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Dwight D. Murphey - Dos Reseñas sobre los Alemanes

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     Presentamos en castellano ahora dos revisiones de libros hechas por el académico estadounidense Dwight D. Murphey, ya presentado aquí, libros que tratan acerca de los crímenes cometidos contra gente alemana desde el final de la Segunda Guerra. La primera reseña es de un libro de 2012 del abogado e historiador Alfred de Zayas (1947), reseña que publicó Murphey en 2012 en The Journal of Social, Political and Economic Studies. La segunda comenta acerca de un libro de 1997 del novelista, historiador y editor canadiense James Bacque (1929), revisión publicada por Murphey en 2000 en el mismo Journal. Ambas reseñas están en el sitio del autor (dwightmurphey-collectedwritings.info). Si las presentamos juntas es porque la temática de ambos libros, en mayor o menor medida, apunta a traer a la luz las aberrantes injusticias cometidas contra alemanes étnicos por el mero hecho de pertenecer al bando de los vencidos. El alcance de los horrores sufridos, y las cifras que deben en estos tiempos ya manejarse en la instrucción masiva, es hecho patente por los escritores aludidos, quienes, como Murphey señala, deben por su coraje recibir el agradecimiento de todos quienes ponen a la verdad histórica por delante de otras consideraciones.




Reseña del Libro "50 Tesis sobre la Expulsión de los
Alemanes desde Europa Central y del Este, 1944-1948",
de Alfred de Zayas (2012)
por Dwight D. Murphey, 2012


     En años recientes, la "limpieza étnica" ha llegado a ser vista en los medios de comunicación y en la comunidad internacional como una violación de los derechos humanos particularmente atroz. Al mismo tiempo, ha existido un fuerte doble standard para suprimir cualquier mención de lo que Alfred de Zayas llama "la mayor migración forzosa de la población civil en la Historia", la bien documentada expulsión de enormes cantidades de alemanes étnicos desde sus patrias ancestrales en Europa Central y del Este al final de la Segunda Guerra Mundial. Aproximadamente 19 millones de alemanes étnicos habían vivido en aquellas regiones, a menudo durante cientos de años. De éstos, Zayas dice que aproximadamente 12 millones fueron expulsados, a 4 millones se les permitió que se quedaran en sus casas, "pero en su mayor parte sin derechos o sin protección como minorías", un millón murió en la guerra, y los dos millones restantes fueron "muertos o perecieron en el curso de la expulsión y su secuela". Se nos dice que "numéricamente hablando, sólo el llamado intercambio de población entre Paquistán e India en los años 1947 y 1948 se le asemeja...". En efecto, la expulsión alemana «excede por lejos a la "limpieza étnica" implementada por Servia en la antigua Yugoslavia entre 1991 y 1999».

     El artículo XIII del comunicado publicado al final de la Conferencia de Potsdam en Julio de 1945 hablaba de las deliberaciones entre el Presidente estadounidense Harry Truman, los Primeros Ministros británicos Winston Churchill y Clement Atlee (este último habiendo tomado el lugar de Churchill durante la conferencia después de las elecciones británicas ese mes), y el dictador soviético Josef Stalin, sobre la "transferencia" de alemanes. Parece que el artículo XIII fue insertado apresuradamente porque, conscientes de que una brutal expulsión estaba ya en curso, los Aliados occidentales quisieron disponer que las expulsiones se llevaran a cabo "de manera ordenada y humana" y puestas bajo la supervisión del Consejo de Control Aliado en Berlín.

     "De manera ordenada y humana",como era de esperarse, resultó ser un mero encubrimiento verbal para un proceso brutal. Las evaluaciones estadísticas de las cantidades que murieron varían enormemente. Zayas mismo acepta una cifra de dos millones, que es coherente con el número de 2 millones 225.000 determinado por una investigación de 1958 realizada por la Oficina Estadística de Alemania Federal en Wiesbaden. La misma estimación de 2 millones fue declarada por el gobierno alemán en 2006. Al mismo tiempo, sin embargo, «en sus Memorias Konrad Adenauer señaló: "Según las cifras estadounidenses, un total de 13,3 millones de alemanes fueron expulsados... 7,3 millones llegaron a la zona del Este y a las tres zonas occidentales [de Alemania]... Seis millones de alemanes han desaparecido de la tierra... Ellos están muertos, desaparecidos"». Parecería, entonces, que el número está abierto a cuestionamientos.

