De René Guénon (1886-1951), de su breve escrito Le Roi du Monde (1927), queremos presentar tres capítulos para contextualizar y dar definiciones de temas y conceptos que hemos estado presentando y que seguiremos haciéndolo. La erudición y el buen sentido del señor Guénon hemos de destacar si vamos a referirnos a él. Se erigió por sí mismo en un buen difusor de materias y conocimientos que hoy son traídos y llevados por muchos autores y tendencias esotericistas, pero su honradez lo preservará en el tiempo. Creemos que este ensayo así como su obra en general son dignos de ser leídos por todos quienes se interesen por la filosofía mística y esotérica, que es el conocimiento que los tiempos han obligado a que se oculte si ha de sobrevivir y reaparecer.
CAPÍTULO I.
NOCIONES SOBRE «AGARTTHA» EN OCCIDENTE
La obra póstuma de Saint-Yves d'Alveydre titulada Mission de l'Inde, que fue publicada en 1910 [1], contiene la descripción de un centro iniciático misterioso designado bajo el nombre de Agarttha; por lo demás, muchos lectores de ese libro debieron suponer que eso no era más que un relato puramente imaginario, una suerte de ficción que no reposaba sobre nada real. En efecto, si se quiere tomar todo al pie de la letra, hay en eso inverosimilitudes que, al menos para aquellos que se atienen a las apariencias exteriores, podrían justificar una tal apreciación; y sin duda Saint-Yves había tenido buenas razones para no hacer aparecer él mismo esta obra, escrita desde hacía bastante tiempo, y que verdaderamente no estaba puesta a punto. Por otra parte, hasta entonces en Europa no se había hecho apenas mención del Agarttha y de su jefe, el Brahmâtmâ, más que por un escritor muy poco serio, Louis Jacolliot [2], cuya autoridad no es posible invocar; por nuestra parte, pensamos que éste había oído hablar realmente de estas cosas en el curso de su estancia en la India, pero que después las arregló, como todo lo demás, a su manera eminentemente fantasiosa. Pero en 1924 se produjo un hecho nuevo y un poco inesperado: el libro titulado Bêtes, Hommes et Dieux, en el que Ferdinand Ossendowski cuenta las peripecias de un viaje accidentado que hizo en 1920 y 1921 a través de Asia Central, encierra, sobre todo en su última parte, relatos casi idénticos a los de Saint-Yves; y el ruido que se ha hecho alrededor de este libro proporciona, creemos, una ocasión favorable para romper finalmente el silencio sobre esa cuestión de Agarttha.
[1. 2ª edición, 1949].
[2. Les Fils de Dieu, pp. 236, 263-267, 272; Le Spiritisme dans le Monde, pp. 27-28].
Naturalmente, espíritus escépticos o malévolos no han dejado de acusar a Ossendowski de haber plagiado pura y simplemente a Saint-Yves, y de revelar, en apoyo de esta alegación, todos los pasajes concordantes de ambas obras; hay efectivamente un buen número de ellos que presentan, hasta en los menores detalles, una similitud bastante sorprendente. Primero, hay lo que podría parecer más inverosímil en Saint-Yves mismo, queremos decir, la afirmación de la existencia de un mundo subterráneo que extiende sus ramificaciones por todas partes, bajo los continentes e incluso bajo los océanos, y por el cual se establecen comunicaciones invisibles entre todas las regiones de la Tierra; por lo demás, Ossendowski, que no toma en cuenta esta afirmación, declara incluso que no sabe qué pensar de ella, aunque la atribuye a diversos personajes que él mismo ha encontrado en el curso de su viaje. Hay también, sobre puntos más particulares, el pasaje donde el «Rey del Mundo» es representado ante la tumba de su predecesor, el pasaje donde se trata del origen de los Bohemios, que habrían vivido antaño en Agarttha [3], como muchos otros todavía. Saint-Yves dice que hay momentos, durante la celebración subterránea de los «Misterios cósmicos», donde los viajeros que se encuentran en el desierto se detienen, donde los animales mismos permanecen silenciosos [4]; Ossendowski asegura que él mismo ha asistido a uno de esos momentos de recogimiento general. Hay sobre todo, como coincidencia extraña, la historia de una isla, hoy día desaparecida, donde vivían hombres y animales extraordinarios: ahí, Saint-Yves cita el resumen del periplo de Jámbulo hecho por Diodoro de Sicilia, mientras que Ossendowski habla del viaje de un antiguo budista del Nepal, y no obstante, sus descripciones se diferencian muy poco; si verdaderamente existen de esta historia dos versiones que provienen de fuentes tan alejadas la una de la otra, podría ser interesante recuperarlas y compararlas con cuidado.
