La siguiente es la traducción de un discurso pronunciado ante la Conferencia Anual de Otoño del Consejo Protestante Unido (United Protestant Council) en Londres el 7 de Noviembre de 1998 por el profesor británico Arthur Noble. Fue publicado en su versión original el 16 de Noviembre de 1998 en ianpaisley.org, sitio del European Institute of Protestant Studies. Catorce años tarde llegan ciertas advertencias. La gracia, sin embargo, del texto está en su análisis de los antecedentes que han llevado a la creación de la Unión Europea y de su moneda única, el euro; más aún, en su puesta en evidencia de que todo aquello no ha sido sino un proyecto de Roma, de la apocalíptica puta que se sienta sobre una bestia, como se ha hecho retratar en un mamarracho de escultura frente al mismísimo Parlamento Europeo en Bruselas (sí, sabemos que aquella mujer es Europa raptada por Zeus... para violarla). Siendo el autor de esta conferencia un cristiano protestante activo, es decir, un "creyente", además de informado, es que se puede entender el celo tanto patriótico como religioso frente a las amenazas a la independencia y la soberanía. Considerado en conjunto, este mensaje aún contiene lecciones para el presente.
La Conspiración Detrás de la Unión Europea:
Lo que Todo Cristiano Debería Saber
por Arthur Noble
Noviembre de 1998
Noviembre de 1998
Introducción
Camaradas Protestantes:
El título literal de mi conferencia es "La Conspiración de la Unión Europea: Lo que Todo Cristiano Debería Saber". Tratar exhaustivamente con un tema tan vasto en el espacio de una hora es, por supuesto, completamente imposible, de modo que estoy obligado a limitarme a lo esencial.
Como con cada conspiración, hay siempre varios aspectos que componen la historia. Ellos siempre están entrelazados e inter-relacionados, pero no son obvios de algún modo inmediato. Tampoco ellos corren siempre paralelos unos a otros o incluso no se desarrollan según el plan original.
Históricamente hablando, la idea de lo europeo aparentemente comenzó como un plan para la cooperación económica, pero pronto adquirió una dimensión social, y muy rápidamente a partir de entonces se desarrolló en un plan formal para unir políticamente el continente entero. La dimensión religiosa subyacente tiene que ser comprendida aún, así como todas sus implicaciones.
Lo que quiero tratar de mostrar es que, aunque este desarrollo puede reflejar un aparente cambio de las reglas originales del juego fijadas para la nueva Europa, ellas fueron de hecho cuidadosamente planeadas (o, mejor dicho, tramadas) desde el comienzo y perseguidas sigilosamente y con gran determinación.
Hay pruebas claras, tanto en los sucesivos tratados europeos mismos como en las declaraciones de los aspirantes a diseñadores de Europa, de que la Unión Europea fue pretendida desde el comienzo como un fraude gigantesco que finalmente lanzaría a las naciones de Europa a una unión económica, social, política y religiosa, les gustase o no.
La verdadera naturaleza del objetivo final —un super-Estado federal— fue deliberadamente ocultada y tergiversada; debía ser dada a conocer en pequeñas dosis, y debía empezar a acostumbrar a aquellos que nunca lo habrían aceptado, hasta que fuera demasiado tarde para que el proceso entero fuera revertido.
Antecedentes
En 1946 Sir Winston Churchill pronunció su famoso discurso de Zurich en que pide el establecimiento de unos Estados Unidos de Europa. Él previó una Europa Occidental de Estados independientes, libres y soberanos, que surgirían desde las cenizas de la Segunda Guerra Mundial y alcanzarían un destino de armonía sin precedentes y democracia.
La neutral Suiza, con su armoniosa coexistencia de varios siglos de cuatro lenguas y culturas, debía ser el modelo de una Europa multilingüe y multicultural que nunca vería otra vez a dictadores maniáticos y a demagogos supranacionales empeñados en imponer su voluntad sobre las naciones miembros.
Inicialmente, la visión de Churchill pareció avanzar según el plan. Las ex-dictatoriales Alemania e Italia descentralizaron el poder y se convirtieron en democracias parlamentarias. El fascismo fue desacreditado a través de toda Europa.
Entonces, sin embargo, los acontecimientos tomaron un curso diferente. El plan Schuman de 1950 proponía la mancomunidad supranacional del carbón y del acero de franceses y alemanes como un medio de forjar la unidad económica europea. Las dos economías fueron entrelazadas hasta un grado tal que la guerra entre estos tradicionales enemigos llegó a ser prácticamente imposible.
La Comunidad Económica Europea (CEE), establecida en 1957 por el Tratado de Roma, llevó a Italia y a los tres países del Benelux [Bélgica, Holanda y Luxemburgo] hacia una unión, pero representó un paso adicional hacia una economía pan-europea al vincular el desarrollo económico a la ciudad de Roma. Significativamente, este Tratado también dio a Europa un sentido de unidad religiosa supranacional y a la Iglesia Católica su protección contra la amenaza entonces todavía existente del comunismo.
La Comunidad Económica Europea (CEE), establecida en 1957 por el Tratado de Roma, llevó a Italia y a los tres países del Benelux [Bélgica, Holanda y Luxemburgo] hacia una unión, pero representó un paso adicional hacia una economía pan-europea al vincular el desarrollo económico a la ciudad de Roma. Significativamente, este Tratado también dio a Europa un sentido de unidad religiosa supranacional y a la Iglesia Católica su protección contra la amenaza entonces todavía existente del comunismo.
En esta etapa en el desarrollo de la Comunidadla visión de Churchill de una libre Europa de Estados soberanos fue en cierto modo secuestrada por el Vaticano. Al público no se le dijo todo, pero hechos alarmantes surgen de la gran masa de encíclicas papales y de las declaraciones de aquellos años. Mencionaré luego algunos de ellos. El aspecto religioso de la idea europea no había surgido todavía entonces a la luz pública (tampoco lo es todavía abiertamente evidente). Aún debía ser ocultado en el fondo mientras el énfasis permanecía puesto en el logro de la unidad política bajo el disfraz económico. Ciertamente los esfuerzos diplomáticos de paz del Vaticano durante la post-guerra no fueron particularmente evidentes para muchos: los ojos del gran público estuvieron muy cercanamente enfocados en la exploración espacial, la carrera armamentista, Berlín y la Guerra de Vietnam, como para reconocer el verdadero significado de la cruzada del Vaticano.