     El tabú contra cualquier mención de esta limpieza étnica particular aún continúa. Zayas observa que "el silencio que rodeó a la expulsión de los alemanes transgrede el rasgo distintivo mismo de la investigación seria"y "restringe tanto la investigación como la discusión abierta". Es significativo que el historiador canadiense James Bacque, en su libro Crimes and Mercies (1997), diga que "mi colega escritor Alfred de Zayas, un graduado de Harvard y de Goettingen, pasó años investigando y escribiendo su libro Nemesis at Potsdam, sobre las expulsiones del Este de Alemania. Y luego él tuvo que pasar diez años entregándolo a casi cien editores en el Oeste antes de que el manuscrito fuera finalmente aceptado. El presidente de una de las editoriales más grandes de Nueva York devolvió el manuscrito con la nota de que él nunca publicaría un libro que mostrase simpatía hacia los alemanes". A pesar del tabú, sin embargo, Zayas y unos pocos otros investigadores continúan con sus esfuerzos para hacer que el episodio (si podemos llamar así a algo de tal magnitud) sea conocido. El recuerdo de los horrores, y de la gente que sufrió en esa experiencia, también es mantenido vivo por una organización llamada la "Liga de Expulsados", que Zayas llama "la asociación más grande y más pacífica de expulsados en la Historia" (es pacífica porque, en las palabras de sus estatutos, "los expulsados renuncian a todo pensamiento de venganza y represalia").

     Alfred-Maurice de Zayas nació en La Habana, Cuba, en 1947, y en una larga y distinguida carrera ha destacado como académico. Actualmente él es profesor de Derecho Internacional e Historia Mundial en la Escuela de Diplomacia de Ginebra. Educado en Harvard, donde obtuvo su grado de Doctor Juris, y en Goettingen, donde recibió su Doctorado en Filosofía (Ph. D.) en Historia Moderna, ha escrito nueve libros y más de 200 artículos académicos. Esto, además de haber ocupado posiciones principales en Naciones Unidasen el área de derechos humanos. La mayor parte de sus escritos tiene que ver con el Derecho internacional y la limpieza étnica, con un foco especial en la expulsión de los alemanes étnicos.

     Cuando evaluamos su trabajo, estamos obligados a apreciar el hecho de que él es uno de los relativamente pocos académicos del mundo que quieren abordar temáticas tabúes, quizás haciendo eso precisamente porque tales asuntos reclaman a las mentes honestas que su historia sea relatada. Nos damos cuenta, sin embargo, de que él no ha echado su red de manera amplia para buscar algunos otros tabúes más bien obvios para desafiar, lo que hace que él sea selectivo en los casos que él cita, tales como las expulsiones de armenios, griegos, cristianos sirios, bosnios, croatas, albaneses y servios. Tampoco él desafía el tabú contra las investigaciones académicas por las cuales estudiosos serios han ido a prisión en Europa y Canadá bajo el pretexto de que el trabajo de éstos equivale a violaciones de las leyes de "discurso de odio". No sería irrazonable criticar a Zayas por despotricar contra un tabú cerrador de la mente mientras realmente participa en los tabúes en otras materias, también inmensamente importantes. Decir esto no quita mérito, sin embargo, al crédito que él ha logrado sobre sí mismo por su coraje, humanidad y determinación en arrojar luz sobre un episodio horroroso que a la apariencia deshonesta del pensamiento contemporáneo le gustaría que quedara sumergido en el agujero de la memoria. Si Zayas fuera a entrar en el cuadrilátero para luchar en otros temas, su mensaje se diluiría y estaría sometido a ataques con razonamientos que son extraños a la expulsión de los alemanes de Europa del Este. Bien puede haber una combinación de sabiduría y prudencia en las opciones que él ha tomado.