[3. Debemos decir a este propósito que la existencia de pueblos «en tribulación», de los que los Bohemios son uno de los ejemplos más sobresalientes, es realmente algo muy misterioso y que requeriría ser examinado con atención].
[4. El Dr. Arturo Reghini nos ha hecho observar que esto podría tener alguna relación con el timor panicus de los antiguos; esta aproximación nos parece en efecto extremadamente verosímil].
Hemos tenido que señalar todas estas aproximaciones, pero tenemos que decir también que no nos convencen en modo alguno de la realidad del plagio; por lo demás, nuestra intención no es entrar aquí en una discusión que, en el fondo, no nos interesa más que mediocremente. Independientemente de los testimonios que Ossendowski nos ha indicado por él mismo, sabemos, por fuentes muy diferentes, que los relatos de este género son algo corriente en Mongolia y en toda el Asia Central; y agregaremos a continuación que existe algo parecido en las tradiciones de casi todos los pueblos. Por otra parte, si Ossendowski hubiera copiado en parte la Mission de l'Inde, no vemos muy bien por qué habría omitido adrede algunos pasajes, ni por qué habría cambiado la forma de algunas palabras, escribiendo por ejemplo Agharti en lugar de Agarttha, lo que se explica al contrario muy bien si ha recibido de fuente mongola las informaciones que Saint-Yves había obtenido de fuente hindú (ya que sabemos que éste estuvo en relaciones con dos hindúes al menos) [5]; tampoco comprendemos por qué habría empleado, para designar al jefe de la jerarquía iniciática, el título de «Rey del Mundo», título que no figura en ninguna parte en Saint-Yves. Aunque se debieran admitir algunos plagios, por eso no sería menos cierto que Ossendowski dice a veces cosas que no tienen su equivalente en la Mission de l'Inde, y que son de las que ciertamente no ha podido inventar de ninguna manera, tanto más cuanto que, mucho más preocupado de política que de ideas y de doctrinas, e ignorante de todo lo que toca al esoterismo, ha sido manifiestamente incapaz de aprehender él mismo su alcance exacto. Tal es, por ejemplo, la historia de una «piedra negra» enviada antaño por el «Rey del Mundo» al Daläi-Lama, transportada después a Ourga, en Mongolia, y que desapareció hace cerca de cien años [6]. Ahora bien, en numerosas tradiciones, las «piedras negras» desempeñan un papel importante, desde la que era el símbolo de Cibeles hasta la que está engastada en la Kaabah de la Meca [7]. He aquí otro ejemplo: el Bogdo-Khan o «Buddha vivo», que reside en Ourga, conserva, entre otras cosas preciosas, el anillo de Gengis-Khan, sobre el cual hay grabado una swástika, y una placa de cobre que lleva el sello del «Rey del Mundo»; parece que Ossendowski no haya podido ver más que el primero de esos dos objetos, pero le habría sido bastante difícil imaginar la existencia del segundo: ¿no habría debido venirle naturalmente al espíritu hablar aquí de una placa de oro?.
[5. Los adversarios de Ossendowski han querido explicar el mismo hecho pretendiendo que había tenido en sus manos una traducción rusa de la Mission de l'Inde, traducción cuya existencia es más que problemática, puesto que los herederos mismos de Saint-Yves la ignoran enteramente. — Se ha reprochado también a Ossendowski escribir Ommientras que Saint-Yves escribe Aum; ahora bien, si Aum es en efecto la representación del monosílabo sagrado descompuesto en sus elementos constitutivos, no obstante es Om el que es la transcripción correcta y el que corresponde a la pronunciación real, tal como existe tanto en la India como en el Tíbet y en Mongolia; este detalle es suficiente para permitir apreciar la competencia de algunos críticos].
[6. Ossendowski, que no sabe que se trata de un aerolito, busca explicar ciertos fenómenos, como la aparición de caracteres en su superficie, suponiendo que era una suerte de pizarra].
[7. Habría que hacer también una aproximación curiosa con el lapsit exillis, piedra caída del cielo y sobre la cual aparecían inscripciones igualmente en ciertas circunstancias, y que es identificada con el Grial en la versión de Wolfram von Eschenbach. Lo que hace a la cosa todavía más singular, es que, según esa misma versión, el Grial fue finalmente transportado al «Reino del Preste Juan», que algunos han querido asimilar precisamente a Mongolia, aunque, por lo demás, ninguna localización geográfica pueda ser aceptada aquí literalmente (ver El Esoterismo de Dante, ed. francesa de 1957, pp. 35-36, y ver también más adelante)].
