así hoy, esta gens extorris[raza de refugiados], este John Lackland [Juan sin Tierra] entre las naciones, se encuentra por todo el mundo, en ninguna parte en casa y en ninguna parte forasteros. Además afirma su nacionalidad con una obstinación sin precedentes y, consciente de que Abraham, que moró en Canaán como un extranjero pero que gradualmente se convirtió en el dueño de la tierra entera, como su dios le había prometido (Génesis17:8), le gustaría poner el pie en algún lugar y echar raíces a fin de llegar una vez más a ser un país, sin el cual, por supuesto, un pueblo es como una pelota que flota en el aire. Hasta entonces, vive parasitariamente en el suelo de otras naciones; sin embargo está inspirado con el patriotismo más vivo por su propia nación. Esto es visto en la misma firme manera en que los judíos se mantienen unidos según el principio de uno para todos y todos para uno, de modo que este patriotismo sine patria inspira un mayor entusiasmo que cualquier otra cosa. El resto de los judíos son la patria del judío; y de esa manera él lucha por ellos como lo haría pro ara y focis [por el hogar y la casa], y ninguna comunidad en la Tierra se mantiene junta tan firmemente como ésta lo hace».

     Como un grupo formidablemente cohesivo, cuya lealtad a sus parientes étnicos supera inmensamente a su lealtad hacia las naciones no-judías dentro de las cuales ellos moran, a los judíos no debería absolutamente nunca, afirmaba Schopenhauer, serles permitido desempeñar ningún papel en absoluto en el gobierno de esas naciones. De serles permitido aquello, ellos incuestionablemente explotarían ese poder para sus propios fines, inevitablemente a costa de la mayoría de la población no-judía:

     «De esto se sigue que es absurdo querer concederles una parte en el gobierno o la administración de algún país. Originalmente amalgamada y una con su Estado, su religión de ningún modo es el asunto principal aquí, sino más bien simplemente el vínculo que los mantiene unidos, el punto de reunión y la bandera por la cual ellos se reconocen unos a otros. Esto también puede apreciarse en el hecho de que hasta el judío converso que ha sido bautizado de ninguna manera atrae sobre sí mismo el odio y el aborrecimiento de todo el resto (de los judíos), como ocurriría con todos los otros apóstatas. Al contrario, él sigue siendo por regla general amigo y compañero de ellos y considerándolos como sus verdaderos compatriotas, naturalmente con unas pocas excepciones ortodoxas... En consecuencia, es un punto de vista extremadamente superficial y falso considerar a los judíos simplemente como una secta religiosa. Pero si, a fin de permitir este error, el judaísmo es descrito, con una expresión tomada prestada de la Iglesia cristiana, como "Confesión Judía", entonces ésta es una expresión fundamentalmente falsa que está deliberadamente calculada para engañar, y no debería ser permitida en absoluto. Por el contrario, "Nación Judía" es la expresión correcta. Los judíos no tienen absolutamente ninguna confesión; el monoteísmo es parte de su nacionalidad y constitución política, y en ellos es una cuestión de rutina».

     La concepción de Schopenhauer de los judíos como una entidad étnica diferenciada y altamente etnocéntrica —a la que llegó mucho antes del advenimiento de los estudios genéticos demográficos modernos— es muy exacta. Aunque de manera no completamente uniforme, todos los judíos comprenden un grupo genético que comparte grandes fragmentos de ADN. Por ejemplo, el estudio de Atzmon y otros de 2010 [4] confirmó que todos los diferentes grupos judíos comprenden una comunidad genética bien definida. Este estudio examinó los marcadores genéticos diseminados a través del genoma entero, y mostró que los grupos judíos (ashkenazis y no-ashkenazis) comparten grandes fragmentos de ADN, lo que indica relaciones cercanas, y mientras cada grupo judío en el estudio (iraní, iraquí, sirio, italiano, turco, griego y ashkenazi) tenía su propia firma genética, cada uno estaba más estrechamente relacionado con los otros grupos judíos que con sus compatriotas no-judíos. Atzmon y sus colegas encontraron que los marcadores SNP en los segmentos genéticos de 3 millones de letras de ADN o mayores eran 10 veces más probable que fueran idénticos entre judíos que entre no-judíos, y que dos participante judío ashkenaziscualquiera en el estudio compartían casi tanto ADN como cuartos o quintos primos [Atzmon, G.; Hao, L.; Pe’er, I.; Velez, C.; Pearlman, A.; Palamara, P. F.; Morrow, B.; Friedman, 2010, "Abraham’s Children in the Genome Era: Major Jewish Diaspora Populations Comprise Distinct Genetic Clusters with Shared Middle Eastern Ancestry", American Journal of Human Genetics, 2010,  86 (6), pp. 850—859].

[4. http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3032072/?tool=pmcentrez].