     No debiera ser necesario advertir que su trabajo es seriamente malinterpretado si es tomado, como el editor de una empresa editorial piensa, como una apologia de los alemanes. Es evidente, de todo lo que él escribe, que la simpatía de Zayas por los expulsados es en cuanto seres humanos, la gran mayoría de los cuales no tuvo nada que ver con Hitler o su régimen. (Zayas discute la cuestión de la "culpa colectiva", y niega su validez, argumentando que "los principios bien establecidos del debido proceso y el imperio de la ley" ven la culpa como algo individual, no adjudicable a poblaciones enormes (que necesariamente incluyen a mujeres y niños y cantidades innumerables de personas que simplemente tratan de vivir sus vidas) debido a su pertenencia étnica o similares. Zayas no se muestra en su investigación como un simpatizante de los nacionalsocialistas.

     Las "cincuenta tesis" aludidas en el título del libro consisten en cincuenta párrafos, frecuentemente de cierta longitud, divididos en tres categorías: históricas, puntos de la ley internacional, y conclusiones. Las primeras diecisiete cuentan la historia de las expulsiones y los antecedentes de la gente alemana que fue expulsada. En el curso de esta explicación, él aborda la cuestión de la culpa colectiva y la idea, sugerida por algunos, de que las expulsiones son irreversibles (Zayas refuta esto citando varios ejemplos de poblaciones, como los polacos, los tártaros de Crimea y los franceses alsacianos, que en efecto han retornado a sus patrias). Esta revisión histórica de la expulsión de los alemanes desde Europa del Este al final de la Segunda Guerra Mundial da las estadísticas ya mencionadas sobre la cantidad de expulsados y de aquellos que murieron, pero 50 Tesis no es el lugar donde Zayas entra en los detalles humanos que están obligados a ser revelados en las "decenas de miles de testimonios individuales" contenidos en los Archivos Federales alemanes. Los lectores que quieran aquellos detalles los encontrarán en su libro Nemesis at Potsdam: The Expulsion of the Germans from the East(tercera edición, 1988) y A Terrible Revenge: The Ethnic Cleansing of the East European Germans, 1944-1950 (de 1994). Detalles considerables son también dados en After the Reich (2007), de Giles MacDonogh [reseña ya publicada en este blog].

     Las tesis 18 a 35 hablan de la ley internacional en lo que se refiere a los "derechos humanos". Además, el libro contiene declaraciones del Papa Juan Pablo II, de Benedicto XVI y de José Ayala Lasso, quien fue el primer Alto Comisionado de Naciones Unidaspara los Derechos Humanos (sirviendo desde 1994 hasta 1997).

     Zayas toma seriamente el Derecho internacional y el énfasis reciente en los "derechos humanos", como uno podría esperar de un hombre de sus antecedentes académicos. Él es, de esta manera, una de las muchas personas inteligentes y bien intencionadas que aceptan la legitimidad de ello. En efecto, habría que tomar en serio esto a la luz del peso judicial colocado detrás de la ley por la existencia del Tribunal Penal Internacional de La Haya. Y sin embargo, una de las características más interesantes de la discusión de Zayas es cuánto ésta revela (contrariamente, sin duda, a la impresión que él preferiría dejar) la naturaleza casi surrealista del "pensamiento de la ley internacional" que se ha desarrollado desde el principio del siglo XX. No nos referimos específicamente a ninguna reflexión de Zayas cuando decimos que este pensamiento refleja una cosmovisión que emana de una mentalidad completamente peculiar, la de una élite cosmopolita largamente existente cuyo pensamiento es a la vez ajeno al mundo y a-histórico. Uno podría decir que éste teje una tapicería del "paraíso de un filántropo". Que a algo tan divorciado de la realidad se le dé peso judicial de modo que sea aplicable contra seres humanos actuales es necesariamente una parodia de justicia, violando la misma esencia del "imperio de la ley" en su sentido más verdadero. No sólo es esotérico, sino que inevitablemente pone en juego una imposición selectiva contra aquellos que pierden guerras o que no están protegidos del procesamiento al estar identificados con alguna de las superpotencias.