1962 fue el año de la Política Agrícola Común (CAP) que resultó en un mercado europeo único con fijación de precios —un paso adicional hacia la uniformidad. Ese año el Northwest Technocrat reconoció a la CEE como ya mucho más que simplemente una Europa económicamente unida, y comentó:
"El fascismo en Europa está a punto de nacer de nuevo vestido con un respetable traje de negocios, y el Tratado de Roma será finalmente puesto en práctica en toda su extensión. El sueño de un Sacro Imperio Romano retornando al poder para dominar y dirigir las llamadas fuerzas de la humanidad cristiana del mundo occidental no está muerto, sino que ¡aún está al acecho en las antecámaras de cada capital nacional de la Europa occidental continental, en la determinación de los líderes del Mercado Común para restaurar el Sacro Imperio Romano, con todo lo que eso significa!".
Las posteriores declaraciones del Vaticano y los acontecimientos en la Comunidad reivindican ese punto de vista. El Papa Juan XXIII previó un monstruo religioso-político europeo que él llamó "el más grande super-Estado católico [romano] que el mundo haya conocido alguna vez". (El nuncio papal en Bruselas posteriormente iría a describir la Unión Europea como "una confederación católica [romana] de Estados"). Unida dentro de los antiguos límites del Sacro Imperio Romano por el común vínculo espiritual de la religión, en una economía pujante y en pleno auge industrial, situada geográficamente en el complejo industrial más productivo del mundo, marcharía hacia el escenario de la historia mundial —así lo dijo a Juan XXIII— como "la mayor fuerza humana individual jamás vista por el hombre".
Los burócratas de Bruselas bailaron la melodía de Roma, admitiendo en 1973 a la república de Irlanda, lacayo del Vaticano, y a las dos primeras naciones Protestantes marcadas por el Papa: Dinamarca y el Reino Unido. Sabemos muy bien por qué el Reino Unido se tomó tanto tiempo para decidirse: integrarse a los europeos continentales significaba un abandono dramático de una tradición global de independencia y democracia; pero ¿pudimos reconocer el complot para socavar la herencia Protestante de nuestra nación, cuya reina es la Defensora de la Fe?. El romanismo y el republicanismo irlandés, los tradicionales enemigos de nuestro estilo de vida británico, que está fundado en los principios de la libertad Protestante, podrían así otra vez en nuestra historia —esta vez bajo el disfraz de la conveniencia económica— unir fuerzas contra nosotros.
Esta vez, sin embargo, la gravedad de la situación se vio incrementada por la perfidia y la traición de una administración que cayó en la trampa. Nunca en nuestra historia nacional una sucesión de gobiernos británicos llegaron a ser tan anti-británicos, tan afanosa y ciegamente involucrados en vender nuestros derechos de primogenitura a los extranjeros, negando al pueblo de Gran Bretaña e Irlanda del Norte su derecho a un referéndum sobre la autodeterminación, contentos por sacrificarnos contra nuestra voluntad a algún mal concebido, ingenuamente mal entendido y políticamente fatal objetivo de unión europea.
Después de las primeras elecciones directas del Parlamento Europeoen Estrasburgo en 1979, la palabra "Económica" fue inquietantemente abandonada a favor de la descripción "Comunidad Europea" (CE). Grecia se integró en 1981, España y Portugal en 1986, el año del Acta Única Europea (Single European Act), que significó la transferencia gradual de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial desde los Estados miembros hacia los instrumentos de la CE. Así Europa podría hacer incursiones políticas cada vez mayores en nuestra soberanía nacional, y la conspiración de Londres y Dublín intentó forzar al pueblo británico de Irlanda del Norte por medio de procedimientos secretos y terror hacia una Irlanda unida bajo el dominio europeo, mientras los políticos vanidosos y faltos de carácter en Westminster siguieron cortésmente jugando el juego del enemigo, o, como el doctor Paisley una vez lo dijo metafóricamente, alimentando a la bestia en vez de sacrificarla.
Cuando el infame Tratado de Maastricht de la unión política europea fue firmado en 1992 con el objetivo de transformar a la CE en un super-Estado federal —ahora significativamente designada de nuevo como Unión Europea (UE)— muchos de los políticos elegidos para Bruselas, incluso aquellos de Gran Bretaña, cayeron víctimas de la estafa.
Cómo Gran Bretaña cayó víctima de una estafa
Dos décadas antes, en 1960, cuando Gran Bretaña primero buscó la entrada en la entonces CEE, el historiador sir Arthur Briant había publicado una advertencia que no fue tomada en cuenta: "Una vez que estemos en el Mercado Común seremos una minoría en una organización en la cual las decisiones de la mayoría tendrán el poder de obligar a la minoría, no sólo durante unos años, sino teóricamente para siempre".
Sir Arthur no podía haber elegido una palabra más apropiada que "obligar". Aunque Gran Bretaña fuera por dos veces salvada de su propia locura por el presidente De Gaulle, en 1973 ella no se integró tanto como se obligó con el Mercado Común, y consintió en ser obligada por el Tratado de Roma. Incluso entonces, los fundadores del Mercado Común sabían —pero aparentemente Gran Bretaña no— que éste no era un club al cual integrarse o un área de libre comercio para asociarse, sino un super-Estado en proceso. Sus fundadores no tenían ninguna duda al respecto, incluso si los políticos británicos no estaban conscientes de —o eran reacios a afrontarlo— el objetivo último de los fundadores. Robert Schuman, mientras preparaba la Comunidad Europea del Carbón y del Aceroen 1950, había dicho: "Estas proposiciones construirán la primera fundación concreta de la Federación Europea". El artículo 189 del Tratado de Roma es muy claro acerca de lo que estaba implicado: "Las regulaciones [...] serán obligatorias en todos los sentidos y directamente aplicables [...]." "Las directrices obligarán a cualquier Estado miembro [...]". "Las decisiones serán obligatorias en todos los sentidos [...]".
Lamentablemente no más personas leyeron el Tratado de Roma que las que habían leído Mein Kampf antes de la Segunda Guerra Mundial, y muchos que deberían haber sabido mejor aceptaron las garantías de que ninguna pérdida de soberanía estaba implicada al acceder a la CEE. Mirando hacia atrás, lamentamos que ellos no supieran mejor. Después de un cuarto de siglo, durante el cual la CEE evolucionó hacia la CE y luego a la Unión Europea, la experiencia debería habernos enseñado lo que los anti-Mercado dejaron de enseñar.
Cuando la CEE fue transformada en una Unión Europea, Gran Bretaña cargó todavía más cadenas alrededor de su cuello, y llegó a estar comprometida económica, política y constitucionalmente con una Europa que es hostil a nuestras tradiciones y estilo de vida. En política y comercio exterior llegó a estar cada vez más obligada por las instituciones de Bruselas. La Unión Europea rápidamente adoptó muchos símbolos de la nacionalidad: un pasaporte, una bandera, un himno, una moneda común. ¿Y después qué?, ¿una religión estatal común: el catolicismo romano?.Sin duda la Unión Europea como está actualmente constituída no está en su forma final.