Estas pocas observaciones preliminares son suficientes para lo que nos proponemos, ya que permanecemos absolutamente ajenos a toda polémica y a toda cuestión de personas; si citamos a Ossendowski e incluso a Saint-Yves, es únicamente porque lo que han dicho puede servir de punto de partida a consideraciones que no tienen nada que ver con lo que se podría pensar del uno y del otro, y cuyo alcance rebasa singularmente sus individualidades, tanto como a la nuestra, que, en este dominio, no debe contar tampoco. No queremos librarnos, a propósito de sus respectivas obras, a una «crítica de textos» más o menos vana, sino aportar indicaciones que todavía no han sido dadas en ninguna parte, a nuestro conocimiento al menos, y que son susceptibles de ayudar en una cierta medida a elucidar lo que Ossendowski llama el «misterio de los misterios».
CAPÍTULO II. REALEZA Y PONTIFICADO
El título de «Rey del Mundo», tomado en su acepción más elevada, la más completa y al mismo tiempo la más rigurosa, se aplica propiamente a Manú, el Legislador primordial y universal, cuyo nombre se encuentra, bajo formas diversas, en un gran número de pueblos antiguos; a este respecto, recordaremos solo el Mina o Ménès de los egipcios, el Menw de los celtas y el Minos de los griegos [1]. Por lo demás, este nombre no designa de ningún modo a un personaje histórico o más o menos legendario; lo que designa en realidad, es un principio, la Inteligencia cósmica que refleja la Luz espiritual pura y formula la Ley (Dharma) propia a las condiciones de nuestro mundo o de nuestro ciclo de existencia; y es al mismo tiempo el arquetipo del hombre considerado especialmente en tanto que ser pensante (en sánscrito mânava).
[1. En los griegos, Minos era a la vez el Legislador de los vivos y el Juez de los muertos; en la tradición hindú, estas dos funciones pertenecen respectivamente a Manú y a Yama, pero éstos son representados como hermanos gemelos, lo que indica que se trata del desdoblamiento de un principio único, considerado bajo dos aspectos diferentes].
Por otra parte, lo que importa esencialmente destacar aquí, es que este principio puede ser manifestado por un centro espiritual establecido en el mundo terrestre, por una organización encargada de conservar integralmente el depósito de la tradición sagrada, de origen «no-humano» (apaurushêya), por la que la Sabiduría primordial se comunica a través de las edades a aquellos que son capaces de recibirla. El jefe de una tal organización, que representa en cierto modo a Manú mismo, podrá legítimamente llevar su título y sus atributos; e incluso, por el grado de conocimiento que debe haber alcanzado para poder ejercer su función, se identifica realmente con el principio del que es como la expresión humana, y ante el cual su individualidad desaparece. Tal es efectivamente el caso de Agarttha, si ese centro ha recogido, como lo indica Saint-Yves, la herencia de la antigua «dinastía solar» (Sûrya-vansha) que residía antaño en Ayodhyâ [2], y que hacía remontar su origen a Vaivaswata, el Manú del ciclo
actual.
[2. Esta sede de la «dinastía solar», si se la considera simbólicamente, puede ser aproximada a la «Ciudadela solar» de los Rosa-Cruz, y sin duda también a la «Ciudad del Sol» de Campanella].
Saint-Yves, como ya lo hemos dicho, no considera no obstante al jefe supremo de Agarttha como «Rey del Mundo»; lo presenta como «Soberano Pontífice», y, además, lo pone a la cabeza de una «Iglesia brâhmánica», designación que procede de una concepción demasiado occidentalizada [3]. Aparte de esta última reserva, lo que dice Saint-Yves completa, a este respecto, lo que dice por su lado Ossendowski; parece que cada uno de ellos no haya visto más que el aspecto que respondía más directamente a sus tendencias y a sus preocupaciones dominantes, ya que, en verdad, aquí se trata de un doble poder, a la vez sacerdotal y real. El carácter «pontifical», en el sentido verdadero de esta palabra, pertenece realmente, y por excelencia, al jefe de la jerarquía iniciática, y esto hace llamada a una explicación: literalmente, el Pontifex es un «constructor de puentes», y este título romano es en cierto modo, por su origen, un título «masónico»; pero, simbólicamente, es el que desempeña la función de mediador, estableciendo la comunicación entre este mundo y los mundos superiores [4]. A este título, el Arco Iris, el «puente celeste», es un símbolo natural del «pontificado»; y todas las tradiciones le dan significaciones perfectamente concordantes: así, entre los hebreos es la prenda de la alianza de Dioscon su pueblo; en China es el signo de la unión del Cielo y de la Tierra; en Grecia representaba a Iris, la «mensajera de los Dioses»; un poco por todas partes, entre los escandinavos tanto como entre los persas y los árabes, en África Central y hasta en algunos pueblos de América del Norte, es el puente que liga el mundo sensible al suprasensible.