     ¿Por qué hablamos de ello de este modo?. Considere sólo algunos de los puntos en sus propios méritos. La Declaración de Naciones Unidas sobre Transferencia de Poblaciones y la Implantación de Colonos, adoptada en 1997, dice que ésta "pone estándares que son aplicables en todas las situaciones" y establece que "toda persona tiene el derecho de permanecer en paz". Toda la historia humana clama que esto expresa una aspiración, tan querida por el corazón de cada ser humano no belicoso, pero una que no puede ser posiblemente encontrada a menos que la Historia llegue a un final, con un cambio radical de los seres humanos, y llegue a un equilibrio que afirme el statu quo en todas las situaciones. Esto manifiesta la mentalidad que subyace en el Pacto Kellogg-Briand que en 1928 pretendió proscribir todas las guerras. La realidad del conflicto internacional demostró muy pronto cuán amplio era dicho marco, haciéndolo parecer absurdamente ingenuo en el contexto de la guerra mundial que pronto seguiría.

     Zayas dice que el artículo II de la Convención de Naciones Unidas sobre la Prevención y el Castigo del Crimen de Genocidiodefine al "genocidio" como "actos o acciones orientados a destruír parcial o completamente a un cierto grupo nacional, étnico, racial o religioso". Los abogados difícilmente pueden evitar hacer una mueca ante la naturaleza ambigua y abierta de esta definición. En vez de requerir, como mínimo, una destrucción significativa, la convención incluye "destruír parcialmente". ¿Pero cuán grande o pequeña es dicha parte?. ¿Se contará un 1% de una población como "genocidio"?. El acto es declarado como un "crimen", pero la obviedad de que los delitos deben ser definidos de una manera muy concreta, ciertamente una parte del "debido proceso", es ignorada.

     Se nos dice que "la expulsión y la deportación pueden calificarse como genocidio", y luego se nos dice que "todas las víctimas de expulsión tienen derecho a una compensación", un derecho con respecto al cual "ninguna ley de prescripción se aplica". ¿Ha estudiado alguien esto detenidamente? Si no hay ningún estatuto de limitaciones, la busqueda de compensación puede remontarse a crímenes cometidos hace mucho. Considerando esta normativa, ¿se podrá establecer algo alguna vez entre los pueblos?. Las costras pueden ser arrancadas de cada herida, incluyendo aquellas infligidas hace muchas décadas o incluso siglos. Además, ¿quién debe proporcionar la "compensación"?. Si no hay tal cosa como una culpa colectiva, ¿cómo puede justificarse que la gente de futuras generaciones que no tuvieron ningún papel en un "mal", si eso es lo que fue, pueda entregar de sus bienes para compensar lo que gente anterior hizo?. ¿No es este hecho en sí mismo una violación de sus derechos humanos?.

     Zayas nos dice que "desde fines de los años '90 Naciones Unidas ha reconocido y ha promovido el derecho a la verdad, lo que implica el derecho a la memoria histórica". Fantásticamente, esto presupone que podría haber alguna vez un consenso sobre qué es la "verdad" y la "memoria histórica" en situaciones dadas. El mismo hecho de que Zayas ha tenido que luchar contra un tabú sofocante sobre un tema de importancia histórica principal desmiente la existencia de tal consenso. Vivimos en un mundo en el cual los mitos de toda clase prevalecen y en el cual hay interpretaciones contrapuestas de casi todo, para no hablar de las religiones principales con sus diversas cosmologías, y de la gran tensión en la vida moderna entre ciencia y humanismo secular, por una parte, y aquellos que ponen su fe en lo sobrenatural, por otra. Haciendo caso omiso de este laberinto de disputas, la mentalidad de "declaremos como ley cualquiera que parezca buena" se encarga ante sí misma de proclamar que hay un "derecho a la verdad". Parte del problema que hay con esto es que está formulado en un lenguaje jurídico y se le ha dado fuerza de "ley". En vez de dejar la "verdad" a los científicos, los académicos y los filósofos, en un eterno proceso de búsqueda en curso, dicha mentalidad supone reducirla a algo que pueda tener como resultado el juicio definitivo de un tribunal. Uno puede difícilmente imaginar un reduccionismo tan liviano.