Incluso después de un cuarto de siglo aún no es fácil entender cómo un pueblo libre consentiría en estar obligado, como el pueblo británico lo está, por su pertenencia a la Unión Europea. La riqueza y el poder —si ése es el objetivo de la Unión Europea— no valen la pena adquirirlos a costa de la independencia. En cualquier caso no es el éxito sino el fracaso lo que ha sido comprado a un precio tan alto y como resultado de tan extrema credulidad. Gran Bretaña se ha enredado cada vez más en una organización que ha dejado de cumplir las promesas ofrecidas a ella.
En 1962 la Liga Anti-Mercado Común produjo un folleto titulado "Gran Bretaña, No Europa", que sostenía que las esperanzas de obtener beneficios económicos eran falsas, y que la perspectiva era una de desventaja y peligro si nos integrábamos a la CEE. El ingreso no sólo ha fracasado en curar los males que se suponía que iba a remediar; de hecho ha añadido muchos males nuevos: los precios de los alimentos, que crecieron rápidamente al principio, la perjudicial Política Agrícola Común, la ruina de nuestra industria pesquera y de la carne de vaca. Desde entonces, el Acta Única Europea ha reforzado considerablemente el principio de que el Parlamento Europeo debería tomar progresivamente el lugar de nuestro Parlamento en Westminster o reducirlo al status de un consejo de condado.
El Acta Única Europea por supuesto redujo en varios aspectos la exigencia del Tratado de Roma de que en el Consejo de Ministros ciertas cosas requerían una votación unánime: ahora requerían sólo de una mayoría calificada. Ahora nos enfrentamos a la perspectiva de la votación de mayoría absoluta y a la pérdida de nuestro veto.
El complot para destruír nuestra Soberanía
¿Cuál es la verdadera naturaleza y propósito de esta Europa a cuyo núcleo el pueblo británico está siendo arrastrado con creciente resistencia?. Sostengo que detrás de la respetable máscara europea hay un complot para destruír nuestra soberanía y realinear el equilibrio completo de fuerzas en todo el mundo.
Debería recordarse que, estratégicamente, la tendencia a la unificación de Europa comenzó en una época en que la Alianza Atlántica entera estaba reanimándose después de la decadencia relativa de Estados Unidos tanto como una potencia económica mundial como en cuanto a su liderazgo sobre Occidente. La generosidad de EE.UU. con el mundo ha reducido su riqueza y ha requerido una revaloración seria de su compromiso estratégico global. Las fricciones comerciales entre EE.UU. y Europa occidental han sido mucho tiempo una realidad y se han movido desde el sector agrícola hacia áreas tecnológicas avanzadas. Las dudas también crecieron sobre la fiabilidad del "paraguas nuclear" estadounidense que protegía a Europa Occidental y la posterior reducción de las fuerzas estadounidenses; y la retirada de las fuerzas rusas en el Continente, después del colapso de la Unión Soviética, ha sido seguida por llamados crecientes a una capacidad de autodefensa únicamente europea. Un ejército europeo y una policía europea ya existen en una forma mucho más que embrionaria.
El titulardelDaily Mail del 26 de Julio de 1994 resumió la torpe ceguera británica frente al peligro de estos acontecimientos: "Increíble apoyo de Hurd a un importante rearme. Todo el poder para los alemanes". Mientras tanto, la locura del Gobierno británico se extendió al cierre de bases navales y aéreas; y el Presidente Clinton abandonó la "relación especial" de EE.UU. con Gran Bretaña, animó a los alemanes a desempeñar un papel más activo en la política mundial, y ayudó e instigó al enemigo declarado de los británicos, el Sinn Féin/IRA. Hoy él está en desgracia, pero no arrepentido por profanar la Casa Blanca, y tiene todavía que ser revelado hasta qué punto su facilitación financiera y propagandística de terroristas Republicanos irlandeses es responsable por el asesinato de la gente Protestante de Irlanda del Norte.
Los peligros inherentes en la Ley de 1986 [Acta Única Europea] fueron reconocidos por el eminente escritor y periodista Paul Johnson, que intentó sacudir con fuerza en The Times del 23 de Junio de 1986 a los británicos de su visión letárgica de Europa. Él vio dicha Ley como el requerimiento de "una modificación fundamental en la relación británica con el Mercado Común", y estaba asombrado de que esto sin embargo "no despertó ninguna pasión en el Gabinete, en la Cámara de los Comunes o en los medios". Era, en efecto, un respaldo de "un tratado completamente nuevo, que debería haber sido apropiadamente colocado en un nivel de significación equivalente al del original Tratado de Roma".
Pero el pueblo británico, o engañado o inadecuadamente informado, no tuvo nada que decir, y decidió ignorar las serias implicaciones de esta así llamada "Ley (Enmienda) de las Comunidades Europeas", que Johnson dice que debería haber sido más correctamente titulada "El Tratado de la Unión Política Europea". Johnson pregunta por qué la legislación propuesta no fue presentada al Parlamento como "una ley para crear un super-Estado europeo", puesto que, él dijo, "transformará las relaciones entre los Estados de la CEE en una Unión Europea e investirá a la unión con los medios necesarios de acción". Su explicación es significativa:
"Haber hecho eso habría sido decir la verdad, y el establishment de la CEE, y nuestro propio gobierno, saben que la verdad sería mucho más difícil de tragar para el público".
El punto esencial de dicha Ley era abolir el veto nacional sobre una gran variedad de políticas sociales. El Parlamento británico fue perceptiblemente debilitado: las instituciones europeas comenzaron a transgredir la soberanía británica en una amplia gama de asuntos, desde los cinturones de seguridad hasta el castigo a los niños. La ley británica comenzó su retirada. La posterior legislación parlamentaria intensificó y perfeccionó este proceso. Johnson predijo entonces: "Dentro del área de la legislación social, Gran Bretaña ya no será capaz de impedir los recortes adicionales de su soberanía, no importa cuán fundamentales sean".
Tanto para la "democracia" prometida como para el objetivo de este Tratado, el sistema político y económico que impuso no es nada más que el federalismo rabioso, un fraude tecnocrático, fundamentalmente anti-democrático y anti-liberal.
El pueblo británico ha continuado ignorando para su peligro la advertencia más solemne hecha por el doctor Paisley en el documento de política del DUP (Democratic Unionist Party) La Rendición de Maastricht, lo que significa: del Ulster (Irlanda del Norte). En aquella ocasión él escribió:
"Lo que los países europeos no pudieron hacer por la fuerza en todos estos siglos —destruír la soberanía del Reino Unido—, ellos lo llevan a cabo ahora con la ayuda del gobierno".