[3. De hecho, esa denominación de «Iglesia brâhmánica» no ha sido empleada nunca en la India más que por la secta heterodoxa y completamente moderna del Brahma-Samâj, nacida a comienzos del siglo XIX bajo influencias europeas y especialmente protestantes, dividida pronto en múltiples ramas rivales, y hoy día casi completamente extinguida; es curioso notar que uno de los fundadores de esa secta fue el abuelo del poeta Rabindranath Tagore].
[4. San Bernardo dice que «el Pontífice, como lo indica la etimología de su nombre, es una suerte de puente entre Dios y el hombre» (Tractatus de Moribus et Officio Episcoporum, III, 9). — Hay en la India un término que es propio de los Jainas, y que es el estricto equivalente del Pontifex latino: es la palabra Tîrthankara, literalmente, «el que hace un vado o un paso»; el paso de que se trata, es el camino de la Liberación (Moksha). Los Tîrthankaras son en número de veinticuatro, como los ancianos del Apocalipsis, que, por lo demás, constituyen también un Colegio pontifical].
Por otra parte, la unión de los dos poderes sacerdotal y real estaba representada, entre los latinos, por un cierto aspecto del simbolismo de Janus, simbolismo extremadamente complejo y de significaciones múltiples; bajo la misma relación, las llaves de oro y plata figuraban las dos iniciaciones correspondientes [5]. Para emplear la terminología hindú, se trata de la vía de los Brâhmanes y la de los Kshatriyas; pero en la cima de la jerarquía, uno está en el principio común de donde los unos y los otros sacan sus atribuciones respectivas, y por consiguiente más allá de su distinción, puesto que ahí está la fuente de toda autoridad legítima, en cualquier dominio en que se ejerza; y los iniciados de Agarttha son ativarna, es decir, «más allá de las castas» [6].
[5. Desde otro punto de vista, estas llaves son respectivamente la de los «Misterios mayores» y la de los «Misterios menores» — En algunas representaciones de Janus, los dos poderes son simbolizados también por una llave y un cetro].
[6. Haremos observar a este propósito que la organización social de la Edad Media occidental parece haber estado calcada, en principio, sobre la institución de las castas: el clero correspondía a los Brâhmanes, la nobleza a los Kshatriyas, el tercer estado a los Vaishyas, y los siervos a los Shûdras].
En la Edad Media había una expresión en la que los dos aspectos complementarios de la autoridad se encontraban reunidos de una manera que es muy digna de observación: en aquella época se hablaba frecuentemente de una región misteriosa a la que se llamaba el «Reino del Preste Juan» [7]. Era el tiempo donde lo que se podría designar como la «cobertura exterior» del centro en cuestión se encontraba formada, en una buena parte, por los nestorianos (o lo que se ha convenido llamar así con razón o sin ella) y los sabeos [8]; y, precisamente, estos últimos se daban a sí mismos el nombre de Mendayyeh de Yahia, es decir, «discípulos de Juan». A este propósito, podemos hacer a continuación otra precisión: es al menos curioso que muchos grupos orientales de un carácter muy cerrado, desde los ismaelitas o discípulos del «Viejo de la Montaña» hasta los drusos del Líbano, hayan tomado uniformemente, lo mismo que las Órdenes de caballería occidentales, el título de «guardianes de la Tierra Santa». Ciertamente, la continuación hará comprender mejor sin duda lo que eso puede significar; parece que Saint-Yves haya encontrado una palabra justa, quizás más todavía de lo que él mismo pensaba, cuando habla de los «Templarios de Agarttha». Para que nadie se sorprenda de la expresión de «cobertura exterior» que acabamos de emplear, agregaremos que es menester tener cuidado con el hecho de que la iniciación caballeresca era esencialmente una iniciación de Kshatriyas; esto es lo que explica, entre otras cosas, el papel preponderante que desempeña en ella el simbolismo del Amor [9].