     La carencia de respeto por las diferencias de opinión o perspectivas aparece bajo otras formas también. Zayas sostiene que "el apoyo a la expulsión o el negacionismo de los crímenes concomitantes pueden ser considerados como una violación del artículo 20" del Convenio de Naciones Unidas sobre Derechos Civiles y Políticos. Esto es similar a la criminalización de la "negación del Holocausto". Esto va en contra de la libertad intelectual para reunir y sopesar pruebas y alcanzar conclusiones que puedan o no estar de acuerdo con un consenso existente sobre la ocurrencia, grado o seriedad de un acontecimiento. Esto significa que "los investigadores deben tener cuidado" porque una percepción dada está solidificada en el derecho penal.

     Todo esto debería ser bastante para ilustrar el punto. Lo que está claro es que ha habido durante varias décadas una "comunidad internacional" de la especie más rara. No es excesivo decir que su pensamiento toma la forma de una nueva religión, muy alejada de la realidad de la vida como realmente es vivida, pensamiento que afirma la verdad absoluta y la universalidad. Y tiene un carácter mesiánico: en el discurso del comisionado Ayala Lasso a los alemanes expulsados, puesto como uno de los anexos al libro 50 Tesis, él dice que "realmente queremos crear un nuevo orden internacional... una nueva conciencia". Es un "nuevo orden mundial" que trasciende las soberanías nacionales, como vemos cuando Ayala sigue diciendo que "no podemos ser indiferentes a las violaciones de derechos humanos, dondequiera que ellas ocurran". Podemos ver en esto las tendencias de los "neoconservadores" y "neoliberales" estadounidenses para una re-formación universal de las culturas para que calcen con las preferencias y la cosmovisión de Estados Unidos (o, más correctamente, de la élite gobernante en Estados Unidos y quizá de Europa) en un tiempo dado. Una característica interesante es que las propias creencias de la élite evolucionan con el tiempo, no siendo completamente las mismas de década en década, aun cuando en un tiempo particular esté convencida de que ella es el guardián de la verdad inmutable.

     Considerado en conjunto, vemos que el libro 50 Tesis contienen dos cosas muy diferentes: una introducción sumamente importante a la poco destacada atrocidad que ocurrió al final de la Segunda Guerra Mundial cuando millones de alemanes étnicos fueron desarraigados de sus hogares ancestrales; y una introducción que abre los ojos de los lectores al mundo maravilloso de la "ley internacional" en lo que respecta, sobre todo, a los "derechos humanos". Los lectores reflexivos encontrarán ambas dimensiones dignas de reflexión.



Reseña del Libro "Crimes and Mercies",
de James Bacque (1997)
por Dwight D. Murphey, 2000


     "Al menos 9,3 millones de alemanes murieron innecesariamente poco después [de la Segunda Guerra Mundial], la gran mayoría debido a las condiciones impuestas por los cuatro vencedores principales", según el historiador James Bacque en una secuela a su libro anterior Otras Pérdidas (Other Looses). Dicha cifra puede ser tan alta como 13,7 millones.

     ¿Le importa a alguien?. Los mitos que sobreviven en la opinión pública occidental y dentro de la cultura intelectual predominante parecen impenetrables. El de Bacque es el último de varios libros bien informados, incluyendo los de Alfred-Maurice de Zayas y Víctor Gollancz, que han aparecido en las décadas recientes sobre las atrocidades cometidas contra civiles y prisioneros de guerra alemanes en 1945 y durante cinco años a partir de entonces. Una razón para elaborar aún otro libro es que Bacque ha tenido la ventaja, como la que no tuvieron aquellos que le precedieron, de revisar los archivos del KGB en Moscú. La apertura de los archivos soviéticos ha sido una fuente de información ilimitada para aquellos que procuran entender el siglo XX. Otra razón, por supuesto, es que el mundo en gran parte ha ignorado los libros anteriores. Los investigadores serios tendrán que repetir una y otra vez los muchos hechos que son requeridos para dar la perspectiva y el equilibrio a la comprensión de la Historia. De lo contrario, el mito y la selectividad prejuiciosa seguirán siendo la historiografía permanente de nuestra época.