Sólo mediante la incorporación del Reino Unido en un super-Estado europeo, como opuesto a la visión de Churchill de una Europa de Estados Soberanos co-operativos, podría tal política tener éxito. Llámelo federalismo o centralismo: el principio está esencialmente contenido en el término de la euro-jerga "subsidiaridad", un concepto que, nos recuerda el doctor Paisley, tiene sus orígenes en el dogma católico romano, y denota la delegación hacia abajo de ciertos poderes para la realización práctica de los objetivos del Poder Supremo mientras se presupone que el delegado tiene todo el poder.
Implicaciones de Defensa
Las implicaciones para la defensa de Gran Bretaña son serias. La historia europea demuestra decisivamente que Gran Bretaña está segura sólo mientras ninguna Potencia o grupo de Potencias en el Continente pueda obtener una supremacía que les permitiría atacarla. Siempre que prácticamente el Continente entero fue gobernado por una Potencia, Gran Bretaña perdió su libertad. El más temprano ejemplo fue la supremacía de la antigua Roma en el continente de Europa. Esto inevitablemente condujo a la invasión de este país bajo el pretexto de César de que los británicos habían ayudado a los galos contra Roma. De allí se siguieron siglos de servidumbre nacional.
La lección de la conquista romana nunca fue olvidada por el pueblo británico. Por lo tanto, cuando España, Francia y Rusia por su parte trataron de obtener la supremacía en Europa por tierra, y cuando Holanda lo hizo en el mar, cada una de aquellas naciones entró en colisión con este país, y cada uno fue impedido por Gran Bretaña de alcanzar aquella supremacía que habría puesto en peligro indudablemente nuestra existencia nacional. La agrupación de toda Europa en el sistema europeo de Napoleón para aplastar a Gran Bretaña es otra lección.
La lección de la conquista romana nunca fue olvidada por el pueblo británico. Por lo tanto, cuando España, Francia y Rusia por su parte trataron de obtener la supremacía en Europa por tierra, y cuando Holanda lo hizo en el mar, cada una de aquellas naciones entró en colisión con este país, y cada uno fue impedido por Gran Bretaña de alcanzar aquella supremacía que habría puesto en peligro indudablemente nuestra existencia nacional. La agrupación de toda Europa en el sistema europeo de Napoleón para aplastar a Gran Bretaña es otra lección.
Los elementos socialistas y pacifistas se salieron con la suya entre las dos Guerras Mundiales, a pesar de las desoídas advertencias de sir Winston Churchill, y confiamos entonces igualmente en la política de seguridad colectiva de que ciegamente nos desarmamos a nosotros mismos, casi hasta el punto del suicidio nacional.
El destino de la Alianza franco-británica en la Segunda Guerra Mundial, cuando Gran Bretaña fue dejada sola en el mundo para afrontar su "mejor momento" (que pudo fácilmente haber sido su última hora, si no fuera por la gracia de Dios), es un ejemplo adicional.
Hoy los viejos jugadores han reaparecido con el disfraz de la Economía, ilustrando perfectamente la advertencia ya citada del doctor Paisley sobre cómo un cambio de tácticas puede obscurecer y conseguir el verdadero y oculto objetivo.
La Historia ha enseñado sistemáticamente a Gran Bretaña que su seguridad está en apoyar a las Potencias más débiles de Europa contra la más fuerte; pero Gran Bretaña hoy, mediante sus políticas europeas, está apoyando activamente al fuerte; y la amenaza planteada por el Sacro Imperio Europeo emergente en el Continente ha sido en gran parte desoída. No contento con la progresiva traición a la soberanía del Reino Unido en favor de Bruselas, el gobierno de (John) Major afanosamente desmanteló las defensas del Reino Unido por medio de reducciones sustanciales de nuestras bases aéreas y navales.
El gobierno de (Tony) Blair ha seguido esta política. Un informe publicado por el Instituto para la Defensa Europea y Estudios Estratégicos (IEDSS) en Octubre de 1994, criticó severamente al Gobierno por "recortes en defensa que sabe que no deberían ser hechos", describiendo el principio de subcontratación de nuestros aliados de la OTAN como "una interpretación bastante generosa de la seguridad nacional". El informe expresamente advierte de la locura de la reducción de tropas en Irlanda del Norte y pregunta:
"¿Realmente renunciará el IRA a su arsenal de armas, [...] sus 650 rifles semiautomáticos, sus cuarenta lanzadores de granada RPG, sus millones de municiones?. [...] No querría comprometerse si la lucha comenzara otra vez".
Los acontecimientos en el Ulster son, en efecto, un comentario sobre la crisis creciente dentro del Reino Unido en conjunto: el desprecio burlón hacia el patriotismo, el desprecio hacia la voluntad democrática de la gente, el socavamiento progresivo de nuestros derechos constitucionales mediante lo que Michael Portillo describió estupendamente bien como "la putrefacción de Bruselas", sobre todo el abandono hecho por las Iglesias de la doctrina cristiana basada en la Biblia. Todos estos y otros síntomas son facetas de un malestar espiritual que nos arrastraría irremediablemente hacia la trampa europea si ellos no son detenidos.
Visto bajo esta luz, el papel de la campaña del Sinn Féin/IRA contra Gran Bretaña en el contexto europeo se hace deslumbrantemente obvio. Ellos no son luchadores por la libertad en absoluto, sino abogados y facilitadores de una Europa "imperialista". [...]
El Vaticano y la Unión Europea
Lo cual me lleva al asunto de la religión. ¿Qué aspectos adicionales de nuestra soberanía nacional están previstos para la traición en modificaciones posteriores del tratado?. ¿Seguirá un intento de unidad religiosa como consecuencia de la unidad monetaria y política en esta Europa "imperialista"?. Después de todo, ésa es la visión admitida del Papa Juan Pablo II cuando él habla sobre la unidad europea en sus numerosos viajes de propaganda. Su mensaje sistemáticamente ha sido que la identidad europea es "incomprensible sin el cristianismo" (por "cristianismo", por supuesto, debe entenderse "Romanismo"). En otras palabras, su visión de la unidad europea está basada en el principio de la fuerte influencia del Vaticano sobre los gobiernos políticos, visión que es nostálgica de la situación en la Edad Media.