[7. Concretamente, se trata del «Preste Juan», hacia la época de Luis IX, en los viajes de Carpin y de Ruysbroeck. Lo que complica las cosas, es que, según algunos, habría habido hasta cuatro personajes llevando este título: en el Tíbet (o sobre el Pamir), en Mongolia, en la India, y en Etiopía (esta última palabra tiene por otra parte un sentido muy vago); pero es probable que en eso no se trate más que de diferentes representantes de un mismo poder. Se dice también que Gengis-Khan quiso atacar al reino del Preste Juan, pero que éste lo repelió desencadenando el rayo contra sus ejércitos. En fin, después de la época de las invasiones musulmanas, el Preste Juan habría dejado de manifestarse, y sería representado exteriormente por el Dalaï-Lama].
[8. Se han encontrado en el Asia Central, y particularmente en la región del Turkestán, cruces nestorianas que son exactamente semejantes como forma a las cruces de caballería, y de las que, algunas, además, llevan en su centro la figura de la swástika. — Por otra parte, hay que indicar que los nestorianos, cuyas relaciones con el lamaísmo parecen incontestables, tuvieron una acción importante, aunque bastante enigmática, en los comienzos del Islam. Los sabeos, por su lado, ejercieron una gran influencia sobre el mundo árabe en tiempos de los jalifas de Bagdad; se pretende también que es entre ellos donde se habrían refugiado, después de una estancia en Persia, los últimos neoplatónicos].
[9. Ya hemos señalado esta particularidad en nuestro estudio sobre El Esoterismo de Dante].
Sea como sea en estas últimas consideraciones, la idea de un personaje que es sacerdote y rey todo junto no es muy corriente en Occidente, aunque se encuentra, en el origen mismo del cristianismo, representada de una manera destacable por los «Reyes Magos»; incluso en la Edad Media, el poder supremo (según las apariencias exteriores al menos) estaba dividido entre el Papado y el Imperio [10]. Una tal separación puede ser considerada como la marca de una organización incompleta por arriba, si uno puede expresarse así, puesto que no se ve aparecer en ella el principio común del que proceden y dependen regularmente los dos poderes; así pues, el verdadero poder supremo debía encontrarse en otra parte. En Oriente, el mantenimiento de una tal separación en la cima misma de la jerarquía es, al contrario, bastante excepcional, y no es apenas más que en algunas concepciones búdicas donde se encuentra algo de este género; queremos hacer alusión a la incompatibilidad afirmada entre la función de Buddha y la de Chakravartî o «monarca universal» [11], cuando se dice que Shâkya-Muni, en un cierto momento, tuvo que escoger entre la una y la otra. Conviene agregar que el término Chakravartî, que no tiene nada de especialmente búdico, se aplica muy bien, según los datos de la tradición hindú, a la función del Manú o de sus representantes: literalmente, es «el que hace girar la rueda», es decir, el que, colocado en el centro de todas las cosas, dirige su movimiento sin participar él mismo en él, o que, según la expresión de Aristóteles, es su «motor inmóvil» [12].
[10. En la antigua Roma, por el contrario, el Imperator era al mismo tiempo Pontifex Maximus. — La teoría musulmana del jalifato une también los dos poderes, al menos en una cierta medida, así como la concepción extremo oriental del Wang (ver La Gran Triada, cap. XVII)].
[11. Hemos anotado en otra parte la analogía que existe entre la concepción del Chakravartî y la idea del Imperio en Dante, de quien conviene mencionar aquí, a este respecto, el tratado De Monarchia].
[12. En un sentido enteramente comparable, la tradición china emplea la expresión de «Invariable Medio». — Hay que destacar que, según el simbolismo masónico, los Maestros se reúnen en la «Habitación del Medio»].
Llamamos muy particularmente la atención sobre esto: el centro de que se trata es el punto fijo que todas las tradiciones están de acuerdo en designar simbólicamente como el «Polo», puesto que es alrededor de él donde se efectúa la rotación del mundo, representado generalmente por la rueda, tanto entre los celtas como entre los caldeos y en los hindúes [13]. Tal es la verdadera significación de la swástika, este signo que se encuentra difundido por todas partes, desde el Extremo Oriente hasta el Extremo Occidente [14], y que es esencialmente el «signo del Polo»; sin duda es aquí la primera vez, en la Europa moderna, que se hace conocer su sentido real. En efecto, los sabios contemporáneos han buscado vanamente explicar este símbolo mediante las teorías más fantasiosas; la mayoría de entre ellos, obsesionados por una suerte de idea fija, han querido ver en él, como casi por todas partes, un signo exclusivamente «solar» [15], mientras que, si lo ha devenido a veces, no ha podido ser más que accidentalmente y de un manera desviada. Otros han estado más cerca de la verdad al considerar a la swástika como el símbolo del movimiento; pero esta interpretación, sin ser falsa, es muy insuficiente, ya que no se trata de un movimiento cualquiera, sino de un movimiento de rotación que se cumple alrededor de un centro o de un eje inmutable; y es el punto fijo el que es, lo repetimos, el elemento esencial al que se refiere directamente el símbolo en cuestión [16].