     El título Crimes and Mercies (Crímenes y Compasiones) refleja el deseo de Bacque de recordarnos que, junto con las atrocidades, algunas cosas maravillosamente humanas fueron hechas (de ahí las "compasiones"). Había un hambre potencial en muchas partes del mundo al final de la Segunda Guerra, precipitando un esfuerzo concertado [de producción] sobre todo por parte de Estados Unidos, Canadá, Australia y Argentina. Es una cifra asombrosa, pero el ex-Presidente estadounidense Herbert Hoover, que pasó parte de su vida adulta viviendo de ayuda alimentaria, estimó que no menos de 800 millones de vidas fueron salvados.

     Las atrocidades de posguerra cometidas contra los alemanes cobraron un número de bajas espeluznante en tres categorías de personas: los residentes de la Alemania ocupada, de los cuales se dice que 5,7 millones murieron; los 15 millones que fueron expulsados de las tierras del Este y forzados a ir al Oeste hacia lo que más tarde llegó a ser Alemania Occidental, de los cuales dondequiera que fuese murieron entre 2,1 y 6 millones (fue Konrad Adenauer el que puso la cifra en 6 millones); y los prisioneros de guerra, de los cuales murieron entre 1,5 y 2 millones.


Los residentes de la Alemania ocupada

     Durante un período considerable después del final de la guerra en Mayo de 1945, el pueblo alemán fue sometido a condiciones de hambre a pesar de una abundancia de comida disponible. Los alemanes se refieren a 1947 como el Hungerjahr, el Año del Hambre. Los trenes con alimentos de la Cruz Roja fueron devueltos a Suiza; a todos los gobiernos extranjeros se les negó el permiso para enviar comida; la producción de fertilizantes fue bruscamente reducida; la comida que había fue incluso confiscada, sobre todo en la zona francesa; y la flota pesquera fue mantenida en sus puertos. En 1945 se le prohibió a los menonitas que enviaran comida a su co-religionarios en Alemania. La toma de Prusia del Este para hacer de ella una parte de Polonia privó a Alemania del 25% de su tierra cultivable. "Lo que finalmente aseguró el hambre prolongada de los alemanes fue la reducción forzada de la industria", dice Bacque. Se dijo que el Plan de Morgenthau para reducir a Alemania a una tierra industrialmente baldía había sido anulado, pero eso no fue efectivo. "Hacia el otoño (boreal) de 1945, la producción industrial fue deliberadamente reducida a alrededor del 25 a 30% de los niveles de antes de la guerra", aunque la guerra misma, con todo su bombardeo, hubiera afectado apenas a la industria alemana, la que al final de la guerra todavía tenía entre el 80 y el 85% de su planta intacta. El desmantelamiento de la industria alemana todavía continuaba —en realidad iba en aumento— en 1949, año que vio el retiro completo o parcial de 268 fábricas. En Enero de 1947 la ración alimenticia diaria asignada por persona en la zona francesa era de 450 calorías, mientras que los expertos de salud dicen que de 2.000 a 3.000 calorías son necesarias para la buena salud. Senadores estadounidenses influyentes como Taft, La Follette y Wherry protestaron por "el hambre de masas deliberada y al por mayor" en las zonas estadounidense, británica y francesa de la ocupación. Wherry dijo al Senado que "la verdad es que hay miles y miles de toneladas de raciones militares almacenadas en nuestras reservas de excedentes que han estado estropeándose justo en medio de poblaciones que están pasando hambre".