El desarrollo en Europa no está planeado para que finalice con una unión simplemente económica y política. El super-Estado europeo previsto planea ir aún más allá. Aunque —como es característico de la táctica de los planificadores— ninguna mención formal del siguiente paso ha sido hecha aún o prefigurada en ningún tratado, está claro que el escenario ha sido armado, y ya está bien construído, para la mayor revolución político-religiosa alguna vez presenciada en la historia de la Humanidad. Trágicamente, la ampliamente difundida indiferencia de parte de nuestros líderes nacionales, y sobre todo de los líderes de las Iglesias establecidas, indica que ellos son o totalmente ignorantes de este desarrollo o bien cómplices deliberados en este malvado designio. Esta última explicación se aplica muy claramente a los líderes de la Iglesia en particular; y es precisamente aquí cuando el significado oculto del Movimiento Ecuménico surge en su relación con el ideal de la unidad europea.
Durante los últimos setenta y cinco años los Papas han establecido proyectos cuidadosos para esta organización que está orientada a reclamar todas aquellas regiones de Europa que le fueron arrebatadas a Roma por el Gran Cisma del siglo XI, la Reforma Protestante del siglo XVI, y, más recientemente, la comunistización de Europa del Este.
Antes de su muerte en 1903, el Papa León XIII había animado ya a los gobernantes políticos de cualquier lealtad a aliarse de nuevo con la Iglesia de Roma: "A los príncipes y otros jefes de Estado", dijo él, "les hemos ofrecido [es decir, históricamente] la protección de la religión [Católica Romana]. Nuestro actual objetivo es hacer que los gobernantes comprendan que esta protección, que es más fuerte que cualquiera otra, les es otra vez ofrecida". Éste es el mismo principio que el Vaticano está ofreciendo a los gobiernos actuales si ellos se someten a la bota militar del Vaticano y retornan al rebaño romanista.
En un discurso ante el Parlamento Europeo en Mayo de 1985, este cuidadosamente elegido primer Papa eslavo pidió una intensificación de la búsqueda de la unidad europea y trabajar hacia la eliminación de la división Este-Oeste. Hablando de dos Europas (Este y Oeste) él designó a Metodio y Cirilo —los dos monjes que llevaron el cristianismo al mundo eslavo en el siglo IX— como los santos patronos de Europa. El 26 de Junio de 1985 el Wall Street Journal habló de la importancia simbólica de la elección de estos dos misioneros hacia los pueblos eslavos al destacar la visión del Papa de una Europa unida.
Así el Romanismo puede ser otra vez claramente visto irguiendo su desagradable cabeza como la fuerza constante que ha complicado toda la historia y la política de Europa y ha conducido una campaña cruel contra la Protestante Gran Bretaña durante siglos.
El miembro del Parlamento Europeo (MEP) Otto von Habsburg, alguna vez heredero del trono Austro-húngaro, un ferviente papista y descendiente de la familia que gobernó el Sacro Imperio Romano en una sucesión casi ininterrumpida desde 1273 hasta 1806, sueña con un retorno a los días de la antigua influencia mal adquirida y asistida por el Vaticano sobre la mayor parte de Europa. Él aboga por un super-Estado europeo moderno como el medio para este objetivo, y trabaja para conseguir el concepto de Europa como una gran entidad supranacional.
En el Parlamento Europeo en 1989 él afirmó: "Europa está viviendo en gran parte de la herencia del Sacro Imperio Romano, aunque la gran mayoría [...] no lo sepa". Él destacó cómo "el elemento religioso y cristiano" (por "cristiano" entiéndase "Romanista") desempeña "un papel absolutamente decisivo" en la herencia de Europa. Como el Papa, él también habló de una "obligación[...] de re-pensar a Europa en los niveles cultural y espiritual", y añadió como una muestra de sus objetivos descaradamente antidemocráticos: "ya sea que esto agrade a los líderes políticos o no". En los países católico-romanos del Continente crece la nostalgia por los viejos sistemas, sobre todo por el Imperio Austro-Húngaro de Europa Central, el principal Estado sucesor del Sacro Imperio Romano. Significativamente, The Independent del 11 de Enero de 1987 observó: "El fantasma de Europa Central ha vuelto a obsesionarnos, o quizá a tentarnos".
Hay ciertamente paralelos estructurales significativos entre el sistema religioso de la Iglesia de Roma y el principio de subsidiaridad política. Como ningún miembro de la Iglesia romana puede cuestionar las doctrinas de la jerarquía, así también a las naciones de Europa se les está pidiendo aceptar los dictados de Bruselas mediante la erosión gradual del derecho a veto de ellas; y tal como la Iglesia romana interpreta, decide y lo hace todo, así también el planeado super-Estado europeo desea el control autocrático de las vidas de aquellos que estén obligados a ser sus ciudadanos. Esto indica muy claramente una relación cercana entre religión y política en la estructura de la Unión Europea.
El plan de Roma para unir a Europa políticamente y al mundo religiosamente, marcando el comienzo de un séptimo renacimiento del Imperio, fue anunciado por el Papa Pío XII ya en 1952 en su mensaje de Navidad, que preveía "un orden cristiano que él solo es capaz de garantizar la paz. A este objetivo están dirigidos ahora los recursos de la Iglesia". Este fanático arrogante y astuto, que ayudó a Hitler a llegar al poder, bendijo las tropas de Mussolini y se coludió con la Ustashi en Yugoslavia para matar a 240.000 servios Ortodoxos y convertir a la fuerza a más de 750.000 al catolicismo romano, exhortó a los fieles de Roma en Febrero de 1952: "El mundo entero debe ser reconstruído desde sus cimientos". Los planes para esta tarea gigantesca, acerca de la cual el mundo sabe poco, fueron posteriormente encubiertos por los diplomáticos del Vaticano. El concepto de un super-Estado europeo unido y católico-romano, que actualmente está emergiendo en Europa, debía ser el primer paso en la dominación mundial.
El complot está ahora muy avanzado. El fallecido Enoch Powell aludió en el Evening Standard (2 de Diciembre de 1987) a un "profundo reordenamiento que está ahora teniendo lugar", que implicaba la "disolución de la confrontación entre la Alianza Atlántica del Norte y el Pacto de Varsovia" que resultaría en una configuración que "reaparecería como algún paisaje sumergido queda al descubierto cuando las aguas de la inundación se retiran, un modelo más antiguo que generaciones anteriores no tendrían ninguna dificultad en reconocer. [...] Su antiguo nombre es el Sacro Imperio Romano". De modo significativo, la metáfora recuerda fuertemente la profecía de Apocalipsis 17:8 de una bestia que sube desde un pozo sin fondo.
El Vaticano reconoce una vez más que sus objetivos pueden ser conseguidos sólo por una organización internacional que tenga dientes de hierro para triturar a la oposición. "Esta organización", dijo Pío XII ya en su mensaje de Navidad de 1944, "estará investida de común acuerdo con una autoridad suprema y con el poder para sofocar en su etapa germinal cualquier amenaza de agresión aislada o colectiva". Presagiando la naturaleza militarista de la organización prevista, él añadió en 1951: "el desarme es una garantía inestable de una paz duradera".