[13. El símbolo céltico de la rueda se ha conservado en la Edad Media; se pueden encontrar numerosos ejemplos de él sobre las iglesias románicas, y el rosetón gótico mismo parece ser un derivado suyo, ya que hay una relación cierta entre la rueda y las flores emblemáticas tales como la rosa en Occidente y el loto en Oriente].
[14. Este mismo signo no ha sido extraño al hermetismo cristiano: hemos visto, en el antiguo monasterio de los Carmelitas de Loudun, símbolos muy curiosos, que datan verosímilmente de la segunda mitad del siglo XV, y entre los cuales la swástika ocupa, con el signo del que hablaremos más adelante, uno de los lugares más importantes. Es bueno anotar, en esta ocasión, que los Carmelitas, que han venido de Oriente, vinculan la fundación de su Orden a Elías y a Pitágoras (como la Masonería, por su lado, se vincula a la vez a Salomón y al mismo Pitágoras, lo que constituye una similitud bastante destacable), y también que, por otra parte, algunos pretenden que en la Edad Media tenían una iniciación muy vecina de la de los Templarios, así como los religiosos de la Merced; se sabe que esta última Orden ha dado su nombre a un grado de la masonería escocesa, del cual hemos hablado bastante largamente en El Esoterismo de Dante].
[15. La misma precisión se aplica concretamente a la rueda, cuya verdadera significación acabamos de indicar igualmente].
[16. No citaremos más que de memoria la opinión, todavía más fantasiosa que todas las demás, que hace de la swástika el esquema de un instrumento primitivo destinado a la producción del fuego; ahora bien, si este símbolo tiene a veces una cierta relación con el fuego, puesto que es concretamente un emblema de Agni, es por razones completamente diferentes].
Por lo que acabamos de decir, ya se puede comprender que el «Rey del Mundo» debe tener una función esencialmente ordenadora y reguladora (y se observará que no carece de fundamento que esta última palabra tenga la misma raíz que rex y regere), función que puede resumirse en una palabra como la de «equilibrio» o de «armonía», lo que traduce precisamente en sánscrito el término Dharma [17]: Lo que entendemos por eso, es el reflejo, en el mundo manifestado, de la inmutabilidad del Principio supremo. Se puede comprender también, por las mismas consideraciones, por qué el «Rey del Mundo» tiene como atributos fundamentales la «Justicia» y la «Paz», que no son más que las formas revestidas más especialmente por ese equilibrio y esa armonía en el «mundo del hombre» (mânava-loka). Ese es también un punto de la mayor importancia; y, además de su alcance general, se lo señalamos a aquellos que se dejan llevar de ciertos temores quiméricos, de los que el libro mismo de Ossendowski contiene como un eco en sus últimas líneas.
[17. La raíz dhri expresa esencialmente la idea de estabilidad; la forma dhru, que tiene el mismo sentido, es la raíz de Dhruva, nombre sánscrito del Polo, y algunos le aproximan el nombre griego del roble, drus; en latín, por lo demás, la misma palabra robur significa a la vez roble y fuerza o firmeza. Entre los druidas (cuyo nombre debe leerse quizás dru-vid, uniendo de este modo la fuerza y la sabiduría), así como en Dodona, el roble representaba el «Árbol del Mundo», símbolo del eje fijo que une los polos].
CAPÍTULO VIII.
EL CENTRO SUPREMO OCULTO DURANTE EL «KALI-YUGA»
Agarttha, se dice en efecto, no siempre fue subterráneo, y no lo permanecerá siempre; vendrá un tiempo donde, según las palabras contadas por Ossendowski, «los pueblos de Agharti saldrán de sus cavernas y aparecerán sobre la superficie de la tierra» [1]. Antes de su desaparición del mundo visible, este centro llevaba otro nombre, ya que el de Agarttha, que significa «inaprehensible» o «inaccesible» (y también «inviolable», ya que es la «morada de la Paz», Salem), no le habría convenido entonces; Ossendowski precisa que ha devenido subterráneo «hace más de seis mil años», y se encuentra que esta fecha corresponde, con una aproximación muy suficiente, al comienzo del Kali-Yuga o «edad negra», la «edad de hierro» de los antiguos occidentales, el último de los cuatro periodos en los cuales se divide el manvantara [2]; su reaparición debe coincidir con el fin del mismo periodo.