     El hambre es confirmada por la experiencia de Arthur Jacobs, el muchacho estadounidense de 12 años que, nacido de padres alemanes, fue deportado a Alemania desde Estados Unidos al final de la guerra, transportado en pleno invierno en un vagón sin calefacción durante cuatro días, mantenido en una prisión en Hohenasperg (donde él cumplió trece años), y luego obligado a excavar por comida, junto con el resto de la población alemana, para sobrevivir. Él posteriormente volvió a Estados Unidos y se convirtió en un oficial de carrera en la Fuerza Aérea estadounidense. (Los lectores del Journal recordarán la reseña de su libro La Prisión Llamada Hohenasperg en la edición de otoño de 1999).

     El hambre no lo era todo. En Yalta, por ejemplo, se había concordado que Stalin podía tomar "reparaciones en especies". Se estima que él transportó a 874.000 civiles alemanes a la Unión Soviética para trabajo esclavo, de los cuales el 45% falleció.


Los 15 millones expulsados desde el Este

     La creación de los Estados eslavos a partir de la desintegración del Imperio austro-húngaro al final de la Primera Guerra Mundial había creado una diáspora de aproximadamente cinco millones de alemanes que entonces vivían fuera de Austria. A finales de 1944 y principios de 1945, cuando el Ejército Rojo arrolló a Europa del Este, grandes cantidades de estos alemanes (y millones de otros de las regiones del Este de Alemania, totalizando aproximadamente 15 millones) huyeron hacia el Oeste en un esfuerzo desesperado para evitar las violaciones múltiples, los asesinatos —incluyendo crucifixiones—, o su captura para realizar trabajo esclavo que les esperaba. La matanza en Nemmersdorf y muchas otras ciudades causó pánico entre los refugiados, y merece ser tan infame como la ejecución soviética del cuerpo de oficiales polacos en Katyn. Éste fue un período conocido como "el Gran Viaje Dificultoso" (tomando prestada una frase de la Guerra de los Bóers) o "el tiempo de las mujeres", ya que los refugiados consistían casi completamente en mujeres y niños.

     Las atrocidades contra estos refugiados fueron cometidas no sólo por el Ejército Rojo sino por checos, judíos, guerrilleros de Tito, y otros. Las columnas de refugiados eran ametralladas, y los barcos cargados con miles de refugiados (como el carguero Goya, con 6.000 a 7.000 refugiados a bordo) torpedeados y hundidos. Quizá la mayor atrocidad de masas fue cometida por las fuerzas aéreas estadounidense y británica combinadas cuando ellos bombardearon / incendiaron Dresden, una ciudad sin significación militar, a mediados de Febrero de 1945. La ciudad estaba llena de quizás no menos de 600.000 refugiados. El bombardeo fue llevado a cabo por 1.400 aviones británicos, seguidos de 450 bombarderos estadounidenses. El Comité Internacional de la Cruz Roja estimó 275.000 muertos; otras estimaciones iban desde 40.000 a 400.000. Esta matanza masiva de refugiados fue una extensión de la política de guerra de "bombardeo de área" para matar a civiles alemanes, en particular en los vecindarios de la clase obrera alrededor de las áreas industriales. Se estima que 600.000 civiles alemanes fueron muertos por este bombardeo durante la guerra.

     La huída hacia el Oeste cuando la guerra alcanzó sus etapas finales fue seguida durante el período de la posguerra por la expulsión de civiles alemanes desde Prusia del Este, Pomerania, Brandenburgo del Este, Silesia, Bohemia, Moravia, Eslovenia, Croacia, Servia y Transilvania, que comenzó en Marzo de 1945 y continuaba todavía en 1949. Éstos eran alemanes cuyos antepasados habían vivido en aquellas áreas durante no menos de 700 años. Incluso aunque el Acuerdo de Potsdam había especificado que el retiro debía ser "humano y ordenado", la brutalidad fue a menudo extrema. Muchos de los deportados fueron colocados en campos para esperar su expulsión, y se encontraron con sadismo y hambre lenta. Zayas relata que «decenas de miles de civiles alemanes fallecieron en campos polacos de internamiento esperando la "transferencia" a Alemania». Según Zayas en Los Expulsados Alemanes, los campos de Tito en Yugoslavia "fueron consciente y oficialmente reconocidos como centros de exterminio".