No hay nada nuevo en la táctica de Roma: desde el Complot de la Pólvora hasta Semtex, ellos simplemente han ido a la par con el avance de la tecnología. No hay nada nuevo en los objetivos de Roma: desde entonces hasta ahora éstos son la destrucción del Parlamento británico y la subyugación del protestantismo y de toda otra oposición.
El inicuo Movimiento Ecuménico y sus vástagos, disfrazados como un genuino proceso conciliatorio, son en realidad un frente paralelo para la estrategia de batalla secreta de Roma en la nueva Europa. A principios de los años '60 el cardenal Bea, presidente de la Secretaría del Vaticano para la Promoción de la Unidad de la Iglesia, dejó esto abundantemente claro al admitir que:
"La Iglesia sería gravemente malentendida si se concluyese que su actual aventurerismo ecuménico y sus opiniones al respecto significan que ella está preparada para reexaminar sus posiciones dogmáticas fijas. Ninguna concesión en el dogma puede ser hecha por la Iglesia por el bien de la unidad cristiana".
En su libro Catholic Terror Today, Avro Manhattan describe la revolución ecuménica como "aunque aparentemente atrayente, [...] nada más que un Caballo de Troya mediante el cual el poder católico, vestido con un traje contemporáneo, sigue afirmándose tan eficazmente como siempre". El evangelista estadounidense doctor De Haan lo llama "la pieza más hábilmente planeada de engaño religioso alguna vez impuesta sobre un mundo desprevenido".
Está tan estrechamente ligada con el objetivo europeo, que estoy tentado de inventar la palabra "eurocumenismo" para describir la conspiración. En el momento de las primeras elecciones europeas, la ferviente mujer política a favor de una Europa católico-romana Shirley Williams inequívocamente asoció la visión de Europa con el objetivo de su Iglesia de asumir la autoridad política y religiosa sobre las vidas de todos sin excepción:
"Estaremos unidos a una Europa en la cual la religión católica será la fe dominante y en la cual la aplicación de la Doctrina Social católica será un factor principal en la vida política y económica cotidiana".
No hace mucho The Times comentó: "El alma de Gran Bretaña está siendo reclamada para Roma en un llamado católico a las armas" y "para el próximo siglo el catolicismo podría estar reorganizado como la fe predominante en el país". Ahora tenemos un Primer Ministro que promueve activamente el Romanismo, y recientemente leí en el Catholic Herald Standardun artículo titulado «Primer Ministro "muy cercano" al Catolicismo», en el cual se relata que él ha admitido esta cercanía con el arzobispo Bonicelli mientras estuvo de vacaciones en Siena. No es de extrañar, después de decir al país que el Laborismo "esperaría y vería" sobre la moneda única, que su Gobierno esté ahora promoviendo activamente la unión monetaria en un super-Estado federal que destruirá la independencia financiera y por lo tanto la independencia política de la nación-Estado.
Históricamente, el concepto de nación-Estado ha sido un anatema [algo aborrecido] para el Vaticano, cuya táctica ha sido robar a las naciones soberanas su carácter de nación y reducirlas a meros Estados o provincias de una sola nación-Estado europea controlada por ella, incluso subdividiéndolas internamente cuando esto satisfacía sus objetivos.
Su objetivo actual permanece inalterado: crear de nuevo una Europa re-medievalizada de Estados pequeños e ineficaces que ella pueda dominar fácilmente. Ya el mapa de Europa está llegando a ser sorprendentemente nostálgico del período anterior a la Primera Guerra Mundial. La disolución de la monarquía de los Habsburgo después de la Guerra había permitido la creación de naciones-Estados soberanas e independientes en su antiguo territorio, como Checoslovaquia, Yugoslavia y Hungría. Mientras Checoslovaquia recientemente se dividió en sus dos Estados constituyentes, mientras Yugoslavia se desintegra violentamente en un rompecabezas de sus provincias y Hungría todavía está amenazada con deshacerse en regiones étnicas, las conocidas e inequívocas tácticas de Roma se hacen cada vez más perceptibles.
La Historia se está repitiendo de un modo particularmente obvio en Yugoslavia y Checoslovaquia. En 1917 el nuncio papal en Munich, Pacelli, negoció secretamente con los alemanes para poner en efecto la "Paz del Papa sin Victoria" a fin de ahorrar tanto a Alemania como a la predominantemente papista Austria-Hungría el fracaso, y para estrangular en su nacimiento a los dos nuevas naciones-Estados: Yugoslavia, en la cual los católicos romanos llegarían a ser una minoría dominada por los servios Ortodoxos, y Checoslovaquia, donde ellos serían dominados por los Protestantes hussitas y liberales.
Después de que el plan falló, el Papa sostenedor de los nacionalsocialistas Pío XII reanudó el complot para conseguir su sueño de toda la vida de destruír a la Iglesia Ortodoxa servia como una religión rival, enfocándose abiertamente en la desintegración yugoslava, el requisito para alcanzar su objetivo. Su plan era separar la Croacia católico-romana del dominio de la Servia ortodoxa y convertirla en un Estado religioso independiente, y finalmente establecer un reino católico-romano en los Balcanes.
Después de que el plan falló, el Papa sostenedor de los nacionalsocialistas Pío XII reanudó el complot para conseguir su sueño de toda la vida de destruír a la Iglesia Ortodoxa servia como una religión rival, enfocándose abiertamente en la desintegración yugoslava, el requisito para alcanzar su objetivo. Su plan era separar la Croacia católico-romana del dominio de la Servia ortodoxa y convertirla en un Estado religioso independiente, y finalmente establecer un reino católico-romano en los Balcanes.
Inquietantemente, la planeada destrucción de Yugoslavia realmente ha sido conseguida ahora. El líder de la oposición rusa Vladimir Zhirinovski recientemente reconoció y describió la secesión de Croacia del Estado legalmente constituído de Yugoslavia como "un complot del Vaticano". Por otra parte, la máquina romanista de propaganda que se ha infiltrado en los medios europeos retrata falsamente a Servia, nuestro antiguo aliado, como el agresor. Las atrocidades croatas son convenientemente ignoradas, como también lo son las de sus sacerdotes Ustashi del período nacionalsocialista. El sueño del Vaticano de separar la Eslovaquia católico-romana y así dividir de nuevo Checoslovaquia también se ha materializado ahora.