[1. Estas palabras son aquellas por las cuales se termina una profecía que el «Rey del Mundo» habría hecho en 1890, cuando apareció en el monasterio de Narabanchi].
[2 El Manvantara o era de un Manú, llamado también Mahâ-Yuga, comprende cuatro Yugas o periodos secundarios: Krita-Yuga (o Satya-Yuga), Trêtâ-Yuga, Dwâpara-Yuga y Kali-Yuga, que se identifican respectivamente con la «edad de oro», con la «edad de plata», con la «edad de bronce» y con la «edad de hierro» de la antigüedad greco-latina. En la sucesión de estos periodos hay una suerte de materialización progresiva, que resulta del alejamiento del Principio que acompaña necesariamente al desarrollo de la manifestación cíclica, en el mundo corporal, a partir del «estado primordial»].
Hemos hablado más atrás de las alusiones hechas por todas las tradiciones a algo que se ha perdido o que se ha ocultado, y que se representa bajo símbolos diversos. Esto, cuando se lo toma en su sentido general, el que concierne a todo el conjunto de la Humanidad terrestre, se refiere precisamente a las condiciones del Kali-Yuga. Así pues, el periodo actual es un periodo de oscurecimiento y de confusión [3]; sus condiciones son tales, que mientras que persistan, el conocimiento iniciático debe necesariamente permanecer oculto, de donde el carácter de los «Misterios» de la antigüedad llamada «histórica» (que ni siquiera se remonta hasta el comienzo de este periodo) [4] y de las organizaciones secretas de todos los pueblos: organizaciones que dan una iniciación efectiva allí donde subsiste todavía una verdadera doctrina tradicional, pero que ya no ofrecen más que su sombra cuando el espíritu de esa doctrina ha cesado de vivificar los símbolos que no son más que su representación exterior, y eso porque, por razones diversas, todo lazo consciente con el centro espiritual del mundo ha acabado por ser roto, lo que es el sentido más particular de la pérdida de la tradición, el que concierne especialmente a tal o a cual centro secundario, que haya cesado de estar en relación directa y efectiva con el centro supremo.
[3 El comienzo de esta edad esta representado concretamente, en el simbolismo bíblico, por la Torre de Babel y la «confusión de las lenguas». Se podría pensar bastante lógicamente que la caída y el diluvio corresponderían al final de las dos primeras edades; pero, en realidad, el punto de partida de la tradición hebraica no coincide con el comienzo del Manvantara. Es menester no olvidar que las leyes cíclicas son aplicables a grados diferentes, para periodos que no tienen la misma extensión, y que a veces se solapan los unos a los otros, de ahí las complicaciones que, a primera vista, pueden parecer inextricables, y que no es efectivamente posible resolver más que por la consideración del orden de subordinación jerárquica de los centros tradicionales correspondientes].
[4. No parece que se haya destacado nunca como convendría la imposibilidad casi general en que se encuentran los historiadores para establecer una cronología cierta para todo lo que es anterior al siglo VI antes de la era cristiana].
Así pues, como ya lo hemos dicho precedentemente, se debe hablar de algo que está ocultado más bien que verdaderamente perdido, puesto que no está perdido para todos y puesto que algunos lo poseen todavía integralmente; y, si ello es así, otros tienen siempre la posibilidad de reencontrarlo, siempre que lo busquen como conviene, es decir, que su intención sea dirigida de tal suerte que, por las vibraciones armónicas que despierte según la ley de las «acciones y reacciones concordantes» [5], pueda ponerles en comunicación espiritual efectiva con el centro supremo [6].
[5. Esta expresión está tomada a la doctrina taoísta; por otra parte, tomamos aquí la palabra «intención» en un sentido que es exactamente el del árabe niyah, que se traduce habitualmente así, y este sentido es por lo demás conforme a la etimología latina (de in-tendere, tender hacia)].
[6. Lo que acabamos de decir permite interpretar en un sentido muy preciso estas palabras del Evangelio: «Buscad y encontraréis; pedid y recibiréis; llamad y se os abrirá». — Aquí uno deberá remitirse naturalmente a las indicaciones que ya hemos dado a propósito de la «intención recta» y de la «buena voluntad»; y con eso se podrá completar sin esfuerzo la explicación de esta fórmula: Pax in terra hominibus bonae voluntatis].