     Por supuesto, el judaísmo todavía podría ser un grupo de estrategia evolutiva incluso si los judíos no fueran un grupo genéticamente separado, siempre que los judíos creyeran que lo fuesen y se comportaran en consecuencia, que es exactamente lo que ellos creyeron realmente y como se comportaron durante siglos antes de que los recientes estudios genéticos demográficos confirmaran lo que ellos siempre habían supuesto. El escritor sionista Robert Weltsch resumió muy bien esta mentalidad hiper-etnocéntrica cuando él notó en 1913 que:"Cuando se trata de la unidad de los judíos, hay una prueba irrefutable: la conciencia de esta unidad, que es una experiencia interior que cada judío individual posee"[Robert Weltsch, 1913, "Concerning Racial Theory", en Jews and Race: Writings on Identity and Difference 1880-1940, ed. por Mitchell B. Hart, Massachusetts, Brandeis University Press, 2011, pp. 311-16 y 312].

     Schopenhauer concluye sus comentarios sobre los judíos enfatizando nuevamente el status étnicamente ajeno de ellos en Europa, y usando una anécdota para reiterar su posición de que a los judíos (como un grupo cuya lealtad intensa a su propio pueblo y la hostilidad a los forasteros son tan profundas) nunca se les debería dar, absolutamente nunca, el derecho de ejercer poder sobre otra gente.

    «Ellos son y siguen siendo una raza oriental extranjera, y por ello deben ser considerados simplemente como extranjeros domiciliados. Cuando hace aproximadamente veinticinco años fue debatida la emancipación de los judíos en el Parlamento inglés, un vocero propuso el siguiente caso hipotético: Un judío inglés va a Lisboa donde él encuentra dos hombres en extrema necesidad y angustia; pero en su poder está el salvar a sólo uno de ellos. Personalmente para él, ellos son forasteros, ambos. Pero si uno de ellos es un inglés cristiano, y el otro un portugués judío, ¿a quién salvará él?. No creo que ningún cristiano sensible y ningún judío sincero tendría dudas en cuanto a la respuesta. Pero esto nos da alguna indicación de los derechos a ser concedidos a los judíos» [Schopenhauer, Parega und Paralipomena, volumen 2, op cit., pp. 261-64].

     Las observaciones de Schopenhauer acerca de los judíos influyeron en una serie de figuras notables, incluyendo al más famoso, Adolf Hitler, quien (según un inventario de los libros que él pidió prestados entre 1919 y 1921 existente en el Instituto Nacionalsocialista de Munich) leyó un volumen titulado Schopenhauer y los Judíos, junto con obras tales como Los Fundamentos del Siglo XIX de Houston Stewart Chamberlain y la traducción alemana de El Judío Internacional: El Principal Problema del Mundo de Henry Ford [Timothy Ryback, Hitler’s Private Library: The Books that Shaped His Life, New York, Vintage, 2010, p. 50.]. Schopenhauer es mencionado por su nombre dos veces en Mein Kampf. Una de estas referencias se refiere a la observación de Schopenhauer en su obra Parerga und Paralipomenade que «los judíos fueron en todas las épocas y por todas las naciones aborrecidos y despreciados. Esto puede ser debido en parte al hecho de que ellos eran el único pueblo sobre la Tierra que no adscribía al Hombre ninguna existencia más allá de esta vida, y fueron (los judíos), por lo tanto, considerados como ganado, como las heces de la Humanidad, pero como los maestros del decir mentiras» [Schopenhauer, Parega und Paralipomena, volumen 2, op cit., p. 357].


Conclusión

     Schopenhauer es universalmente reconocido como un gigante intelectual, y por buenas razones. Su pensamiento estaba a menudo décadas, y a veces siglos, adelantado a sus contemporáneos. Sin embargo, la filosofía de Nietzsche (a pesar de sus contradicciones) ha disfrutado de una aceptación mucho más amplia entre aquellos de la Derecha racialista. Esto en gran parte debido al marcado anti-igualitarismo de Nietzsche, y al hecho de que el pesimismo de Schopenhauer y su defensa de la renuncia a la vida son profundamente disfuncionales desde un punto de vista de un grupo evolutivo. Como MacDonald ha señalado, todos somos libres para decidir no jugar al juego evolutivo. Nosotros los occidentales somos particularmente propensos a idealismos morales que comprometen nuestros legítimos intereses étnicos/raciales. Sin embargo, si nosotros (o nuestros parientes raciales o étnicos) decidimos no jugar al juego evolutivo, automáticamente perdemos. Estamos destinados a la extinción final.

     Por esta razón, mientras se reconoce el genio del pensamiento de Schopenhauer, debemos al final evitar sus conclusiones pesimistas y ponernos del lado de la doctrina afirmadora de la vida que planteaba Nietzsche. La raza Blanca no se convirtió en la fuerza dominante en el planeta mediante el renunciamiento a la vida y evitando los conflictos a la manera de los monjes budistas. Nuestros antepasados europeos, que construyeron la civilización occidental y la propagaron alrededor del globo, vivieron la vida al máximo, afirmaron la vida, y no evitaron los conflictos. Ellos se comportaron como se comportan todas las criaturas vivas sanas espontáneamente en la Naturaleza. La afirmación de nuestros intereses raciales nos pondrá inevitablemente en conflicto con otros que hacen lo mismo (sobre todo con los intereses judíos), pero esto es inevitable y natural y es simplemente el precio que debemos pagar para asegurar nuestra existencia. Tenemos que abrazar la lucha por la supervivencia de nuestra raza, y esforzarnos por reclutar a otros en esta lucha, porque, al final, no hay ninguna alternativa aceptable.–





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