Una táctica similar está siendo empleada en el caso de Irlanda del Norte. El objetivo clandestino de Roma es separarla del Reino Unido y convertir a su mayoría Protestante en una minoría, destruyendo al mismo tiempo el Reino Unido como un Estado-nación y limpiando étnicamente de Protestantes la isla de Irlanda.
Polonia también ha sido completamente re-romanizada por la colusión del Vaticano con el movimiento Solidaridad, cuyo líder, Lech Walesa, un católico ferviente, posteriormente llegó a ser el Presidente del país. El significado de la elección de un Papa polaco es casi demasiado obvio para mencionarlo. La historia polaca reciente demuestra que incluso los países donde los católico-romanos están en mayoría son pisoteados por la bota militar de Roma: el Vaticano trabajó activamente durante siglos en contra de que Polonia obtuviera su independencia de los zares, un hecho que inspiró la famosa advertencia del gran poeta nacional polaco Julius Slowacki: "Polonia, tu perdición proviene de Roma".
La antigua Unión Soviética se ha desintegrado en pequeños Estados, algunos de los cuales, incluyendo Ucrania, tienen grandes poblaciones católico-romanas; y el Vaticano está apuntando ahora a otros objetivos —los países escandinavos Protestantes en particular. La democrática Suiza, la tierra de Zwinglio y Calvino, ha sido dejada para el final. Para entonces habrá sido literalmente rodeada.
¿Son ciegos nuestros líderes frente a lo que está ocurriendo en Europa, o son ellos ingenuamente estúpidos, o colaboradores a sabiendas?.
En su libro "Power Beyond the Market. Europe 1992" —el título en sí mismo es significativo—, Otto von Habsburg saca el gato, o mejor dicho la bestia del Vaticano, del saco:
"Un día de éstos los europeos de Europa Central y del Este van a pertenecernos. La llamada a la auto-determinación desde Lituania a Croacia y más allá, es oída hoy de modo que incluso los adversarios de una gran Europa ya no pueden ignorarla más".
De modo significativo, estas dos regiones, con Polonia y Hungría, son fuertemente católico-romanas. El engaño, sin embargo, está en la expresión "la auto-determinación", un principio totalmente hostil al Romanismo, como ha sido evidenciado por su tentativa de suprimir el mismo derecho inalienable del pueblo británico de Irlanda del Norte. Croacia, Lituania, Polonia y Hungría simplemente están pasando desde la dictadura del comunismo a la dictadura del Romanismo.
El Papa Juan Pablo II sintomáticamente llamó a Europa del Este "aquel otro pulmón de nuestra patria europea común". Él expresó ante el Parlamento Europeo en 1988 su deseo de que Europa pudiera "expandir un día las dimensiones otorgadas a ella por la geografía y sobre todo por la Historia" (hábilmente evitando la palabra "religión").
Ha tomado años de conspiración encubierta llevar adelante el objetivo de unificar Europa bajo la doctrina católica (Romish). Los preparativos para la unidad religiosa de la nueva Europa fueron hechos por el Vaticano incluso antes del final de la [Segunda] Guerra. Debido a que ellos no fueron reconocidos antes de que la mayor parte del daño hubo sido hecha, ellos podrían causar la absorción de millones de Protestantes nominales en el rebaño católico antes de que éstos siquiera comprendan lo que está pasando. Muchas Iglesias nominalmente Protestantes han desertado ya de su fe de la Reforma.
Adrian Hilton ha publicado un brillante estudio, "The Principality and Power of Europe" (El Principado y el Poder de Europa), subtitulado "Britain and the Emerging Holy European Empire". Todo patriota británico y todo cristiano debería leerlo. Fue publicado por Dorchester House en 1997. Hilton muestra la Europa emergente como un complot del Vaticano y lo vincula con el papel del Movimiento Ecuménico. Él menciona cómo el catolicismo romano tiene una fuerte tendencia hacia el centralismo y ve como totalmente necesario para las naciones e iglesias individuales fusionar sus identidades individuales en un cuerpo más grande, bajo el disfraz de evitar futuras guerras y unir a los que se declaran cristianos. Los valores espirituales de la Iglesia de Roma, sin embargo, así como su pretendido derecho de gobernar en los asuntos temporales del mundo y su papel en la política global, constituyen un rasgo cultural (ethos) que es ajeno a las tradiciones Protestantes bíblicas de Gran Bretaña, que tienen más de 400 años. El clima de transigente ecumenismo de hoy haría que nosotros creyéramos que es posible para las dos (iglesias) coexistir, pero las leyes y la constitución del Reino Unido están diametralmente opuestas a las leyes europeas. Una tiene que someterse a la otra.
En 1953 la Reina (Isabel II) hizo un juramento en su ceremonia de coronación "para gobernar los pueblos del Reino Unido según sus leyes y sus costumbres" y "para mantener la religión Reformada Protestante establecida según la ley". Ambos puntos son negados por el proceso de profundización de la integración europea. En un continente en el cual 61 millones reclaman una herencia Protestante y 199 millones profesan ser católico-romanos, simplemente no es posible mantener el protestantismo por medio de la ley democrática. La constitución Protestante del Reino Unido ha sido durante mucho tiempo una fuerte defensa contra los deseos de Roma de la "evangelización" de Gran Bretaña, a la cual el Papa se refiere como "la Dote de María", suya por derecho. El Vaticano reconoce que la derrota del protestantismo aquí [Gran Bretaña] lo debilitaría a través de toda Europa, y éste ha sido su objetivo desde la Reforma. Todos los asaltos militares directos sobre Gran Bretaña, desde la española Armada Invencible hasta la Segunda Guerra Mundial fueron fracasos manifiestos, pero la táctica moderna de asedio y desgaste está dando fruto.
El Catholic Herald recientemente declaró: "Los días de la Iglesia Anglicana están contados, y la mayor parte de sus fieles volverá a la fe verdadera de sus distantes antepasados medievales". Esto es casi un cumplimiento simbólico de aquella profecía de la moneda de 20 peniques de la colonia británica de Gibraltar, publicada por el Parlamento y aprobada por la Reina, moneda que lleva un grabado de María coronada como "Reina del Cielo" y lo titula "Nuestra Señora de Europa". La cabeza de la Reina al otro lado está simplemente titulada como "Elizabeth II - Gibraltar", sin sus títulos habituales de D.G.REG., F.D. (Reina por la Gracia de Dios, Defensora de la Fe). Tan profético como lo es tal simbolismo católico, las estampillas británicas de correo publicadas en 1984 para conmemorar la segunda elección del Parlamento Europeo fueron aún más adelante. Ellas representaban a una prostituta montando una bestia sobre siete montículos u ondas. Tales imágenes tienen semejanzas alarmantes con pasajes del libro del Apocalipsis que toda una sucesión de teólogos desde Wycliffe hasta Spurgeon ha identificado como la representación de la Roma papal.