Por lo demás, esta dirección de la intención tiene, en todas las formas tradicionales, su representación simbólica; queremos hablar de la orientación ritual: ésta, en efecto, es propiamente la dirección hacia un centro espiritual, que, cualquiera que éste sea, es siempre una imagen del verdadero «Centro del Mundo» [7]. Pero, a medida que se avanza en el Kali-Yuga, la unión con este centro, cada vez más cerrado y ocultado, deviene más difícil, al mismo tiempo que devienen más raros los centros secundarios que lo representan exteriormente [8]; y no obstante, cuando acabe este periodo, la tradición deberá ser manifestada de nuevo en su integridad, puesto que el comienzo de cada manvantara, al coincidir con el fin del precedente, implica necesariamente para la Humanidad terrestre, el retorno al «estado primordial» [9].
[7. En el Islam, esta orientación (qiblah) es como la materialización, si se puede expresar así, de la intención (niyah). La orientación de las iglesias cristianas es otro caso particular que se refiere esencialmente a la misma idea].
[8. No se trata, bien entendido, más que de una exterioridad relativa, puesto que estos centros secundarios están ellos mismos más o menos estrictamente cerrados desde el comienzo del Kali-Yuga.
[9. Es la manifestación de la Jerusalem celeste, que es, en relación al ciclo que acaba, lo mismo que el Paraíso terrestre en relación al ciclo que comienza, así como lo hemos explicado en El Esoterismo de Dante].
En Europa, todo lazo establecido conscientemente con el centro por medio de organizaciones regulares está actualmente roto, y ello es así desde hace ya varios siglos; por otra parte, esta ruptura no se ha cumplido de un solo golpe sino en varia fases sucesivas [10]. La primera de estas fases se remonta al comienzo del siglo XIV; lo que ya hemos dicho en otra parte de las Órdenes de caballería puede hacer comprender que una de sus funciones principales era asegurar una comunicación entre Oriente y Occidente, comunicación cuyo verdadero alcance es posible aprehender si se precisa que el centro del que hablamos aquí ha sido descrito siempre, al menos en lo que concierne a los tiempos «históricos», como estando situado en la parte de Oriente. No obstante, después de la destrucción de la Orden del Temple, el Rosacrucismo, o aquello a lo que se debía dar este nombre después, continuó asegurando el mismo lazo, aunque de una manera más disimulada [11]. El Renacimiento y la Reforma marcaron una nueva fase crítica, y finalmente, según lo que parece indicar Saint-Yves, la ruptura completa habría coincidido con los tratados de Westfalia que, en 1648, terminaron la guerra de los Treinta Años. Ahora bien, es sorprendente que varios autores hayan afirmado precisamente, que, poco después de la guerra de los Treinta Años, los verdaderos Rosa-Cruz abandonaron Europa para retirarse a Asia; y recordaremos, a este propósito, que los Adeptos rosacrucianos eran en número de doce, como los miembros del círculo más interior de Agarttha, y conformemente a la constitución común a tantos centros espirituales formados a la imagen de ese centro supremo.
[10. De igual modo, bajo otro punto de vista más extenso, hay para la Humanidad grados en el alejamiento del centro primordial, y es a estos grados a los que corresponde la distinción de los diferentes Yugas].
[11. Sobre este punto todavía, estamos obligados a remitir a nuestro estudio sobre El Esoterismo de Dante, donde hemos dado todas las indicaciones que permiten justificar esta aserción].
A partir de esta última época, el depósito del conocimiento iniciático efectivo ya no es guardado realmente por ninguna organización occidental; así, Swedenborg declaraba que en adelante es entre los sabios del Tíbet y de la Tartaria donde sería menester buscar la «Palabra perdida»; y, por su lado, Anne-Catherine Emmerich tuvo la visión de un lugar misterioso que llamaba la «Montaña de los Profetas» y que se situaba en las mismas regiones. Agregaremos que es de las informaciones fragmentarias que la señora Blavatsky pudo recopilar sobre este tema, sin comprender por lo demás su verdadera significación, de donde nació en ella la idea de la «Gran Logia Blanca», a la que podríamos llamar, no ya una imagen, sino simplemente una caricatura o una parodia imaginaria de Agarttha [12].
[12. Aquellos que comprendan las consideraciones que exponemos aquí verán por eso mismo por qué nos es imposible tomar en serio las múltiples organizaciones pseudo-iniciáticas que han visto la luz en el Occidente contemporáneo: no hay ninguna de ellas que, sometida a un examen algo riguroso, pueda proporcionar la menor prueba de «regularidad»].−