Los prisioneros de guerra alemanes

     Bacque dice que las democracias occidentales "mantuvieron campos donde aproximadamente un millón de prisioneros de guerra alemanes murió de hambre, exposición al clima o enfermedad". El Ejército de Estados Unidos mantuvo campos de prisioneros de guerra en Francia en 1945 y más tarde en Alemania, y colocó a los prisioneros con raciones enormemente reducidas. «Martin Brech, profesor retirado de filosofía en el Mercy College en Nueva York, que fue un guardia en Andernach en 1945, ha dicho», según Bacque, «que un oficial le dijo que "es nuestra política que estos hombres no sean alimentados"». Brech vio cuerpos salir del campo "por camionadas". Más de medio millón murió en los campos estadounidenses durante 1945-1946, un hecho que fue mantenido en secreto durante 40 años.

     Ésta es una historia que debe ser tomada en serio. Está escrita por académicos capaces y publicada por editores respetables como Little, Brown and Company, Charles Scribner's Sons y St. Martin's Press. Los detalles contados aquí son no más que una muestra de los escalofriantes detalles. Debe ser tarea de los historiadores académicos no dejar tales acontecimientos como de incumbencia de sólo unos pocos autores "clamando en el desierto". La gente de buena voluntad en todas partes, ahora y en el futuro, así como las víctimas, merecen la explicación más completa de lo que sucedió y por qué.

     No sería sorprendente si algunas personas justificaran tal matanza masiva a causa de que "los alemanes apoyaron a Hitler, causaron la guerra, y cometieron sus propias innumerables atrocidades; hay justicia, entonces, en su sufrimiento, aunque fuera enorme". El problema con tal justificación es que pasa por alto tres cosas: Primero, que aunque (o muy especialmente) el Nacionalsocialismo fue un movimiento arraigado profundamente en la cólera y en el deseo de venganza, se basó en acontecimientos de un período todavía más temprano. Si las atrocidades pueden ser justificadas por constituír una venganza, esto justificaría prácticamente todas las atrocidades si uno mira hacia atrás en los antecedentes históricos. Prácticamente ninguna surge de la nada. Segundo, Occidente ha sido profundamente hipócrita sobre quién precisamente ha sido el mal, y por qué. Hitler, y aquellos que le apoyaron activa o pasivamente, son vistos hoy como el epitome del mal, comparable a la "leyenda negra" que alguna vez ensombreció a España. No hay ninguna sensibilidad comparable hacia Stalin (quien deliberadamente mató de hambre a diez millones de personas en 1932-1933, sólo por mencionar uno de sus horrores), Mao (que mató a aproximadamente a 30 millones sólo en el Gran Salto Adelante, de 1958-1961), y Pol Pot. Incluso esta lista es demasiado restringida, ya que el asesinato de masas ha ocurrido en muchos tiempos y lugares, no sólo en la historia remota sino en nuestros propios días. ¿Qué, entonces, hace de las mujeres y niños alemanes más o menos merecedores de la matanza que otros?. Tercero, es un sentido peculiar de la justicia el que justificaría la matanza masiva de mujeres y niños, incluso si uno debiera aceptar la premisa de la "culpa alemana colectiva de guerra".

     Bacque, Zayas, Gollancz y Theodore Schieder, por contar el tratamiento dado a los alemanes; Nikolai Tolstoy, Julius Epstein y Nicholas Bethell, por hablar sobre la deportación forzosa de rusos, y hasta de cosacos y emigrados rusos no soviéticos, por las manos ansiosas pero poco acogedoras de Stalin al final de la Segunda Guerra Mundial; y Robert Conquest, por escribir sobre la deportación hecha por Stalin de nacionalidades enteras, todos son investigadores con coraje y gran perseverancia que merecen ser escuchados por la "corriente principal". Lo que está en juego es nuestro entendimiento del siglo XX, no en términos de fantasía sino de hechos.–



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