Las imágenes católicas son endémicas en Europa, y han sido incondicionalmente adoptadas por el gobierno europeo. El diseño de la bandera europea fue inspirado por el halo de 12 estrellas que rodea a la Virgen en los cuadros, y aparece de forma destacada en el vitral del Consejo de Europa en la catedral de Estrasburgo. Dicha ventana fue inaugurada el 11 de Diciembre de 1955, coincidiendo con la fiesta católica de la Concepción Inmaculada.
Estrasburgo es una ciudad que simboliza el sueño de la integración franco-alemana, el corazón del Imperio de Carlomagno. [...] También es preocupante, aunque algunos puedan desestimarlo como trivialmente divertido, que un inglés católico-romano enviara una carta a Jacques Delors, con la sugerencia de dedicar la Unión Europea a la "Santísima Virgen María". Él probablemente había notado que Delors ha sido el responsable de promover la bandera europea, con su inequívoco simbolismo mariano mostrando un círculo de 12 estrellas sobre un fondo azul.
El miembro de la oficina privada de Delors responsable de las relaciones de la Comisión Presidencial con la Iglesia Católica contestó que la sugerencia fue recibida con gratitud, pero que el presidente no sentía que estuviera dentro de su autoridad responder afirmativamente. ¿Era esto porque tal decisión tiene que ser presentada delante del Consejo Europeo, o del Parlamento o incluso delante de los pueblos de Europa en un referéndum?. Tristemente, no. La aclaración vino cuando el presidente declaró que él daría a conocer la sugerencia al "Santo Padre". Si, "después de piadosa consideración", el Papa lo consideraba apropiado, Delors haría todo que pudiera para implementarlo. ¿Es ésta una indicación de los verdaderos cuerpos espirituales que gobiernan Europa?. Por suerte, ya que nada más se supo, probablemente al Papa no le gustó la idea.
El Papel de las Instituciones Europeas
Yo había tenido la intención de hablar acerca de las instituciones europeas, pero el tiempo me ha vencido. Debo concluír muy brevemente.
Si parezco haber divagado en cuanto a la religión, es porque, como espero haber mostrado, el Vaticano es el principal motor detrás de la conspiración de la Unión Europea. Déjeme repetir que el pueblo británico fue engañado sobre Europa desde un comienzo. La Europa proclamada como una zona de libre comercio, conformada por Estados nacionales soberanos y que requiere un costo de ingreso insignificante, fue un encubrimiento para un planeado super-Estado político-religioso. Las varias instituciones y organismos de este super-Estado embrionario ya han usurpado constantemente nuestra soberanía hasta tal punto que están reduciendo nuestro Parlamento al status de un pretencioso consejo de condado. The Daily Maildel 9 de Mayo de 1996 lo describió sucintamente:
"Nuestras leyes ahora no valen nada. Quince jueces en Luxemburgo —sólo un británico— son ahora los árbitros supremos de la ley británica; y ellos basan sus decisiones en la ley romana, desconocida en este país desde la retirada romana.
La Corte Europea de Justicia se ha convertido en un agente cada vez más intrusivo para asegurarse de que el Parlamento británico ya no sea soberano, aun cuando el interés nacional y la seguridad británica están implicados...
Las directivas de la Unión Europea están paralizando los negocios británicos. La industria británica finalmente está tomando conciencia del verdadero precio del mercado único de la Unión Europea, cuando lucha para cumplir con las 20.000 directivas y regulaciones que han hecho de Bruselas la fábrica de leyes más grande en el mundo".
La gestión tendiente hacia la unión monetaria y una moneda única debe ser detenida. En un debate reciente con el señor Lammers sobre la moneda única, Norman Lamont dijo que él se oponía a ello porque él creía que eso "conduciría a la unificación política de Europa". El señor Lammers entonces dijo que no había argumento en el debate que estaba ocurriendo, porque él estaba completamente de acuerdo con que ése era el objetivo de la moneda única: "Es parte de la unificación política, como lo hemos dicho todo el tiempo". El director del Bundesbank, el doctor Issing, dijo recientemente: "No hay ningún ejemplo en la Historia de alguna unión monetaria durable que no estuviera unida a un Estado único". El doctor Tietmayer, presidente del Bundesbank, dijo: "Una moneda europea conducirá a las naciones miembros a transferir su soberanía sobre la política de salarios y financiera así como sobre los asuntos monetarios. Es una ilusión pensar que los Estados puedan conservar su autonomía sobre las políticas de impuestos". Bill Cash ha advertido que la unión monetaria incluso amenaza el imperio de la ley en Europa.
Una moneda única sería manejada por un Banco Central autorizado para poner en práctica la política monetaria de la Unión Europea. Si el Reino Unido abandona la Libra Esterlina y firma la unión monetaria, ése sería un paso irreversible hacia la destrucción completa de nuestra soberanía nacional.
Lo que es igualmente inaceptable es usar el voto de mayoría para la política gubernamental europea. El voto de mayoría provoca falta de responsabilidad porque los ministros pueden perder la votación en el Consejo: ellos entonces no son responsables de sus decisiones ante sus parlamentos nacionales, y el Consejo mismo no es responsable ante ningún electorado o parlamento. El voto de mayoría corta el vínculo entre el votante de un Estado miembro y el legislador, que es el fundamento de toda democracia. En el momento en que votó a favor del Acta Única Europea, Bill Cash presentó una enmienda que decía: "Nada en esta ley socavará la soberanía del Parlamento del Reino Unido". Aquella enmienda no fue aprobada. Los parlamentos nacionales, como expresiones de la soberanía nacional, son la misma piedra angular de la democracia.
Conclusión
Si no oramos y si no actuamos, Roma tendrá éxito una vez más en el establecimiento de su malvado sistema en este país. Cuando William Tyndale fue capturado y quemado en 1535 por papistas belgas por haberse atrevido a traducir el Nuevo Testamento, pronunció su grito agonizante: "¡Señor, abre los ojos del Rey de Inglaterra!". La eventual fuerte respuesta de Dios vino en la forma de la versión de la Biblia del Rey James (o versión "autorizada", de 1611). Le correspondió a la Gran Bretaña Protestante difundir el Evangelio por todo el mundo y comprobar el poder de Roma. Estoy convencido de que ésa es nuestra tarea divinamente designada nuevamente. Ya no podemos confiar en nuestros líderes políticos o ni siquiera en nuestra Familia Real para llevar la antorcha de la verdad bíblica. Por lo tanto oremos: "¡Señor, abre los ojos de la nación británica!".–